De Gabriel Boric a otros líderes regionales, lecciones de madurez de un presidente precoz
Con su carisma y empatía, el mandatario chileno se plantó frente a los mandamientos del actual manual del político sudamericano aprendiz de presidente
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Si 2021 fue un año de sorpresas para Gabriel Boric, 2022 es uno de tropiezos, de desconcierto y algo de sufrimiento. El año pasado el presidente chileno derrotó, de manera inesperada, a sus rivales electorales y a las suspicacias de una porción de chilenos que veían en él a un dirigente demasiado rebelde, demasiado joven e inexperto y demasiado cercano a los extremos.
El dirigente, que hace apenas una década lideraba a los estudiantes chilenos en una especie de revuelta permanente, venció los nervios de sus adversarios con la contundencia de los votos, aunque no necesariamente los calmó.
Los tropezones iniciales de Boric y sus ministros no ayudan a apaciguar esas suspicacias e, incluso, despiertan temores en la propia izquierda chilena, solo tres meses después de que asumiera el jefe de Estado.
Luego de las marchas y contramarchas de su mano derecha –la ministra del Interior, Izkia Siches-, de decisiones a contramano de lo que antes proclamaba el presidente –la militarización de la Araucanía, o la oposición al cuarto retiro de los fondos de pensión-, de las polémicas de la Convención Constituyente, Boric es ya el mandatario con menor aprobación en un período tan corto de gobierno desde que volvió la democracia, en 1990.
Reflejo de una gestión que se le complica, la desaprobación de Boric creció, según el último sondeo de la consultora Cadem, de 50 a 57% en menos de un mes. Los chilenos le reclaman más acción al presidente contra la inflación o contra la inseguridad, pero los resultados no llegan. Por eso, en el sondeo, los atributos de Boric que más sufren son capacidad para gobernar (cayó a un 40%) y liderazgo u autoridad (se redujo a un 38%).
Sin embargo hay otros atributos en Boric que resisten y que muestran un líder que retuvo su carácter y, en tres meses, lo convirtió en lecciones de madurez a las que podrían estar atentos otros líderes de la región, de la Argentina y Brasil a Colombia y Perú. Carisma (aprobado por el 67% de los sondeados) y cercanía (58 %) son esos rasgos sobresalientes.
En su discurso ante el Congreso, el presidente hizo con esa “cercanía” algo extrañísimo en la política regional: se abstuvo púbicamente de crear falsas expectativas. Agobiados por la pandemia, la inflación, la desigualdad, la falta de crecimiento, los sudamericanos no necesitan más líderes iluminados que juran que arreglarán todos los males con unas pocas ideas y muchos gritos. La realidad se encarga de desnudar esas promesas en segundos.
“Me entristece decir que no nos merecemos tantos aplausos, porque el déficit de viviendas es mucho más grande. No podemos prometer cosas que no vamos a poder cumplir. El déficit de vivienda en Chile es de 650.000 viviendas, decía que quizás esto no se había visto antes”, dijo Boric y admitió que solo logrará construir 260.000 casas en sus cuatro años de gobierno.
Con su carisma y empatía, el presidente chileno se plantó frente a otro mandamiento del actual manual del político sudamericano aprendiz de presidente: el que indica que el “ellos o nosotros” es el relato más rápido para polarizar y generar apoyo.
“El 4 de septiembre próximo nos vamos a enfrentar a una decisión trascendental: aprobar o rechazar la propuesta de una nueva Constitución. Quiero decir con mucha claridad que ambas opciones son legítimas y que el gobierno tiene el deber de garantizar que la ciudadanía se manifieste libremente en las urnas”, aseveró.
En el país de Boric tienen lugar quienes sienten como él o no, quienes apoyan la Constitución por la cual él tanto luchó o quienes la rechazan. Pensar de otra manera, aspirar a una nación diferente no convierte al otro en un demonio.
Como si atacar el “ellos o nosotros” no fuera poco, el mandatario chileno se las agarró también contra otro mandamiento del líder sudamericano de hoy: todo mal actual es el producto directo y excluyente de la presidencia anterior (eso si la presidencia es de otro signo, obviamente) o de cualquiera asociado a ella.
“Quiero reconocer y valorar a todas las trabajadoras y trabajadores de la salud. Han cumplido un rol fundamental y nos han enseñado lo que significa el compromiso con la vida y el bienestar de las personas. Reconozco también la labor, dedicación y aprendizajes de las autoridades del Ministerio de Salud del gobierno de mi predecesor, Sebastián Piñera. Para nadie era fácil ni obvio cómo había que abordarlo y si en algún momento fuimos injustos en las críticas, quiero reconocer que lo hicimos de buena fe y que entendemos la dificultades de afrontar algo tan complejo como una pandemia desconocida para el mundo”, dijo.
¿Qué pensarán Alberto Fernández, que acaba de describir a su antecesor directo, Mauricio Macri, de “ladrón de guante blanco”, o Jair Bolsonaro, que, hace un año, tildó de “hijo de puta” al presidente del Tribunal Electoral de Brasil, de la osadía de Boric? ¿Cómo se atreve el presidente chileno a desconocer el manual que hoy domina a la política regional?
Gabriel Boric va de tropezón en tropezón; tiene muchos proyectos y pocos votos en el Congreso y un gabinete que ya muestra fisuras. Seguramente haya en su tono dialoguista y realista y racional tanto una necesidad como un aprendizaje y un rasgo de personalidad.
Pero su ocurrencia de este miércoles tal vez sea un respiro y un puente para una política regional que hoy cree que la solución a esta década perdida y de gobernabilidad imposible es gritar, dividir, destruir y prometer más en lugar de conciliar y reconstruir.
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