Cuatro resultados positivos en la radiografía regional del coronavirus
Los números mejoran en los mayores focos de la pandemia: la curva se achata, las terapias intensivas de Gran Bretaña y Francia se liberan y en Italia y España ya hay más curados por día que contagiados. ¿Y América del Sur? Por ahora, entre confinamientos de estilos muy diferentes, resiste con números bastante más positivos que otras regiones.
Hay focos de enfermedad y muerte estremecedores, como San Pablo, Manaos, Guayaquil o Lima. Los datos de la región muestran que hay tres grupos de países: uno con impacto bajo, que incluye a Uruguay y Paraguay; otro moderado, que comprende a la Argentina, Colombia y Chile, y el restante con alcances graves, que reúne a Brasil, Ecuador y Perú.
Pero el recorte general de la situación sudamericana -quitando a Bolivia y Venezuela, que cuentan con escasísimos datos- es esperanzador; su radiografía arroja cuatro resultados positivos y uno negativo. El futuro dependerá de las estrategias de salidas que elija cada nación y de los tiempos en los que las implementen.
El beneficio de los números absolutos
El nuevo coronavirus llegó a la América del Sur mucho después de lo que empezó a circular en Asia, Europa, Medio Oriente o América del Norte. Brasil confirmó el primer caso importado el 26 de febrero; diez días después el virus ya había entrado en varios otros países. Aún no hay datos que permitan determinar, como sí sucede en Italia, España o Estados Unidos, que el brote ya circulaba en la región antes de que el gobierno brasileño informara del primer contagio.
Beneficiada por las dramáticas lecciones que llegaban desde otros continentes, América latina reaccionó precozmente en la lucha contra la pandemia: en los siguientes 20 días prácticamente todos los países habían aplicado algún tipo de aislamiento y distanciamiento social, que progresivamente se fue endureciendo.
Poco más de un mes después, América del Sur, de 422 millones de habitantes, registra números absolutos alentadores en comparación con otras áreas del mundo. Hasta hoy, el número total de infectados es 115.000 y el de muertes ronda los 5100, cifras similares a la de Turquía (100.200 contagios y 2500 muertes) y muy inferiores incluso a la que tienen algunos países europeos individualmente o Estados Unidos.
Europa, con sus 725 millones de habitantes, ya contabiliza más de un millón de enfermos por coronavirus y más de 110.000 decesos mientras que Estados Unidos, con una población de 330 millones de personas, alcanza las 880.000 infecciones y tiene más de 50.000 muertos.
Los testeos, insuficientes
La región está también por debajo de Medio Oriente, que cuenta con 125.000 contagios, la mayoría centrados en Irán. Está, sin embargo, muy por encima de los números africanos (27.000 infecciones) y de Oceanía (unos 8000 enfermos). Y en esas diferencias de números influye una de las cifras más controversiales de América del Sur, el de los testeos.
El monto de contagios africanos es bajo porque también es mínimo el número de pruebas que se realizan en casi todo el continente.
Lo contrario sucede en Oceanía: Australia y Nueva Zelanda son dos de las mayores historias de éxito en esta etapa inicial de lucha contra la pandemia porque testearon a un alto porcentaje de su población, lo que les permitió disponer de un diagnóstico certero sobre el estado de la salud local. Hoy ambas naciones tienen una tasa de reproducción (el número de personas a las que contagia un infectado) bien por debajo de 1, un nivel al que los epidemiólogos definen como de "brote controlado".
El número de tests en América del Sur es bajo incluso en el país que más pruebas lleva a cabo. Chile tiene un promedio de entre 5000 y 7000 tests por millón de habitantes, diez veces más que la Argentina pero apenas por encima de la cantidad realizada por las naciones europeas que menos testean, Bulgaria, por ejemplo, o insólitamente Francia.
¿Quiere decir entonces que los números sudamericanos parecen buenos pero son engañosos o, por lo menos, insuficientes para hacer una radiografía sanitaria de la región? Pese a que la falta de pruebas nos hace ir a tientas, hay otros indicadores que ayudan a entender en qué momento del brote estamos y cómo se proyecta el futuro más cercano. Y son un poco más precisos y son optimistas.
La velocidad de contagio se desacelera
En tests América del Sur está rezagada, pero también es cierto que su uso aumentó sustancialmente a lo largo de los casi dos meses de pandemia en la región; en la Argentina, por ejemplo, se realizan diez veces más pruebas que en la primera semana de marzo, cuando el coronavirus hizo su aparición local. Y a pesar de ese crecimiento en las comprobaciones, la variación porcentual en el crecimiento de los casos empieza a estabilizase en la región, es decir que la curva inicia lentamente su amesetamiento.
La variación porcentual indica cuánto se incrementaron los casos contagio de un día para el otro; después de picos de hasta 60% en la última semana de marzo y primeros días de abril, hoy ese número va desde el 7,92% en Perú -la cifra más alta- a un 1,1% en Uruguay, la más bajo. Poco a poco, la velocidad de contagio se desacelera y los picos de cada país comienzan a insinuarse para fines de abril y mayo.
Pese a ser una tasa, ese número no deja de ser también poco representativo, porque en casi todos los países de América del Sur solo se testea a casos sospechosos. Esa estrategia complica la detección de los enfermos asintomáticos, que son -según revelan más y más estudios- una porción importante de la población contagiada. Hay, entonces, un número más definitivo y fácil de contabilizar, el de muertos.
Una cifra baja de muertos
Los estudios de muertes en China, Europa y Estados Unidos señalan que un paciente grave de Covid-19 muere entre dos semanas y un mes después de haber contraído el virus, en promedio. Por lo tanto, el número de decesos describe el estado de la pandemia hace por lo menos 15 días; sin embargo, incluso así, muchos especialistas lo usan para comparar el avance del brote entre países porque es un número más completo que el de contagios confirmados para graficar la verdadera situación de una nación.
América del sur no solo va por detrás en número absoluto de muertos, sino también en el conteo de cada país de decesos por millón de habitantes, un indicador más confiable para la comparación.
Los países con cifras más bajas son Paraguay (1,3), Chile (3,3) y Uruguay (3,4). Colombia y la Argentina trazan una curva del brote muy parecida: se acercan en número de contagios, de muertes y también en cantidad de decesos por millón de habitantes, que ronda los 4 en ambos países.
El grupo de países más golpeados va muy por delante de sus vecinos sudamericanos en ese indicador: Ecuador tiene 33 muertos por milón de habitantes; Perú, 16, y Brasil, 14. Todas esas cifras distan enormemente de los números de Estados Unidos (151), Italia (415), España (464) o Francia (318).
Como sus vecinos, esas tres naciones sudamericanas tienen un problema de subregistro en el número de contagios y además en el de muertos: solo cuentan los fallecidos que fueron diagnosticados con coronavirus y no los sospechosos.
Claro que eso también sucede en el resto del mundo. El único país que hasta ahora se atrevió a contabilizar las muertes sospechosas -en su mayoría en los hogares particulares-además de los decesos por coronavirus en hospitales y geriátricos es Bélgica. La pequeña nación europea encabeza la lista de más muertes por millón de habitantes con 549; sus autoridades advierten, de todos modos, que si otros países hicieran lo mismo tendrían el 50% más de fallecimientos.
Ecuador es consciente de su problema de subreporte, por eso sus autoridades miran con atención a otros dos registros: el de muertos sospechosos y la diferencia de fallecimientos totales entre el primer trimestre de 2019 y el de este año. La primera de esas cifra es de 952 y el problema está en la segunda: en la provincia de Guayas (cuya principal ciudad es Guayaquil) esa diferencia llega hasta 2500. Es decir que el número real de decesos en Ecuador podría alcanzar los 4000.
Sin embargo, incluso con ese aumento, el indicador de muertos por millón de habitantes sería de 235, desgarrador y superior al de Estados Unidos, pero inferior al de naciones europeas donde el impacto del coronavirus fue más limitado, como Holanda, que tiene un indicador 250.
La capacidad sanitaria, aún en pie
En la lucha contra el coronavirus, son tan importantes las medidas de intervención sobre el distanciamiento social como la capacidad de un sistema de salud de contener y atender a los pacientes graves y críticos. En esta pandemia, esos primero pacientes representan entre el 10 y 15% de la población contagiada mientras que los críticos son el 5%.
Las cuarentenas precoces de la región apuntaron tanto a proteger a los ciudadanos como a cuidar y ampliar la capacidad hospitaliaria. Y la gran mayoría de los países regionales aún cuenta con recursos -desde profesionales hasta camas críticas- sin usar precisamente porque demorando o achatando el pico. El gobierno argentino estima que esa capacidad está utilizada hoy al 50%, con 132 pacientes en terapia intensiva (un número, de nuevo, similar al de Colombia); algo más presionados están los servicios chilenos, con Brasil, Ecuador y Perú son los que más desbordados están y más se acercan a su límite.
La nación más grande y rica de América latina es también la más complicada en cuanto al número de pacientes críticos; son 8000, una cifra solo inferior a la que presenta Estados Unidos, con 15.000. Allí, los especialistas advierten que cinco capitales estaduales se acercan a su saturación sanitaria, Manaos, Macapá, San Sablo, Fortaleza y Palma, y que otras tres están en alerta amarilla, San Luis, Recife y Río.
Sin embargo, el índice de colapso hospitalario de las capitales, elaborado por varias universidades, muestra también que muchas ciudades del rico sur brasileño tienen su capacidad casi intacta lo que le permitiría al gobierno federal distribuir los recursos y elaborar una estrategia de combate al coronavirus en función de esa disponibilidad.
Hoy hay otro número que presiona a América del sur, es la de la gran recesión en ciernes. Y el dilema de todos los países es el mismo: cómo preservar los números positivos de la crisis sanitaria sin profundizar los de la crisis económica.
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