Cuba pone en marcha la transición: una nueva generación se prepara para gobernar
Los que nacieron después de la revolución dirigirán el país sin un Castro al frente del Ejecutivo; se adelantó para mañana la Asamblea que elegirá al nuevo presidente; Díaz-Canel es el favorito
LA HABANA.- Fidel y Raúl Castro eran dos jóvenes y desaliñados guerrilleros cuando tomaron el poder en 1959 en Cuba, y quizá no imaginaban que su liderazgo se mantendría en la isla por seis décadas.
Ahora quienes nacieron después de la revolución -y tienen entre 50 y 60 años- tendrán la responsabilidad de dirigir la isla sin un Castro al frente del gobierno. La sesión legislativa en la que se hará la histórica transición política y en la cual se elegirá al sucesor del actual presidente Raúl Castro fue adelantada un día y finalmente será mañana.
Luego de que Castro anunció que no será reelegido, todas las fichas están puestas en Miguel Díaz-Canel, un ingeniero de 57 años que actualmente se desempeña como primer vicepresidente.
Nacidos luego del triunfo de la revolución, estos dirigentes carecen de las credenciales épicas de sus padres y abuelos históricos, y para gobernar deberán lograr consensos y ganarse en la práctica el apoyo de los cubanos que no los ven como líderes indiscutidos.
A ellos se les conoce como la "generación perdida", hombres y mujeres que crecieron bajo la sombra de los comandantes, siguiendo sus pasos. Educados para dar lo mejor de la revolución, llegaron a la edad productiva en medio de las carencias económicas de los años 90, lo cual les impidió cumplir los sueños y expectativas revolucionarias.
"El gobierno que elegimos hoy se debe al pueblo", dijo Díaz-Canel a medios de prensa estatales en marzo. "El pueblo también puede revocar si alguien no cumple con su responsabilidad", agregó.
Junto con él, un grupo de dirigentes son considerados como candidatos a puestos destacados, como el actual canciller, Bruno Rodríguez, de 60 años; el vicepresidente, Marino Murillo, de 57, y la líder partidaria Mercedes López Acea, de 53.
También en primera línea figuran un conjunto de regentes provinciales congéneres y no parece casualidad que la edad promedio de los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular que elegirá al sucesor de Castro, sea de 49 años.
Detrás de la escena pública, Alejandro Castro, el hijo de Raúl, de 52 años, es una figura poderosa en las fuerzas armadas.
"Una gran cantidad de jóvenes estarán observando para ver si son capaces de cambiar las cosas, de ofrecer algo nuevo, de salir más allá de lo que aparentemente ha sido una gran grisura", dijo Yassel Padron Kunakbaeva, un bloguero de 27 años que escribe frecuentemente en un portal que dice tener una perspectiva marxista y revolucionaria.
Tras décadas de un fuerte control estatal en casi todas las actividades durante el gobierno del fallecido presidente Fidel Castro, Cuba comenzó una nueva etapa con la llegada al poder de su hermano Raúl, que emprendió reformas económicas y un acercamiento con Estados Unidos.
Sin embargo, la economía isleña atraviesa un estancamiento y sufre una fuerte migración, lo que obligará a los sucesores de Castro a tomar medidas que podrían ser socialmente dolorosas, como las derivadas de unificación monetaria.
La Cuba que liderará Díaz-Canel es muy diferente a la que conoció de chico y adulto joven: la del apogeo de la ayuda soviética a un Estado socialista paternalista que proporcionaba vidas cómodas, pero sencillas.
"Era una sociedad muy entusiasta", explicó el curador de arte y asesor de colecciones privadas Abelardo Mena, de 55 años, al describir la juventud de su propia generación mientras recordó con nostalgia las filas para comprar los tres juguetes al año que le tocaban a cada chico y "la sensación de que vivíamos muy felices, sin presión de dinero o del mercado y todos mezclados", dijo.
Para Mena, la gente de su edad "comprende que es necesario hacer cambios radicales, pero en un marco que mantengan la estructura del país".
Cientos de miles de cubanos como él recuerdan los extensos discursos de Fidel Castro en la Plaza de la Revolución, las horas de trabajo voluntario para la construcción de edificios, los mítines de repudio a los contrarrevolucionarios o a quienes esperaban emigrar por el Puerto de Mariel, la segregación de los religiosos, los cortes de pelo obligados a los hippies y los discos de vinilo de los Beatles escondidos en tapas de cartón de cantantes de boleros.
Así también rememoran el orgullo con el que recibieron en 1980 al compatriota Arnaldo Tamayo, el primer latinoamericano en ir al cosmos como parte del programa soviético, la carne enlatada que provenía de Bulgaria y los cambios que sufrieron sus vidas tras la caída de la Unión Soviética.
"Te das cuenta que no se estaba ahorrando mucho", comentó Carlos Alberto Careaga, de 52 años, que se dedica a acomodar vehículos en un centro comercial. "No estábamos preparados para el Período Especial [la crisis]. Cuba llevó 15 años de una guerra en otro continente [Angola]. Se dieron muchas cosas para nada. Nicaragua, Granada, El Salvador. Y además el bloqueo" de Estados Unidos.
Quienes tienen de entre 50 y 60 años -actualmente 1,7 millones de residentes en la isla- conforman además una generación marcada por la emigración. De jóvenes vieron partir amigos y familiares por Mariel y la llamada "crisis de los balseros", y durante las últimas dos décadas en un goteo incesante.
Después de años en la sombra, Díaz-Canel y los políticos de su generación deberán demostrar que son capaces de liderar una nación con serios problemas económicos, la hostilidad del gobierno de Estados Unidos, el alejamiento de muchos aliados regionales y el desencanto de los cubanos más jóvenes.
Por ahora, sin embargo, el mundo no debería esperar un cambio radical en el modelo unipartidista, ya que Castro seguirá siendo el primer secretario del poderoso Partido Comunista de Cuba, la institución que según la Constitución de la isla rige los destinos del país.
Díaz-Canel ha dado indicios de apoyo a algunos cambios y rechazo a otros, pero su característica más notoria ha sido su bajo perfil público.
A. Rodríguez y M. Weissenstein
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