“Cuando recibí a Gabriel Boric, fue la primera vez que un invitado de honor se presentó con remera de Nirvana”
El presidente electo chileno enfrenta uno de los gobiernos más desafiantes de la historia reciente latinoamericana
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Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly. El autor es su editor general y vicepresidente de la Americas Society and Council of the Americas
NUEVA YORK.- La American Society y el Consejo de las Américas, organizaciones hermanas que publican el Americas Quarterly, tienen su sede en un imponente petit hotel de principios del siglo XX sobre Park Avenue, en Nueva York. Es un edificio donde predomina el mármol italiano y las amplias escalinatas, donde hay un Botero original -una imagen de Cristo con la corona de espinas-, y las paredes están cubiertas de espejos biselados en marco dorado. Todo eso contribuye a una atmósfera de formalidad, donde rigen los trajes oscuros con chaleco y corbata.
Así que puedo decir sin temor a exagerar que cuando recibimos a Gabriel Boric para un pequeño desayuno, en 2018, fue la primera vez que un invitado de honor se presentaba en jeans y remera negra de Nirvana. La foto de nuestro encuentro acompaña esta nota.
¿Me sorprendió? En lo más mínimo. Había conocido a Boric unos meses antes en la cafetería del Congreso de Chile, en el marco de las entrevistas que estaba realizando para un artículo sobre un grupo de veinteañeros, exlíderes de la protesta estudiantil, que había tomado la inusual decisión de presentarse a elecciones como legisladores. El primer día que asistió a sesiones, Boric fue de impermeable y remera, sin corbata, cosechando repudio y abucheos de los legisladores más veteranos. “Nada me importa menos”, les dijo a los periodistas en aquella oportunidad. “Quiero que la gente me juzgue por mi trabajo y mis convicciones, no por mi sentido de la moda”.
Pero en persona, Boric no me pareció un provocador incendiario, era sensible, humilde, y por sobre todo, sabía escuchar excelentemente, y hasta manifestó su respeto por el trabajo legislativo, que había demostrado ser “inesperadamente agotador”, según sus propias palabras. Nos entendimos muy bien, y desde entonces y en todos estos años mantuvimos una relación amable y cálida, mayormente por mensajes de texto.
Ahora, tras ganar las elecciones del domingo por un margen de 11 puntos, mucho más de lo esperado, Boric se enfrenta a una de las presidencias más desafiantes de la reciente historia latinoamericana. Con 35 años de edad, simboliza a una generación de chilenos jóvenes que quieren desesperadamente vivir en un país más parecido a Suecia o Francia, pero que no saben bien cómo lograrlo. Resta saber si estará a la altura de las estratosféricas expectativas del movimiento de protesta chileno de los últimos años y lograr manejar la transición hacia una nueva Constitución que garantice un Estado benefactor más fuerte, sin enemistar por completo al establishment ni obstaculizar el dinamismo económico que hizo de Chile una historia de éxito imperfecto en las últimas tres décadas. De hecho, sospecho que el propio Boric tiene sus dudas. Pero tengo un par de historias y de observaciones que pueden ayudar a completar ese cuadro a futuro.
La primera anécdota se relaciona con la elección de vestimenta de Boric y con las verdades profundas que podrían entrañar esas preferencias sobre su evolución en los últimos meses. En 2018, cuando llegó a nuestra sede en remera, pareció un poco sorprendido por la decoración del lugar y preguntó quién asistiría al desayuno. Le contesté que habría una mezcla de empresarios, académicos y representantes de la sociedad civil. “Ah, gente de derecha”, dijo entrecerrando un poco los ojos. Admití que así era en algunos casos, pero que todos estaban dispuestos a escuchar. Y así fue durante los 90 minutos de conversación animada y relajada que siguieron. “Estuvo bueno”, dijo Boric al despedirse. “La gente de negocias de acá no es como la de Chile.”
Esa visión del mundo de “nosotros versus ellos” es muy común en Chile, y en cierto sentido, esa es la esencia del atractivo de Boric. Las protestas que sacudieron el país desde 2019 significaban un reclamo a viva voz de que esa élite chilena notoriamente aislada e históricamente antidemocrática compartiera sus privilegios, y pagara muchos más impuestos. Con declaraciones como “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba”, y también con sus tatuajes y su ropa decididamente inconformista, Boric se alineó por completo con ese reclamo destemplado de un cambio profundo.
Pero a medida que avanzó la campaña, y sobre todo entre la primera vuelta y el ballottage, Boric también pareció darse cuenta de que no podría ganar sin al menos un poco de apoyo del establishment. Buscó el respaldo de algunos políticos de la vieja escuela como Michelle Bachelet y los democristianos chilenos, ante quienes Boric se disculpó por la previa “arrogancia generacional” de su partido. Y también cambió su vestimenta: sigue sin usar corbata, pero adoptó los sacos oscuros y las camisas de vestir, un claro guiño al electorado más conservador.
¿Y eso qué? ¿Acaso significa algo? Yo creo que sí. En los últimos meses, el equipo de campaña de Boric revisó su plataforma económica muchas veces, con el aporte de asesores como Lucía Dammert y Eduardo Engel, uno de los economistas de centroderecha más respetados de Chile. Mi sensación personal es que al igual que muchos progresistas de la generación del milenio de Europa y Estados Unidos, a Boric le interesan más cuestiones como el cambio climático, la igualdad de género y los derechos de los pueblos originarios que temas como la redistribución del ingreso, que tanto apasionaba a la izquierda del siglo XX.
Boric también parece ser inusualmente consciente y sincero sobre lo que no sabe: en aquel desayuno de 2018 nos dijo que tenía la esperanza de algún día poder estudiar economía en una universidad del extranjero. Esto sugiere que designará y escuchará a asesores inteligentes. Pero hay que ver si puede superar su desconfianza refleja hacia la clase empresaria, y ellos, su desconfianza hacia él. Después de los miles de millones de dólares que se fugaron de Chile en los últimos meses, de la depreciación de casi un 20% del peso chileno, y del derrumbe del 10% de la Bolsa de Chile después de su victoria, no creo que el país pueda salir adelante a menos que alcancen algún tipo de acuerdo, y pronto.
En otros aspectos, soy más optimista. Las comparaciones que algunos miembros de la derecha han hecho entre Boric y autoritarios de izquierda como Nicolás Maduro son absurdas. De hecho, Boric calificó de “farsa” las recientes elecciones fraudulentas de Nicaragua, expresó su apoyo a los disidentes de Cuba y hasta “invitó” públicamente a sus socios de extrema izquierda a reconsiderar sus posturas más complacientes con esos regímenes. En el otro extremo del espectro, he escuchado a algunos que lo comparan con Nayib Bukele, el otro presidente millennial barbudo y de gorrita de América Latina. Pero no he observado nada ni remotamente mesiánico en Boric, quien suele enfatizar conceptos como como “diálogo” y “consenso”, totalmente ausentes del vocabulario del líder salvadoreño. La tradición de Chile como una de las democracias más fuertes de América Latina, reafirmada nuevamente el domingo, está en buenas manos.
¿Boric tendrá éxito?
Para ser honesto, no estoy seguro de que alguien pudiera tenerlo. El próximo presidente de Chile tendrá que satisfacer las demandas de la sociedad que reclama un Estado más al estilo escandinavo, pero sin asustar a los grandes capitales y las inversiones necesarias para afrontarlo. Tendrá que preservar algunos aspectos del modelo económico chileno -que no solo hizo posible el crecimiento de Chile sino que le otorgó el mejor historial de reducción de la pobreza y de avance de los indicadores sociales de la región en los últimos 30 años-, y al mismo tiempo crear un nuevo sistema previsional y garantizar salud y educación más asequibles. Tendrá que aplacar a los socios más extremistas de su coalición de gobierno -incluidos los comunistas reales- y a un movimiento de protesta todavía en marcha y por momentos violento, mientras trabaja con una asamblea constitucional que está más a la izquierda que la sociedad chilena en general.
Mi sensación es que el margen de victoria inesperadamente amplio de Boric el domingo puede resultar negativo, reduciendo la presión sobre él y otros para buscar puntos de acuerdo. Pero yo y otros millones de personas escuchamos su esperanzador discurso de victoria del domingo por la noche y su promesa de abrazar la inclusión, la responsabilidad fiscal y su compromiso de “ir avanzando con pasos cortos, pero firmes, aprendiendo de nuestra historia”.
“Sepan que en mí encontrarán un presidente abierto a escuchar e incorporar diferentes visiones, que también será receptivo a las críticas constructivas que nos ayuden a mejorar”, declaró ante una multitud de seguidores. “Recibo este mandato con humildad”.
Esas palabras suenan al Gabriel Boric que conozco y admiro. A él, le deseo lo mejor.
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