¿Cuba sin un Castro? La isla se sumerge en lo desconocido
Miguel Díaz-Canel liderará el país rodeado de viejos aliados de los Castro; se enfrenta al gran descontento de los jóvenes que reclaman más libertad económica y menos control del Estado
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NUEVA YORK.- La semana pasada, cuando Raúl Castro anunció que preparaba su retiro como máximo líder de Cuba, también le hizo una advertencia a esa nación cada vez más dividida sobre el legado de la revolución comunista: la opción que tienen frente a sí los cubanos es la continuidad de los ideales de la revolución, o su claudicación.
La isla de Cuba es gobernada por un Castro desde 1959, cuando Fidel, hermano mayor de Raúl, lideró una insurgencia triunfal contra un dictador apoyado por Estados Unidos. Raúl Castro, que sucedió a su hermano en el poder, tiene hoy 89 años, y deja el mando de un país que atraviesa su peor crisis económica en décadas.
Y también existe una profunda brecha generacional. Muchos adultos mayores de Cuba recuerdan perfectamente la pobreza y la desigualdad que se vivían antes de los Castro, y siguen fieles a la revolución, a pesar de décadas de estrecheces. Pero las generaciones más jóvenes, que crecieron con los logros del socialismo, incluido el acceso a la educación y la atención de salud, se quejan de sus límites, y reclaman menos control del gobierno y más libertad económica.
“Hay una división generacional muy marcada”, dice William LeoGrande, experto en asuntos cubanos y profesor de la Universidad Americana. “Y ese es uno de los mayores desafíos que enfrenta el gobierno cubano de cara al futuro, porque su base de apoyo histórica se está retirando o poco a poco va muriendo”.
Castro anunció que renunciaba al cargo de más poder en el país — primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba—, durante la apertura del cuarto día del congreso partidario, que este año se realiza bajo la consigna “Unidad y Continuidad”.
Quien se espera que lo suceso en el cargo es el actual presidente del país, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, que cumplirá 61 años a fines de este mes. Incondicional del partido, Díaz-Canel integra una generación más joven que quiere una apertura gradual del país, pero sin cambios al sistema de partido único que rige en Cuba.
La reunión partidaria, que se realiza cada cinco años, fue pensada para resaltar la continuidad de los ideales revolucionarios en el país, pero la transición llega justo en un momento bisagra en la isla.
En estos últimos años, con las estrictas sanciones que le impuso la administración Trump y con los devastadores efectos de la pandemia sobre la industria del turismo, los cubanos vieron derrumbarse una vez más la economía de su país, y muchos tienen que hacer fila durante horas para conseguir pan. El aclamado sistema de salud del país está desgastado, mientras aumenta el número de cubanos que intentan salir de la isla, aunque todavía esa cifra está lejos de los éxodos de las décadas de 1980 y 1990.
“El Partido Comunista vive de sus logros de hace mucho tiempo, de cuando empezaron”, dice Claudia Genlui, activista del movimiento político San Isidro, un colectivo de artistas que en los últimos meses viene protestado contra el Partido Comunista. Aunque el grupo es pequeño, la constancia del desafío ha sorprendido al país.
“El partido no representa a mi generación, no me representa a mí”, dice Genlui, y agrega que “hay una falta de conexión generacional, de intereses, de prioridades, y todo eso de alguna manera nos aleja”. Raúl Castro, hasta cierto punto, estaría de acuerdo.
Aunque Fidel se mantuvo fiel a su grito de guerra de “socialismo o muerte” hasta que murió, en 2016, el menor de los Castro entendió que la reforma era necesaria para sofocar el creciente descontento y comenzó a abrir la economía del país.
Después de que Fidel renunció formalmente a la presidencia, en 2008, Raúl priorizó el reclutamiento de cubanos más jóvenes y una renovación de caras en los principales puestos del gobierno. Eso cayó bien en muchos cubanos.
“Creo que tiene que venir una nueva generación, gente más joven, con ideas nuevas”, dijo Osvaldo Reyes, de 55 años, un taxista en La Habana, y reconfirma su apoyo a Castro y al Partido Comunista. “Una revolución tiene que transformarse todo el tiempo, seguir haciendo lo mejor para la gente”.
Cuando los hermanos Castro iniciaron su levantamiento popular, se montaron sobre el insondable descontento que tenían los cubanos con la corrupta élite gobernante del país, que no solo estaba desconectada sino que era directamente indiferente a las pésimas condiciones de vida de la mayoría de la población.
Los hermanos lideraron la revuelta contra el dictador del país, Fulgencio Batista, y Cuba se convirtió en un baluarte contra las décadas de intervención estadounidense en América Latina.
Décadas más tarde, sin embargo, serían los hermanos Castro y su Partido Comunista los criticados por los cubanos comunes por haber perdido contacto con el pueblo. En 2011, cuando Raúl Castro asumió la jefatura del Partido Comunista, lo hizo rodeado de un gobierno repleto de generales octogenarios.
Si bien muchos cubanos están enormemente orgullosos de la soberanía de su país, también están cansados de ver que los mismos generales de la era de la revolución siguen controlando casi todos los aspectos de sus vidas, desde cuánto ganan hasta lo que comen.
“Mucha gente sigue sin sentirse representada, porque Raúl Castro no logró romper esa distancia entre el gobierno y el pueblo”, dice Adilen Sardiñas, una cubana de 28 años.
Si bien Sardiñas manifiesta su frustración por la lentitud de las reformas, al igual que muchos entrevistados también culpa a Estados Unidos por un embargo de décadas que ha paralizado la economía de Cuba y ha profundizado aún más la bronca de los cubanos contra Estados Unidos. “Hace falta un cambio, pero no sé si podremos hacerlo porque tenemos a nuestro vecino, Estados Unidos, que no nos pierde pisada y nos cierra las puertas en todas partes”, dice.
La reforma ha avanzado a ritmo glacial, frenada por una burocracia poco dispuesta ceder sus privilegios y por la vieja guardia de la revolución, que desconfía de cualquier cambio que pueda acercar a Cuba al capitalismo.
Carlos Alzugaray, exembajador cubano y miembro del Partido Comunista, describe la lucha actual como un enfrentamiento generacional. “Raúl solía decir que nuestro peor enemigo es la mentalidad vieja, y eso es lo que creo que está pasando: que los viejos líderes no quieren cambiar”, dice Alzugaray. “Raúl quiere un cambio, y los líderes más jóvenes quieren un cambio, pero les preocupa que los critiquen por no ser fieles a la revolución de Fidel”.
El problema, como dijo a principios de este mes el primer ministro del país, Manuel Marrero, al hablar de la urgencia de las reformas, es que “el pueblo no come planes”. Es probable que Castro retenga algo de influencia después de retirado, pero deja el gobierno diario de Cuba en manos de Díaz-Canel. En 2018, Castro renunció a la presidencia, el segundo cargo de más poder del país, y le entregó el puesto a Díaz-Canel. Tecnócrata y exguardaespaldas de Castro, Díaz-Canel hizo posible que los cubanos accedan a Internet desde sus teléfonos en 2018 y en sus hogares el año siguiente, aperturas que según algunos terminaron fogoneando las protestas y demandas de mayor libertad política.
En enero, el presidente hizo una apertura aún mayor a la empresa privada, ampliando los tipos de negocios de los que podían participar los cubanos. Pero el gobierno cubano avanza con gran cautela.
“El gobierno le tiene terror a perder el control de la reforma, porque vería amenazadas sus posturas económicas y políticas”, dice Ted Henken, profesor del Baruch College de Nueva York y autor de “Cuba’s Digital Revolution”.
“Tienen miedo de cualquier cambio que no estén coreografiando y controlando ellos mismos, y que no venga de arriba hacia abajo, algo muy irónico si se piensa que todo empezó como una revolución popular que fue apoyada masivamente por la gente.”
Traducción de Jaime Arrambide
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