De Klerk anunció que abandona la política sudafricana
Vacío: afanosamente se busca un sucesor del hombre que desmanteló el apartheid y liberó a Nelson Mandela al cabo de 27 años de cárcel.
Ciudad del Cabo, 26 (EFE).- El ex presidente sudafricano Frederick De Klerk, de 61 años, artífice de la "nueva Sudáfrica" renunció hoy al liderazgo del Partido Nacional (PN, primero de oposición) y se retiró de la política activa.
El hombre que desmanteló el régimen de segregación racial y liberó al actual presidente, Nelson Mandela, tras 27 años de cárcel, puso fin así a una carrera política que, como suele ocurrir con la de los grandes reformadores, fue más valorada en el exterior que en el interior de su país.
La retirada del ex presidente abre también una nueva época en la historia de la minoría a la que pertenece, la boer, de raza blanca y origen holandés, que durante décadas dominó y sojuzgó a la mayoría negra hasta la llegada de De Klerk a la jefatura del Estado, en 1989.
La comunidad boer, encarnada mayoritariamente por el PN, se enfrenta ahora a la búsqueda de un nuevo líder que sustituya al ex presidente, cuya voluntad reformadora culminó con las elecciones que en 1994. Esos comicios llevaron a Mandela a la presidencia.
El propio Mandela apeló a la necesidad de que los sudafricanos "no olviden, pese a los errores que pudo cometer, su papel primordial en la transformación pacífica" del sistema político de este país.
Los candidatos
Según fuentes cercanas al PN, Hernus Kriel, dirigente de la región de Ciudad del Cabo, y Marthinus Van Schalkwyk, secretario ejecutivo del partido, son los dos principales candidatos a sustituir al ex presidente como líder de esa formación política.
Mientras que Kriel esta considerado como un dirigente tradicional y situado más a la derecha que De Klerk, el joven Van Schalkwyk encarna una cierta "línea de continuidad" de la política del ex presidente, de quien era uno de sus más cercanos colaboradores.
El debate para elegir al sucesor de De Klerk comenzó en una reunión que el comité ejecutivo del partido inició esta misma mañana en Ciudad del Cabo, y donde se ha anunciado que el ex presidente formalizará su renuncia.
Con 82 escaños frente a los 252 del Congreso Nacional Africano (CNA) de Mandela -sobre un total de 400-, el PN está condenado a interpretar un papel crucial en el equilibrio político que exige la edificación de la "Nueva Sudáfrica", democrática e interracial.
Pese a la desproporción del número de parlamentarios del CNA y el PN, este último constituye la primera formación de oposición en la cámara y el primer partido aglutinador del voto blanco en el país.
La ausencia de un liderazgo lo suficientemente fuerte y carente de autoridad moral en el PN podría desencadenar la dispersión de ese voto, y su fuga hacia formaciones situadas más a la derecha, con una radicalización de las posiciones.
Si esa posibilidad se convierte en real, una seria amenaza surgiría: la de que comience a derrumbarse el nuevo Estado que la política de De Klerk comenzó a cimentar.
El personaje
: rostro blanco para el gran milagro de la gente negra
Así como desde comienzos de la década del 50, con el término apartheid se empezó a aludir inequívocamente al oprobioso régimen segregacionista impuesto en Sudáfrica, resulta imposible hacer referencia a las alternativas políticas que dieron lugar a la abolición de aquél sin mencionar a sus dos figuras protagónicas por excelencia: el actual presidente Nelson Mandela y su antecesor, Frederick Willem de Klerk.
A comienzos de los 90, en De Klerk se afianzaba claramente la convicción de que había llegado la hora de poner fin a 40 años de un régimen por el cual menos de cuatro millones de blancos dictaban a rajatabla un sistema de vida fuertemente discriminatorio para un extenso resto de población conformado por casi 18 millones de negros.
Las modalidades diferenciales se extendían desde sus versiones "blandas", como la prohibición de elegir autoridades, inclusive distritales, de habitar áreas urbanas y de compartir transportes y ámbitos públicos o considerar absolutamente ilícitas las relaciones de parejas interrraciales, hasta las más siniestras, que consistían en el incendio de aldeas para desalojar "sospechosos" grupos tribales, la persecución de líderes, el encarcelamiento, el apaleo y la muerte.
Una primera acción de De Klerk -sabedor o no de que iba rumbo a convertirse en uno de los hombres-bisagra de la historia moderna- fue, precisamente, la decisión de liberar a Mandela, cuya larga estadía en prisión (26 años) lo situaba al tope del triste decanato de los presos políticos.
Al emblemático ideólogo de los movimientos de la reivindicación de la negritud -como a este conjunto de cultura ancestral y condición esclavizada, la llamaría el pensador francés Jean Paul Sartre- y a su liberador les esperaría otro par de hechos vinculantes, que ni el más imaginativo politicólogo hubiera podido prever: uno delegaría en el otro el mando de una nación estremecida aún por la violencia, y dos años después, el 10 de diciembre de 1993, ambos recibirían en Oslo el Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, sólo un poco más confluirían los destinos de estas dos piezas clave del panorama político sudafricano. De Klerk, vicepresidente de Mandela tras las elecciones de 1994, debió rescindir posiciones conspicuas frente a esa arrasadora personalidad que a su prestigio local anexaba rápida presencia internacional merced a su trayectoria y su carisma.
Tampoco pudo remontar algunos flancos vulnerables de su pasado, como el haber sido líder del Partido Nacional Africano -la jefatura ahora resignada-, cuando aquél respaldó exitosamente su asunción presidencial en el 89, en plena vigencia del apartheid, ni sus anteriores desempeños en el severísimo gobierno de Peter Botha o en el gabinete escasamente dialogista del primer ministro John Vorster.
El mismo lo lamentó al explicar, hace unas horas, los motivos que ponen epílogo a esta crónica de un alejamiento anunciado: "Mis adversarios han logrado en cierta manera hacer de mí un símbolo del pasado, sin tomar en consideración todo lo que he hecho".
Reflexión que, más allá de su amargura, podría permitir endilgarle a Frederik de Klerk el olvido en que incurre: que las cuentas, en política, suelen hacerse enfocando alternativamente las columnas de las sumas y de las restas, según los intereses en juego y sin que importe entonces la calidad de las cifras.
Willy G. Bouillon