Cuando los intereses personales y del partido importan más que los del país
Río de Janeiro.- La decisión del Tribunal Superior Electoral (TSE) de permitir que el candidato a vicepresidente Fernando Haddad participe de la propaganda electoral en radio y televisión como si fuese candidato a presidente es una más de las numerosas heterodoxias que han sometido a los tribunales superiores de la Justicia brasileña en el pedregoso camino provocado por la crisis política y económica que aparta al PT de la hegemonía política del país.
Los ministros del TSE imaginaron que la campaña de descrédito internacional de nuestro sistema judicial promovida por el PT se atenuaría con esa concesión que no está prevista en la legislación, así como con el permiso de que la destituida presidenta Dilma Rousseff no pierda sus derechos políticos, lo que hoy le permite ser candidata para el Senado por Minas Gerais.
Si será electa o no es una cuestión irrelevante, porque de por sí será irrelevante su eventual presencia en el Senado frente a la violación de la Constitución que implica la campaña de agitación y propaganda política del PT, para lo que el partido es sin duda competente.
Lo preocupante es que esa competencia está destinada a desmoralizar la Justicia brasileña porque ha puesto en juego los intereses inmediatos del líder mesiánico del PT, que priman sobre los intereses del país, y ni qué hablar de los de su propio partido.
La sustitución de Lula por el candidato a vicepresidente debería ser una decisión natural e inmediata, pero en lugar de eso, intenta equipar al líder preso con la imagen de un perseguido político, y evidentemente prepara el terreno para que en el futuro la amnistía sea la primera prioridad si es un petista el que eventualmente llega al poder.
Si Fernando Haddad -tan desconocido en el país que lo pronuncian "de Andrade" en las regiones menos desarrolladas, allí donde justamente el populismo de Lula tiene más efecto- llega a ser electo presidente de Brasil, será por obra y gracia de su líder y mentor político, y no por sus propios méritos, ya que perdió en la primera vuelta por su reelección para la alcaldía de San Pablo.
Haddad depende tanto del expresidente que hoy besará la mano de Lula en la celda de la Policía Federal en Curitiba, para recibir su nihil obstat. Y, para nada sorprendente, podrá salir de allí con el comunicado de que, por la causa, el candidato será otro, y no él.
Más allá de postergar al máximo el paso del bastón y garantizar su exposición pública como "preso político", quizá Lula quiera menos ganar la elección que ver nacer un nuevo líder en su sombra.
Insistir en la candidatura del expresidente hasta el último momento sigue siendo la estrategia preferida por él y la mayoría del partido, y así personalizan cada vez más la representación política, que hoy no está movida por valores ni por proyectos de nación, sino por intereses subalternos, políticos y económicos.
La estrategia montada por Lula sigue sus designios y demuestra que el PT como partido ya no representa nada excepto el deseo de conservar los privilegios de una elite política que llegó al poder para cambiar "todo lo que está ahí" y que, en cambio, profundizó las prácticas más nefastas de cooptación y promovió una despolitización de la población que ahora paga su precio en la figura de Jair Bolsonaro.
El candidato de la extrema derecha emerge de estas múltiples crisis con un mesianismo al revés que intenta seducir a sus potenciales electores, los más desfavorecidos, con promesas tan imposibles de cumplir como las que el lulismo le ofreció al pueblo, y también los engaña en su buena fe, movida por sus necesidades básicas.
Así como el proyecto populista de Lula prevaleció durante una década con pies de barro que no resistieron la crisis creada por él mismo, también las propuestas simples y fáciles de su opositor presentan soluciones que pueden parecer eficientes -como las Unidades de Polícia Pacificadora de Sérgio Cabral en Río de Janeiro, otro populista que está en prisión-, pero que en realidad son placebos para medicar a enfermos graves.
Traducción de Jaime Arrambide
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