Damián Pinardi, el carpintero argentino que ayudó a restaurar la catedral de Notre Dame con un hacha medieval
En diálogo con LA NACION, cuenta como desde su infancia en el barrio Alberdi en Córdoba llevó su pasión por el mundo hasta participar en la reconstrucción de la catedral más famosa de París
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PARÍS.– Damián Pinardi es un carpintero cordobés, del barrio Alberdi, con una vida algo “rocambolesca”. Una vida que en uno de sus meandros lo trajo a Francia donde pasó dos años participando en la reconstrucción de Notre Dame de París con un hacha medieval que bautizó “Mafalda”. A los 44 años, con dos hijos y la cabeza llena de proyectos, Damián sigue “persiguiendo sueños”.
El día del incendio de Notre Dame, Damián Pinardi estaba en Escocia, trabajando en la Hermandad de Carpinteros Ingleses en la restauración de un edificio del siglo VII, usando únicamente hachas para escuadrar y ensamblar.
“Después del primer shock de ver todo ese patrimonio de la humanidad en llamas, me dije ‘yo tengo que estar ahí’”, relató a LA NACION, pocos días antes de terminar su trabajo en la capital francesa.
Pero nada fue instantáneo. Tuvo que esperar tres años y hacerse conocer un poco más gracias a un trabajo que hizo con Carpinteros sin Fronteras en Italia, donde vivió casi diez años.
“Sobre todo fue Loïc Desmonts, fundador de una de las empresas que estuvieron dedicadas a la reconstrucción de la parte medieval de la cubierta, el coro y la nave, de Notre Dame quien me llamó para formar parte de su equipo de écariseurs”, precisó Pinardi.
—¿Cómo se dice écariseurs en español?
—Labradores, labradores de madera. El término correcto es carpinteros de lo blanco. Porque al quitar la capa exterior del tronco se revela ese blanco. Entonces Desmonts me mandó a formar parte del equipo basado en los atelieres de la región de Angers. Cuando llegué era el único extranjero, que además no hablaba una palabra de francés… Llegué a un sitio enorme, rodeado de monstruos sagrados, unos carpinteros increíbles. Y yo ahí, chiquito… No podía creer que pudiera estar ahí. La suerte es que todos teníamos el lenguaje común de la madera y las herramientas. Sobre todo la pasión por ambas cosas. Viví muchas cosas para poder quedarme. Siempre tuve contratos un poco precarios: primero una semana, después dos, un mes, y otro mes, y así estuve dos años.
—¿Cómo llegaste a ser un carpintero excepcional, sobre todo de lo antiquísimo, en un país como la Argentina, que por supuesto no tiene dos mil años de historia como Europa?
—Bueno, yo crecí un poco por medio mundo. Una buena parte en Argentina, después de 11 años en Italia, en Escocia, donde estudié distintas carreras, y la pasión por la madera me surgió en Ushuaia, donde trabajaba con los perros de trineo. En ese momento, con el Gato Curuchet, que en su época era bastante famoso, teníamos que construir cabañitas o reparos y los materiales llegaban muy difícilmente. Como yo tenía un hacha y una motosierra, cuando nos daban autorización para cortar algunos árboles, fabricaba muebles y encajes. Así surgió mi pasión. Una vez llegado a Europa, en Escocia precisamente, me formé como ebanista y restaurador de muebles.
—¿Estás especializado en una época precisa de arquitectura de Edad Media?¿Qué es lo que haces en particular?
—Más que nada, estructuras medievales, del siglo XIV al XVI, dependiendo un poco de los países. Somos bastante pocos en Europa. Todo depende de los proyectos.
—¿Por ejemplo?
—Ahora estamos viendo si podemos ocuparnos de la Bolsa de Copenhague [que se incendió el 16 de abril de 2024]. Es un edificio del siglo XVI, que también fue trabajado al hacha en esa época. Entonces, digamos, antes de 1700-1800, depende de los países, hasta que se impuso el uso de la máquina para trabajar la madera.
—O sea que no participaste para nada en el trabajo de la aguja de Notre Dame (1860), que ya era la época de Viollet-le-Duc, donde la madera se cortaba con sierras mecánicas. Por el contrario, el trabajo de la llamada ‘forêt’, es decir la cubierta de vigas que sostiene el techo propiamente dicho e instalada antes de 1226, fue completamente diferente del trabajo de la aguja, desde el punto de vista de la técnica utilizada. Todas esas vigas fueron trabajadas a mano, a la hacha.
—Sí, correcto. Dos épocas completamente distintas. Un resultado distinto, una filosofía distinta, sobre todo, el uso de la madera labrada a mano y no con sierra.
—Sé que se hicieron instrumentos especiales justamente para trabajar la madera a mano, como se hacía en aquella época ya que la decisión de reconstruir fue hacerlo exactamente ‘à l’identique’. Vos me decís que trabajabas con hacha ya desde el primer día en que empezaste a preocuparte por la madera. ¿Fue muy difícil acostumbrarte a esos nuevos instrumentos? ¿Cómo fue tener en la mano lo mismos que usaba la gente de tu oficio en el 1300?
—Digamos que las hachas, aunque se parezcan un poquito, son muy distintas unas de otras. No sé, hay que hacerse a la herramienta. Y suele haber un período de transición, de adaptación, que puede ser de algunas horas a algunos días. Una vez que conocés bien la herramienta podés trabajar mucho mejor. Las hachas, copia de las medievales que fueron hechas para Notre Dame, por un grupo de herreros de la empresa Soumia Luquetson son excelentes. Nos forjaron unas 60 hachas de distintos tipos, para cada tarea, tipo de madera, para carpinteros debutantes, intermedios y expertos. Y teníamos el privilegio de poder probarlas todas. Y, aunque parecidas, todas era distintas. Al final yo me enamoré de un hacha de experto que bauticé Mafalda. Y con ella he pasado nueve meses en los que creamos una muy fuerte relación. Es que nosotros, los artesanos, creamos un vínculo bastante íntimo y afectuoso con las herramientas que tenemos en la mano todo el día, durante meses y meses. La verdad es que fue increíble.
—¿La pudiste guardar?
—Por desgracia, no. Es que muchas de ellas se convirtieron en regalos políticos. Porque Macron cedió una, el Papa también tiene una, utilizada por un compañero Edouard Cortés. Esas hachas siguen estando en el taller donde estuve trabajando en la primera época y algunas ya fueron donadas a varios personajes, como a los arquitectos. Yo no pierdo la esperanza, pero cada día lo veo más difícil.
—¿Cómo calificarías la calidad de los artesanos que conociste en Francia durante estos dos años en Notre Dame?
—Bueno, diré que son excepcionales en muchos aspectos. Cuando llegué, había algunos que tenían diez o 15 años de experiencia en el uso del hacha. Son monstruos, excepcionales como artesanos, sobre todo porque están empujados por una pasión y un amor al oficio. Son distintos del resto.
—¿Pertenecían todos a lo que se denomina en Francia los “compagnons”?, la élite de los artesanos, que deben hacer al menos tres años de estudios después del secundario.
—No necesariamente. Casi todo los que participamos en la parte medieval no éramos ‘compagnons’ aunque nos llamaran así. Somos carpinteros independientes, libres, y vamos adonde nos necesitan. Pero todos son técnicamente excepcionales. Y como personas aún más. En este tiempo tuve la suerte de participar en una especie de familia increíble.
—Vos estuviste en Italia diez años. Con la riqueza arquitectónica que tiene ese país, donde hay que restaurar miles de monumentos de épocas diferentes, ¿crees que los artesanos-carpinteros italianos son iguales, mejores o peores que los que encontraste en Francia?
—Digamos que lo bueno que tiene Francia es que ha mantenido la práctica y la memoria de este oficio. En otros países ha ido desapareciendo. Yo vivo en España últimamente. Ahí las técnicas tradicionales se han ido perdiendo. En general quedan muy pocos artesanos experimentados. En Italia ha pasado un poco lo mismo. En Francia sí se mantuvo. En gran parte gracias a los ‘compagnons’, que tienen el objetivo de la transmisión desde hace casi ocho siglos. Y con ese aprendizaje que tienen tan bien organizado. El trabajo del hacha acá en Francia ha podido renacer, en parte gracias a François Calame, el fundador de Carpinteros sin Fronteras en 1980. Los miembros de la organización fueron a Rumania, encontraron un rumano que todavía seguía con esa técnica y de ahí volvieron a aprender el oficio. Gracias a Calame debemos mucho de lo que se sabe hoy, de lo que se hace con el hacha. Gracias a él también se pudo reconstruir Notre Dame en forma idéntica. Fue él uno de los defensores de que reconstruyera usando la técnica del Medioevo.
—¿Tenés familia en España, estás casado, tenés chicos?
—Tengo dos varones de 10 y 11 años, que se llaman Atahualpa y Sherlock, y estoy separado.
—¿Y cuál es tu proyecto inmediato de vida aparte de la posibilidad de ir a trabajar a los países nórdicos?
—Ahora me vuelvo a España con mis hijos y después quisiera volver a Francia porque quiero seguir aprendiendo mucho de lo maravilloso que tiene este oficio. Soy un tipo super curioso, que necesita todavía aprender en este país. Además hemos creado unos vínculos espectaculares de amistad y de profesionalidad con muchos de los que participaron en este proyecto. Me gustaría encontrar un bosque y construirme una cabañita, y tener otra en España para cuidar a mis hijos. Es un poco reciente la separación y todo esto de Notre Dame ha sido súper intenso. Han sido dos años que me parecieron 20. No me enteré ni de la mitad de las cosas que pasaron en el mundo. Estábamos tan concentrados y trabajamos tanto, que prácticamente me desconecté de todo. Mi idea es seguir con este oficio, que también te permite viajar, y algún día volver a la ebanistería. Eso también me encanta, tener mi taller y poder hacer mis creaciones y participar en proyectos así, porque además te llena de una energía increíble. Este es un trabajo que no se puede hacer solo. Porque es muy difícil. Compartir estos momentos con un buen equipo, de verdad recarga muchísimo. Lo bueno y lo malo, se viven siempre juntos. Esto hace que un equipo se suelde muchísimo y relaciones sean muy fuertes.
—Específicamente, ¿qué hiciste en la reconstrucción de Notre Dame?
—Yo vine para labrar (en carpintería, se denomina labrado al proceso mediante el cual se convierte un tronco desde su forma natural cilíndrica en una viga de madera con superficies más o menos planas utilizando en su mayor parte un hacha plana) y finalmente hice de todo. Pasé cinco meses labrando. Me quedé un poco como responsable de la parte del labrado. Había un encargado, Mateo Pellegrino. Pero un trabajo así para una persona solo era demasiado. Y como ambos hablábamos italiano, pues fue más sencillo. Entonces me pidieron levantar toda la cubierta del coro y del ábside en el taller. Eso fue un privilegio. Poder levantar ese bosque en el taller para nosotros solos. Teníamos el techo de Notre Dame en el suelo. Y ahí sí fui a buscar mis hijos, y me los traje. Para que pudieran aprovechar ese privilegio.
Este fin de semana, Damián no pudo asistir a la inauguración de la catedral por falta de espacio. Pero hizo grandes encuentros. Conoció a Ken Follet, el célebre autor de “Los Pilares de la Tierra”, invitado especial a las celebraciones.
“Le dije: ‘Gracias a su libro yo estoy hoy aquí”, recordó.
También encontró a Emmanuel Macron.
“El viernes pasado cambié cuatro frases con el presidente, que hasta me habló la Argentina”, dice.
Para él y sus compañeros, habrá una misa especial el 15 de diciembre. Serán 2000 artesanos, de todas las especialidades, todos reunidos en la catedral. Para celebrar una última vez juntos una experiencia inolvidable.
“Todos juntos por última vez, será algo épico…”, aseguró.
En todo caso, Damián y muchos de sus compañeros de aventura están decididos a seguir haciendo cosas juntos.
“Nos dimos cuenta y demostramos que una banda de locos apasionados puede reconstruir una catedral. No sé si nos dimos a conocer, sobre todo con nuestro oficio, que al principio se consideraba trabajo de bárbaros, que usan hacha y no sierras. Ahora, las grandes empresas se dieron cuenta de nuestro valor. Por eso hemos formado un grupo siempre disponible a labrar cualquier cosa en toda Francia. Y como ahora todo lo que va a hacer la restauración de patrimonio exigirá que sea con madera labrada, creamos este grupo que se llama los Charpentiers de la Hache, para poder competir con las grandes empresas y dar un producto artesanal, promover y dar información. Tenemos muchas misiones que nacieron desde el proyecto. El fin de esta misión, para mí no tiene que ser un fin, sino no un comienzo”, agregó.
—¿Y en el futuro lejano?
—Tal vez volver a Argentina, cuando mis hijos sean más grandes. Y tal vez viajar a la Antártida, donde a veces necesitan carpinteros. Por eso estuve en Ushuaia, intentando conseguir un barco que me llevara. Pero bueno, como te dije, yo siempre voy persiguiendo sueños.
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