Cuando se borra todo rasgo de humanidad
MILÁN.- En cada nueva oportunidad la tragedia es mayor, y lo será cada vez más. Y en cada oportunidad nos decimos, mintiéndonos de buena fe a nosotros mismos, que hemos llegado al límite, y que falta poco para que la cosa cambie, justamente porque es intolerable que siga creciendo este horror.
Lo más probable, por el contrario, es que continúe, a no ser que se produzca un cambio radical e inimaginable de la situación y de la política global. La piedad, indignación y consternación volverán a surgir, sinceras e inútiles, en todos nosotros, ante cada nuevo episodio de barbarie.
Aunque quizá cada vez con menos fuerza, porque uno se acostumbra a todo, y hasta la propia repetición de las horrendas y criminales tragedias hará que nuestra conciencia se habitúe y deje de reaccionar.
¿Qué hacer, como dice el título del famoso panfleto político? El problema es trágico, porque a los inmigrantes, los sin nombre y sin destino, se oponen no sólo los furibundos, idiotas y regresivos temores de quienes tienen miedo de cualquier forastero que no sepa putear en el dialecto local y que sueña con un mundo endogámico de parientes con bocio.
Porque a la merecida bienvenida humana hacia tantos hermanos perseguidos e infelices se opone, y más aún, se opondrá, un obstáculo objetivo e insalvable: el número de estos desdichados hermanos, que un día podrían ser materialmente imposibles de recibir.
Un hospital con 100 camas puede albergar, en caso de emergencia, a unos 150 enfermos, pero no a 10.000, y quien metiera a la fuerza a 10.000 personas en las guardias estaría generando, irresponsablemente, la premisa de nuevos conflictos y problemas.
Estas infames tragedias dan prueba de otra triste realidad: Europa no existe. El problema de los condenados de la Tierra que arriban a nuestras costas es un problema europeo, no italiano. Involucra a Europa, no sólo a Italia.
Que la Unión Europea se desentienda es obscenamente autodestructivo. Es como si el gobierno italiano se desentendiera del asunto con el argumento de que es problema de la región de Sicilia, visto que los náufragos, muertos o vivos, no llegaron a Roma ni a Turín. Si la Unión Europea se desentiende "y una intervención tardía no demostraría lo contrario", significa que la Unión Europea no existe. ¿Qué hacer? Cierto que se pueden adoptar pequeñas medidas.
Sería oportuno, por ejemplo, que los mercaderes de esclavos, por lo general culpables voluntarios de sus crímenes, fuesen sometidos a la ley marcial, dada la emergencia que implica para Italia esta verdadera guerra.
No estaría mal que estos mercaderes de muerte y esclavitud sepan que en su negocio arriesgan la vida, como sus esclavos.
Causa estupor leer que algunos de estos asesinos, tras ser arrestados y prontamente liberados, volvieron a su tráfico sórdido y lucrativo. ¿Qué hacer? Al parecer, nadie lo sabe.
Traducción de Jaime Arrambide
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