De Afganistán a la Argentina: ¿afectará el fracaso de EE.UU. a América Latina?
Las réplicas del desastre norteamericano durante la evacuación de Kabul se sentirán en todo el mundo; el impacto puede presentarle beneficios a la región
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Estados Unidos terminó el siglo XX como la potencia suprema e indiscutible del mundo y comenzó el XXI como un país golpeado. Ese imprevisto desvío afectó a América Latina en más de una manera.
La “nación indispensable”, como la describió la exsecretaria de Estado Madeleine Albright a fines de los 90, amaneció en el siglo XXI con el peor ataque en tierra continental de su historia. Los atentados del 11 de Septiembre estremecieron las entrañas norteamericanas y reordenaron, de repente, sus prioridades políticas, geográficas, militares y económicas.
Hasta ese día, la Casa Blanca de George W. Bush declamaba su amor por América Latina y la describía como “la región más importante para la prosperidad y seguridad de Estados Unidos”. Pero el mayor golpe geopolítico de esas décadas hizo que las palabras se diluyeran tan rápidamente como cambiaron los focos de atención norteamericanos.
Mientras el mundo se reordenaba, Estados Unidos empezaba a alejarse de América Latina y a concentrarse mayoritariamente en Medio Oriente y Asia.
Veinte años después, otro golpe desnuda la fragilidad y la sorprendente impericia de la mayor potencia del planeta y de sus órganos de inteligencia y de seguridad.
Este nuevo sismo geopolítico tiene un epicentro, Afganistán, pero su intensidad es tal que las réplicas se sienten en prácticamente todo el mundo. El fracaso de la OTAN y Estados Unidos, el regreso de los talibanes, el caos e improvisación de la evacuación, el sangriento atentado en el aeropuerto de Kabul jaquean la vida de millones de afganos y afganas, revitalizan la amenaza del terrorismo islámico en casi todo el mundo, exponen a Europa y a varias naciones asiáticas a otra oleada migratoria, oscurecen el futuro del mandato de Joe Biden, debilitan la alianza entre Washington y sus socios históricos y fortalecen las ambiciones de China y Rusia en su rivalidad con Estados Unidos.
Al igual que en las semanas posteriores al atentado a las Torres Gemelas, las piezas del tablero global se mueven y empiezan a reordenarse. Aún es incierto cómo quedará ese escenario, pero un elemento es claro. Esta vez Estados Unidos no cuenta con la solidaridad global ni el consenso estratégico de 2001. Todo lo contrario. Su credibilidad y su confiabilidad, rasgos esenciales de su influencia global, fueron dañadas y sus valores de democracia y reconstrucción de países, esos sobre los que Estados Unidos y el resto de Occidente levantan su “poder suave”, sufren.
“Es un fracaso colectivo de Occidente en el tema de considera la universalidad de sus valores. El golpe a la imagen es enorme”, dice, en diálogo con LA NACION desde Washington, Gonzalo Paz, profesor e investigador especializado en las relaciones de América Latina con China en la Universidad de Georgetown.
Es un fracaso colectivo de Occidente en el tema de considera la universalidad de sus valores. El golpe a la imagen es enorme
Ese fracaso no solo estropea la imagen de Estados Unidos en Asia, una región decisiva para su competencia con China, sino que también desgasta su vínculo con una Europa que esperaba mucho más de Joe Biden.
¿Y a América Latina cómo la afecta? Más allá del impacto emocional ante las imágenes del éxodo o del peligro que enfrentan las afganas con el retorno de los talibanes, el estrepitoso fallido resonará en la región más a través de su relación con Estados Unidos que de manera directa. Y esas reverberaciones pueden, incluso, presentarle varios beneficios a América Latina.
1. Impacto indirecto
“La región no tiene una conexión fuerte con Afganistán. Hoy está subsumida por la crisis del Covid, por la brutal caída de su PBI, por la erosión de la confianza en la democracia. La región está mirando muy para adentro. El impacto, creo, va a ser mucho más indirecto que directo”, advierte Paz.
Ese impacto indirecto, sobre el cual concuerdan varios especialistas consultados por LA NACION, proviene de dos fuentes, una coyuntural y otra estructural. La primera es la política doméstica y la imagen interna de Joe Biden tras el improvisado y caótico retiro de Afganistán.
Casi más que para cualquier otra administración norteamericana anterior, la política exterior es sinónimo de política doméstica para la Casa Blanca de Joe Biden.
Sin ambigüedades, lo anticipó el cerebro de la actual relación de Estados Unidos con el resto del mundo y hoy asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, en un paper publicado con otros diez especialistas en septiembre del año pasado, en plena campaña de Biden por la presidencia. El título del documento no deja ninguna duda: Haciendo que la política exterior funcione mejor para la clase media.
“Si Estados Unidos tiene chances de renovarse internamente, debe concebir su lugar en el mundo de manera diferente… Muchos norteamericanos están menos preocupados con dar vuelta políticas comerciales y más preocupados por cómo las intervenciones militares y los cambios en los compromisos globales del país, entre otros aspectos de la política exterior, pueden afectar su seguridad y su bienestar económico”, dice el paper, una mezcla de la visión de Sullivan con las ideas de un Biden que siempre desconfió de la eficacia y capacidad de éxito de la invasión a Afganistán.
La clase media norteamericana es testigo de cómo sus ingresos se estancaron pese al constante crecimiento del país en la última década y cómo sus gastos, en especial en educación, salud y vivienda, aumentan. Con diferencia de presupuestos, le inquieta lo mismo que desvela a la clase media argentina: perder su estatus.
2. El problema de la “política exterior para la clase media”
Para garantizarle “prosperidad y seguridad” a esa clase media, Sullivan y los otros investigadores proponen “una política exterior que sostenga el liderazgo norteamericano en el mundo pero que esté dirigida a objetivos menos ambiciosos, que esquiven el cambio de régimen y la transformación de otras naciones a través de la intervención militar”.
El problema es que la política exterior diseñada por Sullivan para beneficiar a la clase media ahora podría perjudicar a Biden. La ocupación en Afganistán hace mucho dejó de entusiasmar a los norteamericanos al punto de que incluso están de acuerdo con la retirada hoy, dos semanas después del avance talibán que devolvió al país asiático al mismo lugar en el que estaba hace 20 años.
De acuerdo con un sondeo de AP-Norc de hace una semana, el 62% de los estadounidenses creen que esa ocupación no valió la pena. Sin embargo, la desprolijidad e improvisación de la retirada sí enojó a los norteamericanos. En los días posteriores a que los talibanes entraran en Kabul, la aprobación de Biden se desplomó y, por primera vez desde que asumió, la aprobación fue menor que el rechazo, según la encuesta semanal de Reuters-Ipsos. Ese golpe hace sonar las alarmas demócratas.
3. Un Biden más duro con Venezuela y Cuba
“Afganistán complica mucho a Biden, lo que le da más importancia aún a la política doméstica porque esto podría afectarlo en las elecciones legislativas del año próximo, en las que se juega el control del Congreso”, explica, en diálogo con LA NACION desde Washington Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano.
Y esa complicación interna es el primer impacto indirecto sobre América Latina, incluso sobre temas que podrían tensar la relación entre la Argentina y Estados Unidos.
“En los temas que importan [de América latina] en las elecciones, como migraciones, Venezuela y Cuba, va a tener que mostrarse más fuerte, va a tener que mostrar que no es débil”, advierte Shifter.
En los temas que importan [de América latina] en las elecciones, como migraciones, Venezuela y Cuba, va a tener que mostrarse más fuerte, va a tener que mostrar que no es débil
Venezuela y Cuba resuenan y resonaron en los últimos ciclos de elecciones norteamericanas, sobre todo por el peso de los votantes de esos orígenes en Florida. Y ambos viven hoy procesos internos que tocan la puerta de la Casa Blanca, las negociaciones en México entre el chavismo y la oposición para encontrar una salida a la peor crisis política y humanitaria de la región en la historia reciente y las inéditas protestas que sacudieron al régimen cubano, en julio pasado. Ambos fueron también ejes de chispazos entre Washington y la Argentina y de fricciones dentro de la coalición gobernante local.
Si bien el fracaso en Afganistán y los pilares de la política exterior del presidente demócrata conducen a descartar la opción militar en Venezuela o el cambio de régimen en Cuba, el resultado del caos actual puede ser una política norteamericana con esos países más parecida a la de Donald Trump que a la que prometía el propio Biden. No solo porque el mandatario busque deshacerse de la imagen de debilidad sino porque la política norteamericana se polariza cada día más.
“El daño político de Afganistán va a hacer que Biden sea más cauteloso con América Latina. Ya antes de esto tenía dudas de tomar riesgos políticos, incluido con Cuba, pese a haber prometido que revertiría la línea dura de Trump con la isla. De la misma forma, a medida que se acercan las elecciones legislativas, Biden podría dudar de reducir la presión sobre el gobierno venezolano salvo que Maduro ofrezca compromisos significativos e irreversibles sobre elecciones libres y justas, presos políticos, independencia judicial y derechos humanos”, dice, en diálogo con LA NACION, Benjamin Gedan, vicedirector del Programa de América Latina del Wilson Center.
4. Adiós a las distracciones
Como parte de su estrategia de control de daños de los errores de las últimas dos semanas, la Casa Blanca insiste en que el fracaso en Afganistán no es una derrota del liderazgo y poderío norteamericano ni una señal de vacío de poder global. Es, en todo caso, un repliegue táctico para reordenar esfuerzos y prioridades y enfocarse en el verdadero rival de Estados Unidos en este siglo.
“La salida no implica un retorno al ‘Primero Estados Unidos’ [de Trump] sino un reconocimiento de que hay mejores usos globales para los enormes recursos que el país estaba gastando en esa misión imposible en Asia Central”, explica Gedan.
Esos “mejores usos globales” tienen nombre y apellido: la China de Xi Jinping, con toda su ambición de ser la superpotencia capaz de disputarle la hegemonía global a Estados Unidos.
Todos los especialistas -Paz, Shifter y Gedan- coincidieron que Washington ya no quiere más “distracciones” en esta nueva y oficializada bipolaridad.
Allí reside el segundo impacto indirecto –el más estructural- que el fracaso en Afganistán tendrá sobre América Latina, su lugar en la competencia estratégica que Estados Unidos y China plantean, ya sin disimulos y a largo plazo, en todos los rincones del mundo.
En estas dos semanas China encontró igual número de supuestos argumentos para burlarse de Estados Unidos y celebrar su caída. Por un lado, el fracaso despeja Asia de la presencia militar norteamericana y le allana el camino a los ricos recursos minerales de Afganistán. Por el otro, la imagen del poderío norteamericano se desdibuja en el resto del mundo.
Sin embargo, ambos motivos implican riesgos para Pekín. Afganistán ya probó ser una trampa para todas las potencias que quisieron ocuparlo, desde Gran Bretaña a Rusia y Estados Unidos, y la amenaza terrorista islamista es tan preocupante para China como para su adversario. Además, consciente del golpe a su “poder blando” y con recursos liberados, la administración Biden se dispone a “reconquistar” las diferentes regiones del mundo.
“No es una situación de suma cero para China. No es tan obvio que una pérdida para Estados Unidos sea una ganancia para China o Rusia. Aún no sabemos cuál es el nuevo statu quo, eso aún está por verse”, opina Paz.
Ese nuevo statu quo podría empezar a desarrollarse en todas las regiones, no solo en Asia. Es decir, que a diferencia de lo que sucedió en 2001, América Latina, una región donde China desplazó progresivamente a Estados Unidos como socio comercial e inversor en las últimas dos décadas, podría encontrarse con un Washington más presente y activo.
“Va a haber una política más de persuasión que de exigir a los países que tomen partido –pronostica Shifter-. Será una política destinada a convencer a los países que China no es un socio conveniente”.
Esa nueva política de seducción implicará, para el presidente del Diálogo Interamericano, que Estados Unidos “haga mejores ofertas” a la región. Y entre esas ofertas, la Argentina podría encontrar renovadas oportunidades, como por ejemplo en sus reservas de litio.
“Estados Unidos tendrá más recursos para competir con ‘La Franja y La Ruta’ y las agencias como USAID tendrán más capacidad para fortalecer las instituciones democráticas latinoamericanas y combatir la corrupción. En vez de incentivar inversiones para la extracción de elementos poco comunes de la tierra en Afganistán, Estados Unidos puede priorizar el sector de litio en América del Sur”, aventura Gedan.
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