Cuatro segundos para el impacto: el silencioso trabajo de los francotiradores en Ucrania
En una guerra basada en fuego de artillería, tanques, drones y misiles crucero, el rol de los francotiradores, invisibles y letales, suele pasar desapercibido, pero es esencial en el campo de batalla
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SUR DE UCRANIA.- La posición rusa está marcada con la bandera azul de las unidades aerotransportadas de élite de Moscú, pero a través de la mira del francotirador ucraniano, la tela parece casi transparente.
La bandera flamea sobre un edificio ocupado por los rusos en el sur de Ucrania, a menos de dos kilómetros de distancia. Si un soldado ruso se asomara, la bala de grueso calibre del francotirador ucraniano le daría en el pecho en apenas cuatro segundos.
“Suelen aparecer a primera hora de la mañana y al atardecer”, dice Bart, jefe de una unidad de cuatro francotiradores.
Llegaron al amparo de la oscuridad, apiñados en una pickup con las luces apagadas y atravesando caminos poceados por las bombas. A paso vivo sobre vidrios rotos, colocaron sus rifles en la posición de tiro.
Bart se relaja y estira los brazos detrás de su rifle de 10 kilos, oculto entre los escombros de un edificio a medias destruido. Está por amanecer, y el día será largo…
Sin bien la invasión rusa de Ucrania ha sido definida como una agotadora guerra de artillería reforzada por tanques, drones y misiles de crucero, el papel de los francotiradores, invisibles y letales, es esencial en el campo de batalla y suele pasar desapercibido.
Eclipsados por las armas de alta tecnología y la contundencia de los obuses y los morteros, los francotiradores de Ucrania son parte de una fuerza más rudimentaria: la infantería. Son relativamente pocos, pero igual de esenciales que hace un siglo, cuando un tirador de la Primera Guerra Mundial podía sembrar el terror en 100 hombres con un solo disparo.
Pero la tecnología moderna, especialmente la proliferación de pequeños drones que sirven como letales herramientas de vigilancia de la línea de frente, vuelve muy difícil disparar desde posiciones ocultas. Por eso los francotiradores ucranianos se vieron obligados a cambiar de táctica para no lanzarse a una muerte segura.
Un equipo del diario The New York Times pasó una semana junto a un equipo de francotiradores ucranianos en el sur del país. También revisó los informes de sus misiones y entrevistó a francotiradores, instructores y aprendices de toda Ucrania, para saber más de esa guerra librada detrás de escena por un grupo de tiradores bien entrenados.
Habilidades básicas
A unos 800 kilómetros de la posición de Bart y su equipo, Volodymyr, soldado de infantería de 54 años del 19° Batallón de Fusileros, se prepara para su primer día de entrenamiento como francotirador en un campo de tiro.
En Ucrania hay pocas escuelas oficiales de tiro, y gran parte de la instrucción se realiza en clases organizadas ad hoc, entrenamiento privado, o es impartida por voluntarios repartidos por todo el país.
Algunos francotiradores se quejan de que centrarse en atacar trincheras enemigas, una táctica necesaria para recuperar territorio, hace que el entrenamiento de tiradores no sea tan prioritario para algunos comandantes.
“Convertirnos en francotiradores es un deseo personal mío y de mis camaradas”, dice Volodymyr. “Necesito incorporar los conocimientos básicos ahora, porque en el frente de batalla no habrá tiempo…”
Para proteger su identidad, los francotiradores entrevistados para este artículo pidieron ser identificados únicamente por su nombre de guerra.
No hay información pública sobre la cantidad de francotiradores del ejército de Ucrania, pero los instructores estiman que hay unos pocos miles, separados en dos grandes categorías.
La mayoría son conocidos como “tiradores”, capaces de hacer blanco en un enemigo a unos 300 metros de distancia, y suelen estar en las trincheras como apoyo de sus camaradas de infantería.
La segunda categoría son los francotiradores exploradores, conocidos como “tiradores de largo alcance”. Estos son los pocos soldados de infantería capaces de disparar con precisión a más de 2 kilómetros de distancia, de leer la dirección del viento, la temperatura y la presión atmosférica antes de jalar suavemente del gatillo.
El instructor de Volodymyr le está enseñando precisamente eso: cómo apretar el gatillo.
“El gatillo debe jalarse en línea recta hacia atrás, hacia el canal del cañón”, explica el instructor. “Si lo apretás hacia un lado, errás el blanco, y si apretás hacia abajo se genera un tirón que también afecta la puntería”.
Volodymyr escucha atentamente, apoyado en el rifle calibre 338 que tiene frente a él.
“Muchos tienen miedo de convertirse en francotiradores porque saben que son uno de los objetivos prioritarios del enemigo”, apunta el soldado.
Objetivos prioritarios
“Hacia las 24.00 horas, nuestro francotirador en la posición 2 observó un nido de ametralladoras del enemigo”, dice el informe de una misión de francotiradores en la ciudad de Bakhmut.
“Nuestro francotirador se enfrentó a la posición de ametralladora enemiga”, prosigue el informe, “resultando en la muerte confirmada de dos enemigos y en un tercer posible enemigo muerto”.
En los círculos militares, a los francotiradores se les llama “multiplicadores de fuerza”, por el enorme impacto que pueden tener en el campo de batalla.
Pero apretar el gatillo tiene un costo, especialmente en esta era de drones y miras térmicas, que garantizan que por bien camuflados que estén los francotiradores y ante la escasez de ropa antitérmica, el calor de su cuerpo revelará su posición y los expondrá al fuego enemigo. El polvo, el humo y hasta el destello de una bala de gran calibre al salir del cañón a 3000 kilómetros por hora también son fácilmente visibles.
Eso implica que no cualquier soldado ruso que aparece en la mira es un buen candidato para recibir un disparo. El beneficio potencial tiene que superar el riesgo, por eso hay más probabilidades de disparar si el enemigo en cuestión es un “objetivo prioritario”, como un ametrallador, un oficial o el operador de un misil antitanque.
O más importante todavía: un francotirador ruso.
“Tienen algunos tipos muy eficientes”, dice Marik, francotirador ucraniano de un batallón de infantería llamado Da Vinci Wolves. “Son pocos, pero nunca hay que subestimar al enemigo”.
Al principio de la guerra, el equipo de Marik logró matar a un grupo de ellos, pero no con sus rifles, sino con artillería, para garantizar que no escapara ninguno. Lo mismo hacen los rusos cuanto detectan un “nido” de francotiradores ucranianos.
“Probablemente los vimos de pura casualidad”, reconoce Marik.
Un equipo de francotiradores bien entrenado da a conocer su presencia en la línea de frente acosando y matando hasta que se retira, es descubierto y reprimido, o directamente eliminado.
Matar a otro ser humano con un rifle de alto poder y una mira telescópica es una experiencia calculada y en ocasiones íntima, a diferencia de la carnicería frenética y cara a cara de la guerra de trincheras. Sobre todo a larga distancia, antes de apretar el gatillo los francotiradores tienen que esperar horas, usando aplicaciones meteorológicas, calculadoras balísticas y cuadernos de apuntes sobre los movimientos del enemigo.
Las balas específicas para disparos letales de largo alcance son ensamblados por los propios francotiradores —lo que se conoce como “carga manual”— para garantizar que cumplan con su tarea. Dada la diversidad de calibres utilizados por las fuerzas ucranianas, adquirir munición de francotirador de alta gama es muy difícil, y los voluntarios suelen comprarla privadamente por su cuenta para ayudar a abastecer a sus filas.
Y a diferencia de las tropas occidentales que enfrentaron dilemas morales en las guerras de Irak y Afganistán, donde los insurgentes estaban mezclados con los pobladores locales, los francotiradores ucranianos defienden a su país de la invasión y tienen un motivo muy claro para apretar el gatillo.
“Pienso en la gente del otro lado. Puede que no quieran estar acá, pero acá están”, apunta Raptor, otro francotirador del equipo de Bart. “No es natural matar a otra persona, pero es nuestro trabajo”.
De hecho, matar es la moneda de cambio de los francotiradores, que suelen tener que competir por los recursos con las unidades de drones y otros equipos. Por eso el equipo de francotiradores de Bart utiliza una potente cámara para registrar en video sus aciertos.
“Tenemos un dicho: sin vídeo, no hay muerte confirmada”, señala el comandante del equipo.
Pero los francotiradores hacen mucho más que dispararle al enemigo a larga distancia. En realidad, matar a un adversario suele ser el paso final de una larga lista de otras prioridades, como la exploración del terreno, la protección de las unidades de asalto y la localización de objetivos para la artillería.
Cambio de viento
Alrededor de las 2 de la tarde el viento cambió. Ya no viene desde la izquierda, sino que sopla de frente a la posición del equipo, obligando a los francotiradores a un rápido ajuste de sus rifles.
De repente, en el cielo aparece un temible dron “FPV” —un dron comercial barato cargado de explosivos—, y tres proyectiles de mortero caen cerca del equipo. Pero no hay ningún soldado ruso, sólo ráfagas de artillería de ambos bandos que hacen temblar las puertas en sus marcos y empujan a los francotiradores hacia el interior del edificio. La ráfaga de balas truena entre los escombros y hace volar la red de camuflaje que ocultaba la posición ucraniana.
Cerca del anochecer, mientras el suelo se enfría y el sol poniente brilla en las ventanas del edificio ruso, el equipo ucraniano detecta algo en la parte trasera de una habitación de aquel remoto edificio tomado por los rusos. ¿Es una posición de ametralladora o algo más?
Sin una respuesta clara, hay pocas razones para disparar. Lo dejarían consignado en el informe a su regreso, y sus comandantes enviarían un dron explosivo.
Lentamente, en esa penumbra que reina entre el ocaso y la noche, los francotiradores levantan campamento, enfundan sus rifles, se suben a la pickup que los trajo y se ponen en marcha, entre esqueletos de las casas destruidas, ahora iluminadas por la luz de la luna.
Por Thomas Gibbons-Neff y Natalia Yerma
Traducción de Jaime Arrambide
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