Cumbre de las Américas: Alberto Fernández y la Argentina, al frente de una región que se olvidó de sí misma
Pese a que la pobreza extrema se dispara y agobia a millones de latinoamericanos, este flagelo estuvo casi ausente de la agenda del Presidente y otros líderes, más enfocados en antagonizar
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Cuatro años pasaron entre la reunión en Lima, la última Cumbre de las Américas, en 2018, y la de Los Ángeles. En este tiempo, a la región no le faltó nada: pandemia, recesión, inflación, polarización, rebeliones callejeras, quiebres institucionales, derivas dictatoriales, persecuciones políticas, líderes tan populares como inexpertos y desintegración.
Bajo asedio, la democracia hizo y hace lo que puede para resistir. Y los latinoamericanos hacen lo que pueden para sobrevivir. En estos cuatro años también, la pobreza extrema, esa que indica que una persona apenas tiene para comer, duerme bajo un techo de chapa y sobre un piso de barro y tiene hijos sin vacunas ni educación formal, creció de 10,4% en 2018 a 14,9%, de acuerdo con datos publicados por la Cepal el martes pasado.
Treinta millones de latinoamericanos cayeron en ese estrato de supervivencia básica en cuatro años; son 20.547 por día; 856, por hora. En lo que le toma a un gobernante redactar un tuit - ¿cinco minutos?- para pelearse con un rival o criticar a un socio, 71 latinoamericanos se deslizan a la pobreza extrema, el lugar al que es muy fácil entrar y dolorosamente difícil salir. El presente se pierde y el futuro desaparece.
Alberto Fernández llegó a Los Ángeles como presidente argentino y como titular de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y, en esa función, fue uno de los primeros gobernantes en hablar en el plenario de la cumbre el jueves pasado.
¿Fue la pobreza extrema su tema? Apenas. Su discurso tocó muy por arriba el drama que agobia a todos los países de la región, pero sí fue el reflejo de otros males que rondan al continente y lo hunden en la parálisis: la fragmentación y la vocación de antagonizar, sobre todo en base a ideologías.
Las contradicciones presidenciales
Tres blancos tuvo Fernández. Sobre Luis Almagro, secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), la más antigua organización regional, se descargó con la acusación de haber alentado un quiebre institucional en Bolivia y con un vehemente pedido para que sea desplazado, un reclamo infrecuente en un foro internacional.
Es curioso que el presidente hiciera ese pedido como titular de la Celac. Ese organismo cuenta con 33 miembros, dos menos que la OEA, ya que Estados Unidos y Canadá no son parte. Hace dos años, Almagro fue reelegido en su puesto con 23 sufragios secretos. Por su postura pública, es factible deducir que Estados Unidos y Canadá se pronunciaron por Almagro. Quedan 21 votos a favor del secretario general, todos ellos miembros de la Celac.
¿Será que todos esos Estados cambiaron de opinión sobre Almagro desde 2020 hasta hoy? ¿Habrá verdaderamente consensuado el presidente con cada uno para refrendar su pedido de desplazamiento del funcionario de la OEA? ¿O sacó ventaja de una región desintegrada, cuyos países dialogan cada vez menos entre sí, para vociferar una exigencia más personal que otra cosa?
El marcado institucionalismo que llevó a Fernández a reclamar el despido de Almagro no fue tan marcado a la hora de hablar de Venezuela y Cuba. El Presidente dijo también representar a la región al cuestionar la decisión de Estados Unidos de no invitar a esas naciones y de “imponer su derecho de admisión” en la Cumbre. A las críticas al unilateralismo norteamericano, Fernández le sumó cuestionamientos al antecesor directo de Biden, Donald Trump. Es extraño que el Presidente no haya empleado el mismo énfasis institucionalista para interpelar los regímenes de Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel, interminables derivas autoritarias y fracasos económicos que contienen los principales males de la región hoy: la pobreza extrema y la violación sistemática de derechos humanos, motores de desolación y migración.
El desinterés de EE.UU.
Para Estados Unidos, el discurso de Fernández también tuvo dos caras, una como presidente argentino y otra como cabeza de un organismo que reúne a países bajo acoso de la pobreza, el estancamiento económico y del desgaste democrático.
“Las de Fernández fueron palabras muy duras. Pero [en Washington] hay una relación bipolar con la Argentina. Acá se sabe que, pese a sus problemas económicos, la Argentina tiene una de las democracias más resistentes del continente en momentos en que la democracia está bajo presión en casi todos los otros países. Por eso la tolerancia es mayor”, opinó, en diálogo con LA NACION, Brian Winter, vicepresidente para Políticas Públicas del Consejo de las Américas.
Desde que asumió, en 2021, Joe Biden se declaró abanderado de una nueva ofensiva democrática, una que, además de motivos electorales, lo llevó a excluir a Venezuela, Cuba y Nicaragua de la cumbre. Ese compromiso democrático parece, sin embargo, bastante relativo, o –al menos– aplica a algunos países y no a otros. En algunas semanas, por ejemplo, el presidente norteamericano se reunirá con el príncipe heredero saudita, Mohammed ben Salman, un autócrata entre autócratas. La democracia no es tan importante cuando el galón (3,78 litros) de nafta supera los 5 dólares en los surtidores norteamericanos.
La contradicción de Biden tal vez no sea un accidente; parece, en todo caso, un elemento más de la creciente distancia entre Estados Unidos y la región. La clásica retórica fraternal hacia América Latina de cada inicio de gobierno norteamericano se diluyó rápidamente en la administración Biden: la guerra en Ucrania y la tensión con China en Asia la anularon en menos de un año. Muestra de ese desinterés es que la Casa Blanca aún no llenó once embajadas norteamericanas vacantes, entre ellas las de Colombia y Brasil, naciones clave de la región.
La ideología y el falso institucionalismo de varias naciones combinados con el desinterés norteamericano dejan al continente en un lugar peligroso y la vocación de antagonizar deriva en una parálisis mayor aun. A la Cumbre no asistieron, en protesta por las ausencias de Nicaragua, Cuba y Venezuela, Guatemala, Honduras y México, naciones esenciales en el combate a la pobreza extrema.
“Hoy la región parece incapaz de proponerle una agenda positiva a Estados Unidos”, advierte, en diálogo con LA NACION, Gonzalo Paz, profesor en la Universidad de Georgetown, dedicado a estudiar la presencia de China en América Latina.
Los altibajos de China
Allá donde una superpotencia muestra desinterés, otra se posiciona, y más si está involucrada en una gran competencia estratégica por ser el actor mundial determinante. China desplazó ya a Estados Unidos de su ránking de principal socio comercial de la región (solo México mantiene a Estados Unidos como mayor socio).
En 2010, el volumen de intercambio comercial entre China y la región fue de 180.000 millones de dólares; en 2021 fue de 450.000 millones, casi tres veces más.
Pero China también da señales de suspicacias con la región. “China se está replegando un poco de la región. El comercio se mantiene fuerte pero las inversiones y la cooperación financiera cayeron mucho. Los chinos se arriesgan menos que hace 15 años con América Latina”, opina Paz.
Esos indicios de enfriamiento con la región aumentan en un año en el que los brotes de Covid-19, la guerra, las disrupciones en las cadenas de suministros debilitan como nunca a su economía al punto de que 2022 sería el primer año en varias décadas en el que Estados Unidos crece más que su rival.
Con un Estados Unidos cada vez más lejos y una China ensimismada, ¿qué le queda a la región del mundo que menos crecerá en los próximos años y que menos lo hizo en los últimos? Podría reforzarse hacia adentro, integrarse más. Pero parece que ya perdió el hábito. La fragmentación de América Latina no es solo política, es también comercial, es decir que falla allí donde otras regiones –como la Unión Europea– apostaron para garantizar su paz y su crecimiento.
En 2008, el 21% de las exportaciones latinoamericanas eran intrarregionales; en 2021, esa porción se redujo a 13%. Ni siquiera la alineación ideológica logra apalancar vínculos saludables. De acuerdo con estadísticas del gobierno mexicano, el intercambio comercial entre la Argentina de Fernández y el México de López Obrador, el socio político regional del Presidente, fue de 1300 millones de dólares en 2021, más de la mitad más chico que en 2013 (3100 millones de dólares), cuando Enrique Peña Nieto, de derecha, conducía la administración mexicana y Cristina Kirchner, la argentina.
Los años pasan y la región no solo se distancia de Estados Unidos y China, sino que además empieza a olvidarse de sí misma. Con pocas alternativas –y también poca voluntad–, la pobreza aumenta y, con ella, la insatisfacción, la ingobernabilidad, los grupos paraestatales y los riesgos sobre la democracia.
“Uno de los grandes riesgos para América Latina es hoy la irrelevancia. Está cada vez más ausente del debate internacional y de lo único que verdaderamente la vida de las sociedades, que es crecimiento económico”, advierte Winter.
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