De ejemplo de modernidad al ostracismo
MADRID.- Hija y hermana de rey, Cristina de Borbón entrará en los libros de historia de España como el primer miembro de la realeza del país que se sienta como acusado en el banquillo. Eso si no es condenada, porque los dos delitos fiscales que le atribuye el juez pueden acarrearle hasta cuatro años de cárcel.
Nacida el 13 de junio de 1965 en Madrid, hasta que, a fines de 2011, estalló de lleno el caso de corrupción que protagoniza su marido, el ex jugador de handball Iñaki Urdangarin, de Cristina se había destacado siempre su forma de vivir moderna y en ocasiones al margen de convencionalismos imperantes.
Fue de hecho la primera de la familia real en tener un título de licenciada universitaria: en Ciencias Políticas, una carrera que cursó en la Universidad Complutense de Madrid, en la misma facultad de la que luego salieron Pablo Iglesias y otros líderes de Podemos. Hizo un master en Relaciones Internacionales en la Universidad de Nueva York y prácticas para la Unesco en París. Se instaló después en Barcelona y comenzó a trabajar para Fundación La Caixa, la misma para la que continúa haciéndolo y la cual le facilitó el año pasado un puesto en Ginebra para dejar atrás la presión de España.
Ella y Urdangarin se conocieron oficialmente en 1996 durante los Juegos Olímpicos de Atlanta, aunque Cristina ya se había fijado en el alto y rubio deportista a principios de los 90 en un centro de entrenamiento en las afueras de Barcelona. "¿Quién es ese rubio?", preguntó a una amiga al verlo en el comedor. Se casaron en 1997 en Barcelona, en la segunda boda real de la España democrática tras la de Elena. Juntos tuvieron cuatro hijos.
El cierre de filas con su marido ha sido siempre total, agravando la crisis de los últimos años de reinado de su padre, Juan Carlos I. Pese a lo que la justicia iba descubriendo y la prensa aireando sobre Urdangarin, que será juzgado por apropiarse de seis millones de euros de dinero público junto a su ex socio, ni se divorció ni renunció a sus derechos dinásticos, lo que habría quitado presión a la corona.
No son pocas las voces que tras la abdicación del monarca, este junio, sitúan directamente la situación judicial de su hija. El año pasado, el escándalo la salpicó de lleno a ella cuando en abril fue imputada por primera vez por el juez José Castro, que la consideró cómplice del ex deportista. Pero la Audiencia de Palma, instancia superior a Castro, anuló luego la imputación. En enero de este año llegó la segunda imputación y en febrero Cristina se convertía en el primer miembro de la familia real en ser interrogado como imputado por un juez. Entre gran expectación mediática y social se desplazó a Palma de Mallorca, al juzgado del juez Castro, que ayer la mandó definitivamente al banquillo por dos delitos fiscales. Todo este escándalo ha dejado en la más absoluta soledad a Cristina, porque la casa real española fue construyendo en los últimos tiempos un muro de contención en torno a ella. Apartó de la agenda oficial a su marido a fines de 2011, poco antes de que el juez lo imputase, y con él, de facto, también a ella. Nunca más volvió a participar en un acto oficial. De hecho quedó excluida completamente de la proclamación de su hermano. Para entonces, Felipe y Letizia hacía ya tiempo que habían retirado la palabra a Cristina y su marido. Hace años, las dos parejas tenían una estrecha relación. Su hermana y su cuñado habían sido incluso cómplices en el noviazgo entre Felipe y la ex periodista.
Hasta que comenzó todo este asunto, de las dos hermanas del monarca Cristina era la que tenía un vínculo más estrecho con él, al que saca tres años. Compartían aficiones deportivas y tenían caracteres parecidos. Pero la relación personal se rompió cuando Felipe y Letizia, aún príncipes, se apartaron de ella para evitar daños a su futuro reinado. Una de las primeras medidas que tomó Felipe VI tras su proclamación fue reducir el núcleo de la familia real, dejando fuera de ella a sus dos hermanas.
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