Hace solo unas semanas, parecía que el coronavirus no le perdonaba a Europa su demora para reaccionar, descargaba toda su furia sobre ella y se disponía a dejarla exhausta y sin aliento. Pero entrada la segunda mitad del año más difícil del siglo, la Unión Europea se empieza a levantar y a dejar atrás inequívocamente la primera oleada de una pandemia que se llevó la vida de decenas de miles de europeos y amenazó la misma existencia del bloque.
Hoy Europa se puede atrever a disputarle a China la historia de éxito ante la epidemia; después de todo, empieza a derrotarla con menos autoritarismo y más transparencia. Mientras, el virus castiga a otras potencias y alimenta y agranda sus debilidades de siempre; eso sucede en un Estados Unidos y en un Brasil polarizados.
Las salidas de Europa trataron de privilegiar tanto la salud y la economía como valores asociados al bloque –libertad y pluralismo- y no fueron simples ni gratuitas; tuvieron sus costos, pero hoy los europeos empiezan a disfrutar de su primavera y su vida, con una rutina recuperada que le deja algunas lecciones a la Argentina.
Desconfinamiento y rebrote no son necesariamente sinónimos
Bérgamo fue la señal de alarma. A finales de febrero y comienzos de marzo, con su creciente número de muertes y contagios, esa provincia del rico norte italiano le avisó al resto del país y de Europa que el coronavirus había llegado al continente y se disponía a causar estragos. Y eso precisamente hizo la pandemia.
Entre el 20 de febrero y el 31 de marzo, el virus provocó oficialmente 2346 muertos, el 0,2% de los 1.115.000 habitantes de la provincia y el equivalente, en la Argentina, a casi 90.000 personas. Unos tres meses después, luego de prácticamente dos meses de rigurosa cuarentena y de 30 días de desconfinamientocauteloso y progresivo, Bérgamo vuelve con fuerza a la vida: hoy solo registró 73 nuevos contagios y anteayer apenas un caso y ningún deceso.
Como el resto de Italia, Lombardía, la región a la que pertenece Bérgamo, reabrió el 4 de mayo. Desde entonces hubo algunos minipicos de contagios y desbordes en salidas, pero la curva mantuvo su línea descendente y hoy, realizados más 19.000 tests de diagnóstico en el día, la región tiene un índice de positividad (la cantidad de pruebas que da positivo) de 2,5%, un número que -según la Organización Mundial de la Salud- acerca a Lombardía a un escenario impensado hace dos meses, el de pandemia controlada.
El norte italiano no es la excepción; lo mismo sucede en toda Italia y Europa. El continente que en marzo se desesperaba por detener el avance de la peor amenaza desde la Segunda Guerra Mundial hoy empieza a vivir la "primavera del coronavirus": pese a estar todos en alguna etapa de desconfinamiento, ningún país del bloque tiene hoy repunte de casos; desde Dinamarca y Suecia a Portugal y Grecia, las curvas son descendentes.
En los tres países más afectados, Italia, Francia y España, caen los números que tanto desvelaron a sus sociedades hace apenas unos meses pese a que sus habitantes ya disfrutan de bares y restaurantes, sus industrias comienzan a funcionar a pleno y que la casi totalidad de sus comercios abren al público. Todos tuvieron rebrotes o "clusters" que asustaron a las autoridades, como un cumpleaños en Lleida o un partido de fútbol clandestino en Estrasburgo y la reapertura de algunos colegios en otros rincones de Francia o el desborde de jóvenes en bares de Milán. Pero todos fueron controlados y las cifras de muertos, contagios y de pacientes en terapia intensiva se reduce día a día.
El día que reabrió Italia, por ejemplo, tenía 99.980 casos activos; hoy cuenta con algo más de un tercio de eso, 38.400 casos; mientras tanto hoy registró 81 muertes, cuando el día más letal (el 27 de marzo) contabilizó 919 decesos. Francia, por su lado, celebra que el número de pacientes Covid-19 en terapias intensivas cae día a día y que sus contagios no superan los 1000 casos diarios desde hace casi un mes, cuando el día de más infecciones (el 31 de marzo) contó con 7578. España, en tanto, empieza ya a habilitar casi todas las actividades incluso en las áreas más golpeadas, como Madrid, Castilla La Mancha y Barcelona, al ritmo de la liberación de sus unidades de terapia intensiva, convertidas, en marzo y abril, en campos de batalla.
Las explicaciones para la caída sistemática de todas las curvas a la vez que los países se reabrían son varias, algunas con más evidencia que otras. La primera es que los europeos parecen haber incorporado la cautela para moverse y haber normalizado los hábitos de distanciamiento social y, pese a la reapertura de viajes dentro de los países, aún no se atreven del todo a la vida como era hasta fines de 2019.
Los informes de movilidad de Google y Apple muestran que ningún país recuperó del todo su actividad. De los tres más golpeados, el que más se acerca a los niveles de fines de febrero es Francia, cuyos habitantes no solo vuelven a la calle sino que ya piensan en el verano y triplicaron las reservas en campings y hospedajes del país en las últimas semanas, según empresas mayoristas de viajes. Por su parte, los españoles son los más cuidadosos y los que menos se aventuran más allá de su casa o de su barrio. Como sucede en otros rincones del mundo, en Francia, España e Italia, el transporte público sigue siendo, a pesar de la reapertura, un objeto de suspicacias y todos demoran su uso.
Ciertos sectores de la ciencia ofrecen otras explicaciones para la caída de infecciones y muertes, pero advierten que aún no hay ninguna evidencia firme para sostener sus argumentos. Entre ellos están los científicos que especulan, sin esas pruebas, que el Covid-19 ya comenzó a cambiar y a perder su carga viral, por lo que la transmisibilidad se vuelve menos efectiva. Están también los especialistas que arriesgan con que la población contagiada es mucho mayor a la conocida por lo que la porción de habitantes susceptible a la infección es cada día menor.
Por ahora, los números indican, sin embargo, que la "inmunidad de rebaño" está lejos. Un estudio de hace tres semanas muestra que la población contagiada en España es de alrededor del 5%; en Suecia, donde las restricciones fueron más relajadas que en otros países, Estocolmo tendría un 7% de la población ya infectada y con inmunidad.
Tal vez la explicación más práctica la dio ayer el jefe del consejo científico de Emmanuel Macron, al anunciar que Francia logró controlar la pandemia. "Tenemos todas las herramientas para controlar los nuevos casos. Tenemos los tests, todo un sistema de aislamiento, que permite evidentemente evitar la extensión", explicó Jean- Francois Delfraissy.
Sociedades cautelosas y conscientes del riesgo, sistemas sanitarios preparados y gobiernos a la ofensiva y con una estrategia preventiva de contención de las cadenas infecciosas parecen ser la fórmula de éxito que Europa construyó para reemplazar las cuarentenas, detener por ahora el virus y reactivar sus países.
"De ahora en más, la libertad será la regla y las restricciones, la excepción", dijo la semana pasada el popular premier francés, Edouard Philippe, al anunciar una nueva etapa de desconfinamiento.
El disenso tensa, pero no rompe
Si la libertad de sus ciudadanos es uno de los valores que más tuvieron en cuenta los gobernantes europeos a la hora a acelerar el fin de las cuarentenas, la integración fue el valor que no perdieron de vista ni en los momentos de mayor disenso sobre cómo enfrentar la pandemia dentro de la Unión Europea.
La primera reacción del bloque al coronavirus fue la descoordinación, las peleas, la reinstauración de las fronteras y la desconfianza. Si los países se unieron hacia adentro, hacia afuera de se distanciaron. Fue tal el repliegue nacionalista de los gobiernos y la suspicacia que dirigentes, especialistas y hasta ciudadanos de la calle profetizaron el final de la UE, el mayor experimento de integración y paz de la historia. El pánico condujo al caos y el caos, a la amenaza de final. La evidencia de que eso estaba a punto de suceder creció en abril y mayo con las notables diferencias entre los países del sur, sobre todo España e Italia, con los del norte, Alemania, Holanda, Dinamarca, Suecia, Austria, sobre cómo ayudar a las naciones más devastadas por la pandemia.
Ese disenso obligó a los líderes a una y otra telereunión y a ásperas negociaciones hasta que finalmente Ángela Merkel y otros dirigentes cedieron y el consenso se impuso, hace apenas unas semanas. Ese acuerdo llegó en la forma de un paquete de ayuda de 750.000 millones para los países más afectados en su salud y economía, especialmente Italia y España.
Pese a que la tensión condujo a muchos a descreer del futuro de la UE emergió como un factor determinante en el inicio de la reanimación económica de la Europa pospandemia; en lugar de romper, ayudó a reconstruir.
Ese consenso aceleró, además, una decisión que también parecía improbable hace más de un mes y hoy ya tiene plazo para julio: la reapertura de las fronteras dentro del bloque, una medida destinada a cuidar la salud, la identidad y el futuro de la UE.
Mientras la UE comienza a ahuyentar los fantasmas, las otras grandes potencias se enfrentan a sus lastres de siempre, potenciados precisamente por la pandemia.
China, el país donde el disenso está prohibido y es penado, intenta deshacerse, a veces sin mucho éxito, del daño que el origen y la gestión inicial del coronavirus y su reacción diplomática produjeron sobre su imagen global.
Estados Unidos también se descalabra por los defectos de siempre, que la pandemia se encargó de visibilizar. La tensión racial y la desigualdad económica explotaron en la cara de la mayor potencia del mundo esta semana, agudizadas ambas por una polarización que es, más que el ejercicio del disenso, una creciente y paralizante guerra de antagonismos.
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