Cuando la cultura cívica es ciencia ficción
RÍO DE JANEIRO.- Durísimos, punzantes, aunque cuidadamente respetuosos uno del otro y disciplinados al extremo para no salirse ni un centímetro de lo planeado. Ni siquiera un dedo índice acusatorio levantado, ni una descalificación personal, ni un grito. Buscando su mejor golpe y calculando sobre la marcha cada paso para no perder el equilibrio en esa delgadísima cuerda floja en la que caminaron durante dos extenuantes y apasionantes horas. Así la presidenta y candidata a la reelección, Dilma Rousseff , y su desafiante, el postulante socialdemócrata Aécio Neves , jugaron anteanoche sus últimas cartas apenas 34 horas antes del ballottage de las elecciones más reñidas desde el regreso de la democracia, en 1985.
La inflación y las acusaciones por hechos de corrupción con las que Aécio abrió la confrontación dominaron gran parte del debate y pusieron a Dilma a jugar al contragolpe. Retador y campeón en sus roles tradicionales. Ella vestida de camisa roja y pantalones negros, los colores petistas. Él con un moderno traje azul marino slim fit, camisa blanca y corbata azulina, la tonalidad que identifica a los tucanos, como se conoce a los integrantes del Partido Socialdemócrata Brasileño (PSDB).
Durante 120 minutos, en los que se trataron uno al otro de candidata y candidato, ambos buscaron conservar su lugar clásico en la batalla dialéctica, pero la original dinámica impuesta para este último encuentro (el cuarto de la segunda vuelta) los obligó modificar varias veces sus papeles y tener que ir por el lado de las propuestas.
El debate se dividió en cuatro bloques: el primero y el tercero con preguntas alternadas de un postulante al otro y réplica de quien preguntaba. En el segundo y el tercero tuvieron que bajar más al llano, aunque nunca al barro. Debían responder a ocho electores indecisos (cuatro por bloque), sorteados en el momento entre los 80 que rodeaban a los candidatos en el piso y habían sido seleccionados por la consultora Ibope. El moderador, el periodista y conductor William Bonner, se limitó a hacer respetar las reglas y el tiempo de intervención de los candidatos, tiempo que ambos respetaron casi escrupulosamente.
Los ciudadanos, cuyas edades iban entre los 19 y los 60 años y representaban a los estados más populosos de Brasil, bajaron a la vida real cotidiana a Dilma y Aécio. Y ahí, como es obvio, el papel más incómodo le tocó a la presidenta. Ningún indeciso va para ensalzar la situación en la que vive. Las preguntas fueron bien concretas y con temas que le llegan y le duelen a cualquiera: inseguridad, narcotráfico, educación, inflación, precio de los alquileres, agua potable y cloacas, desocupación. Para desgracia de Dilma, para satisfacción de Aécio, que había machacado con los problemas actuales de la marcha de la economía, ese tema fue el de la última pregunta con la que cerró el debate una indecisa de 55 años, economista y desempleada.
En la platea del estudio de la "ciudad" televisiva de O Globo se podía palpar la tensión por el crucial e histórico momento. Un centenar de representantes de cada partido, entre los que se contaban el vicepresidente Michel Temer, ministros nacionales y mandatarios estaduales del gobernante PT, de sus aliado el PMDB y del opositor PSDB, y hasta "O fenómeno" Ronaldo (que apoya a Aécio) compartían el espacio con unos 200 invitados especiales. Y aunque de las tribunas partidarias no faltó algún abucheo o la celebración de una chicana o algún grito porque el candidato rival se excedía (muy excepcionalmente) del tiempo acordado no era posible detectar ese clima de confrontación y división política sin precedente del que acá todos hablan y escriben. Para los estándares argentinos de la última década parecía más bien una sesión del parlamento noruego. Ni que hablar de la impresión que causó ver llegar e irse a algunos ministros y gobernadores (incluso a Ronaldo) en terrenales taxis.
Para el cierre, cada candidato dispuso de un minuto libre para tratar de captar los últimos votos. Dilma, con sus conocidas limitaciones para la expresión oral, pero con su habitual consistencia, eligió prometer la continuidad con cambios y apeló al temor a un salto a lo desconocido al instar a los electores a preguntarse si hoy están mejor o peor. Aécio, que por sorteo tuvo la fortuna de cerrar, optó por tratar de seducir, con su lenguaje bien articulado, con lo nuevo, con la promesa de un gobierno eficaz y transparente, después de haber dicho que para terminar con la corrupción en Brasil la única opción era sacar el PT del Gobierno.
Entonces, cuando ya había pasado un cuarto hora después de la medianoche, terminaba un debate de dos horas que, como es tradición en Brasil, vino después de la telenovela. Todo había arrancado diez minutos más tarde de lo previsto. Recién cuando finalizó el capítulo de Imperio (así se llama la tira), le tocó el turno de la república. Pero la democracia se impuso: el debate tuvo más rating (31 puntos nada menos) que la exitosa novela.
Una impresionante lección de cultura cívica al otro lado de la frontera. Aunque para los tres periodistas argentinos que estábamos en el estudio pareció una película de ciencia ficción.
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