¿Puede un gobierno ordenar la construcción de un hospital de 1000 camas en una semana y lograrlo? Si hay uno que tiene los recursos económicos y políticos para hacerlo es el de China. Tal es el grado de alarma y movilización en el que sumergió a ese país el brote de coronavirus que, además de hacer despliegue de su autoridad y de su presupuesto, el régimen chino aplicó una especie de cuarentena a 41 millones de personas, es decir, el equivalente a casi toda la Argentina. Para algunos especialistas, semejante medida puede no lograr su objetivo -detener la enfermedad- porque aún no se conoce el verdadero alcance del virus y porque el país está demasiado poblado y es demasiado grande como para frenar con un bloqueo de transporte a un patógeno nuevo.
Tanto China como el resto del mundo se preguntan hasta dónde puede llegar el virus y qué tan letal será. Ante la incertidumbre se preparan para atacarlo lo antes posible. Estas son algunas claves de cómo lo harán y cuál puede ser su impacto.
¿Qué es el coronavirus?
Es un virus que genera síntomas similares a los de una neumonía y que, hasta ahora, se muestra muy peligroso en poblaciones vulnerables. La gran parte de las 41 personas que murieron infectados son adultos mayores.
Los científicos aún no lograron ponerse de acuerdo en si el coronavirus proviene de los murciélagos o de un tipo determinado de serpientes frecuente en China. Coinciden sí en que la secuencia de su genoma es en 79% igual a la del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS, por sus siglas en inglés), un virus que se originó en los murciélagos, dejó casi 800 muertos en 37 países y tuvo en vilo a China y el resto del mundo entre noviembre de 2002 y julio 2003.
Los especialistas tampoco pudieron identificar cómo saltó el virus de un murciélago o una serpiente a los seres humanos, pero rastrean su origen al mercado de frutos del mar de Wuhan, una ciudad del centro chino ubicada a unas cinco horas de viaje de Shanghai. Además de pescado, allí se venden todo tipo de animales salvajes en condiciones de salubridad no siempre ideales.
También como con el SARS, el contagio es, en principio, de persona a persona (tos, estornudo, contacto personal), lo que explica que el virus, detectado por primera vez en diciembre pasado, ya haya llegado a 29 de las 31 provincias chinas, a varios países asiáticos y a Estados Unidos y Europa. Fue precisamente su rápida tasa de contagio y la falta de certezas sobre el tiempo de incubación los que además condujeron a Pekín a tomar una medida pocas veces vista en la historia moderna: un cordón sanitario para impedir que más de 40 millones de personas se muevan por el resto del país.
El brote aún no se convirtió en una epidemia y varios expertos incluso creen que el coronavirus puede no ser tan peligroso como el SARS. Esas son algunas de las razones por las que la OMS no decretó la emergencia internacional.
¿Por qué en China emergen algunos de los virus más extendidos de este siglo?
Con una tasa de muerte del 11% de los infectados, el SARS mató a cientos en 2003. Diez años más tarde, el virus H7N9 cruzó de las aves a los humanos en China y surgió la fiebre aviar. Y ahora llega el brote del coronavirus para alimentar el miedo de los chinos.
Los mercados de aves, de animales salvajes, de pescado -de bajas condiciones de limpieza, poca refrigeración y alta circulación de vendedores y clientes- son frecuentes en China desde hace siglos. Son además escenarios que, para los científicos, propician la transmisión de virus.
Otros dos fenómenos propios de China, en este caso demográficos, le agregan condiciones favorables para el contagio extendido. El país es una de las potencias más densamente poblada con 148 personas por km2, casi 10 veces más que en la Argentina, donde habitan 16 personas por km2. China alberga además la mayor cantidad de megalópolis del mundo. Esa combinación de factores convierten al país en un escenario apto para la rápida transmisión de enfermedades.
¿Cómo reaccionaron los chinos?
La respuesta más fuerte fue, inicialmente, la del gobierno. Temeroso del impacto sanitario, político y económico actuó con bastante más velocidad y transparencia que durante la crisis del SARS, por la que fue severamente cuestionado por los chinos.
Como parte de esa reacción, tomó una medida extrema: el confinamiento de 13 ciudades que albergan a 41 millones de personas. La decisión -más fácil de adoptar en un gobierno autoritario que en uno democrático- es cuestionada por algunos epidemiólogos e incluso historiadores, que dudan de su eficacia para contener el virus y advierten que las cuarentenas no funcionaron mucho desde que comenzaron, hace por lo menos seis siglos, en Europa.
Dos razones se ocultan detrás del cordón sanitario. Por ahora, los especialistas no cuentan con suficientes datos para determinar con toda precisión cómo y cuán rápido se contagia el coronavirus. Ante la incertidumbre, el régimen optó por una respuesta extrema. Por otro lado, comienza el año nuevo chino, que, junto con el aniversario de la creación de la República Popular China, el 1° de octubre, es el momento de descanso, celebración y viajes de todos los chinos. Millones y millones de ellos se movilizan por el país, lo que amenaza con acelerar el contagio del coronavirus.
La reacción de los ciudadanos chinos, en cambio, es mixta. La primera respuesta fue el pánico, luego vino la resignación, sobre todo en Wuhan, epicentro del brote. Allí las calles están vacías; el tráfico, paralizado; los supermercados, desabastecidos y los hospitales, sobrepasados por gente que busca hacerse el test del coronavirus.
Hay también enojo con el régimen, que busca controlar toda la información en los medios y lanzó una fuerte guerra a los rumores y las críticas, especialmente en las redes sociales, mayor escenario del disenso en China.
¿Qué impacto puede tener en el resto del mundo?
La primera consecuencia es sanitaria, por el contagio. Por el momento, la OMS no ve la necesidad de decretar la emergencia internacional –medida que obligaría a varios países a poner en marcha protocolos de prevención- porque el número de contagiados y de muertos es bajo.
El otro efecto es económico. Los mercados cayeron ayer luego de que el régimen de Xi Jinpin extendiera la cuarentena; temen que el coronavirus debilite la economía china –que vive su momento de menor crecimiento en 30 años- y que esa vulnerabilidad se traslade directamente al resto de los países.
Pese a su desaceleración, China sigue siendo uno de los grandes motores de la economía global; si ella se enferma, también lo hace el resto del mundo.
Desde hace unos años, el gobierno chino busca transformar el mercado interno en el mayor pilar de la economía, para dejar de ser la fábrica del mundo o de depender de la inversión pública. El brote del SARS afectó el consumo, y lo mismo se espera con el coronavirus, con el agregado de que irrumpió en uno de los momentos en los que los chinos más gastan: las vacaciones de año nuevo.
El alcance del impacto sobre la economía china –y la del mundo- recién se conocerá, sin embargo, cuando empiecen a despejarse las incógnitas sobre la peligrosidad y virulencia del brote.
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