Hace 75 años, el Partido fundaba la República Popular China; en la actualidad es la segunda superpotencia económica del planeta, con más de seis millones de millonarios
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Hace 75 años, el 1 de octubre de 1949, el Partido Comunista tomaba el poder en China, poniendo fin a una larga guerra civil, y su líder, Mao Zedong, anunciaba el nacimiento de una nueva nación: la República Popular de China (RPC).
El país atravesó enormes cambios. Mao instaló políticas marxistas, pero a diferencia del comunismo soviético, centrado en la clase obrera, la revolución maoísta se basó en los campesinos.
El objetivo de Mao era industrializar al país y transformar la tradicional economía agraria china. Para ello creó brigadas de trabajo y granjas colectivas, prohibiendo la agricultura y la propiedad privada. La colectivización y centralización de la economía transformaron a la sociedad china.
Pero “El Gran Salto Adelante” -como llamó Mao a su proceso de industrialización- también provocó una gravísima insuficiencia alimentaria y al menos 20 y hasta 45 millones de personas, según diferentes fuentes, murieron de hambre entre 1958 y 1962.
Mao ahondó sus políticas comunistas y lanzó a mediados de la década de los 60 otra de sus políticas más controvertidas: la “Revolución Cultural”, una campaña contra los partidarios del capitalismo en China bajo el pretexto -destacan los historiadores- de eliminar a sus enemigos políticos en el seno del Partido Comunista Chino (PCCh).
Millones de personas fueron aterrorizadas por la Guardia Roja, los jóvenes movilizados por Mao para eliminar a la “cultura burguesa”. Pese a ello, un intenso culto a la personalidad convirtió a Mao en una especie de divinidad nacional.
Su imagen sigue muy presente en la vida diaria del país asiático. Sin embargo, hoy la República Popular de China no podría ser más distinta de lo que la que concibió “El Gran Timonel”.
Superpotencia
75 años después de su fundación, la China actual parece casi opuesta a la nación que concibieron los fundadores del PCCh. Mientras que Mao colectivizó el trabajo, centralizó la economía y persiguió a los partidarios del capitalismo, hoy China es el segundo país del mundo con más millonarios (hay más de seis millones, según el último Informe de riqueza global de UBS).
Su Producto Interno Bruto (PIB) solo es superado por el de Estados Unidos, que tiene apenas seis empresas más que el gigante asiático (139 vs 133) en la lista de las 500 corporaciones más grandes del mundo, según el listado de 2024 de la revista Fortune. También tiene el sector bancario más acaudalado y la entidad con mayores activos: el Banco Industrial y Comercial de China (ICBC).
¿Cómo se explica, entonces, que el país comunista más grande del mundo tenga este nivel de riqueza y se encamine -según algunos analistas- a convertirse en la principal superpotencia económica del planeta?
Todo se debe a los cambios que introdujo a partir de 1978 -dos años después de la muerte de Mao- Deng Xiaoping, quien impulsó un programa económico que se conoció como “Reforma y apertura”.
Deng hizo todo lo contrario a lo que pregonaba Mao: liberalizó la economía, permitiendo el resurgimiento del sector privado y descentralizó el poder, dejando la toma de decisiones en manos de las autoridades locales.
Desmanteló progresivamente las comunas y les empezó a dar mayores libertades a los campesinos para que pudieran administrar las tierras que cultivaban y vender los productos que cosechaban.
También se abrió al exterior: viajó a EE.UU. y selló los lazos con Washington, tras el histórico primer paso que dio Richard Nixon al visitar China en los últimos años de Mao, en plena Guerra Fría.
Así, empezaron los contratos comerciales entre la RPC y Occidente, dando paso a la entrada en la economía del país asiático de inversiones extranjeras y multinacionales icónicas del capitalismo, como Coca-Cola, Boeing o McDonald’s.
“Socialismo con características chinas”
El modelo económico introducido por Deng, basado en una economía de mercado, se bautizó oficialmente “Socialismo con características chinas”. Fue una fórmula exitosa que permitió que China empezara a crecer a niveles récord y sostenidamente, durante cuatro décadas.
El Banco Mundial estima que más de 760 millones de chinos salieron de la pobreza gracias a las reformas, algo sin precedentes. Algunos expertos lo llaman “el milagro económico más impresionante de cualquier economía en la historia”.
Los líderes posteriores -Jiang Zemin, Hu Jintao y el actual mandatario del país, Xi Jinping- mantuvieron las reformas aperturistas. China se modernizó y hoy no solo domina la fabricación de ropa, textiles y electrodomésticos. También es un gigante tecnológico.
Si miras a tu alrededor, verás que muchos de los productos que utilizas proceden de allí. Xiaomi, Oppo y Vivo son algunas de las empresas de telefonía más grandes del mundo y Huawei es líder en el desarrollo de la tecnología 5G.
Lenovo, otra empresa privada china, es la que más ordenadores vende en el mundo. Y la plataforma Alibaba es una de las principales empresas de comercio electrónico del planeta.
Con todo, cabe preguntarse: ¿podemos seguir llamando a China un país comunista?
Poder absoluto
Desde el punto de vista político, la respuesta es: definitivamente, sí. Un siglo después de su creación, el PCCh sigue siendo la única fuerza política en China y gobierna de forma vertical y jerárquica, con dirigentes en cada ciudad y región del país.
La estructura del partido es piramidal y en su base hay más de 95 millones de miembros. El presidente de China es elegido por la Asamblea Popular Nacional -el Parlamento-, que está controlado por el PCCh. Y el partido controla a todos los altos funcionarios del gobierno, los líderes de las empresas estatales, las escuelas, los hospitales y los grupos sociales.
“El PCCh no es un partido político tal como entendemos este tipo de organización en una democracia multipartidista. Es un Partido-Estado”, explicó en un artículo en la revista Política Exterior Jean-Pierre Cabestan, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Baptista de Hong Kong y uno de los mayores expertos en China.
Este Partido-Estado presta mucha atención al control de su ideología: no existe la libertad de prensa y, con excepción de unos pocos medios escritos privados, el sector mediático está bajo control estatal.
Según el organismo de derechos humanos Human Rights Watch, el gobierno chino “mantiene un estricto control sobre internet, los medios masivos y la academia”. También “persigue a comunidades religiosas” y “detiene de forma arbitraria a los defensores de los derechos humanos”. Pero si se analiza al país desde una perspectiva económica, ahí la historia es otra.
“La pesada mano del partido”
“Económicamente China hoy está más cerca del capitalismo que del comunismo”, opinó a BBC Mundo la analista internacional, experta en Asia, Kelsey Broderick. “Es una sociedad de consumo, lo que es totalmente opuesto al comunismo”, destacó.
Sin embargo, Broderick advirtió que, aunque a primera vista la economía china parece completamente capitalista, “si remueves la primera capa, puedes sentir la pesada mano del partido”.
El control que ejerce esta “mano invisible” se siente más en lo alto de la pirámide económica, afirma. El Estado determina, por ejemplo, el precio del yuan y quién puede comprar divisas. Y es el que controla las empresas más grandes del país, que manejan los recursos naturales.
El PCCh también es oficialmente el dueño de toda la tierra en China, aunque en la práctica las personas pueden poseer propiedades privadas por un determinado número de años. Y controla el sistema bancario, por lo que decide a quién se le otorga préstamos.
Incluso las empresas privadas chinas deben someterse a inspecciones estatales y tienen “comités partidarios que pueden influenciar la toma de decisiones”, cuenta Broderick.
Esto último también ocurre con algunas firmas extranjeras que operan en el país, en el caso de que tengan tres o más miembros del PCCh empleados (una situación no poco común teniendo en cuenta los más de 95 millones de miembros).
Este borroso límite entre lo privado y lo estatal está detrás de la controversia que ha afectado en los últimos años a Huawei, luego de que EE.UU. acusara a la principal empresa privada de equipos de telecomunicaciones de China de ser un frente para el espionaje estatal (algo que la compañía niega).
“Capitalismo estatal”
Estos rasgos socialistas que aún persisten en el modelo económico chino, y que han llevado a que muchos analistas lo tilden de “capitalismo estatal”, también han exacerbado la guerra comercial entre China y EE.UU.
Si bien el conflicto se centra en la balanza comercial, muy inclinada a favor de Pekín, Washington y otros socios comerciales de China reclaman por las enormes ayudas estatales que reciben las empresas privadas chinas, y que las ponen en ventaja con respecto a sus rivales internacionales.
“Las empresas privadas chinas tienen una doble ventaja: toman créditos de bancos públicos y reciben subsidios energéticos de las empresas estatales que controlan toda la producción de energía del país”, señala el periodista y analista internacional Diego Laje.
Laje, quien fue presentador en la Televisión Central de China (CCTV) en Pekín y corresponsal para Asia de la cadena estadounidense CNN, considera que China “no se puede llamar capitalista porque no cumple con los requisitos y compromisos de la Organización Mundial del Comercio (OMC)”, a la que adhirió en 2001 y que aún no lo reconoce como “economía de mercado”.
No obstante, el periodista destaca que “en el día a día la intervención del Estado no se siente, lo que da una sensación de libertad” que hace que en muchos sentidos la economía china opere como un sistema capitalista.
Inequidad
Si bien la liberalización de la economía ha reducido fuertemente la pobreza, también ha aumentado la brecha entre ricos y pobres. Se nota en los servicios de salud: la mayoría de los chinos dependen del sistema público, muchas veces abarrotado, pero los más ricos acuden a hospitales privados.
La educación china también ha sufrido cambios. Sigue siendo estatal pero ya no es completamente gratuita.
“Hay 9 años que son obligatorios y no se pagan. Pero para ir al secundario y la universidad hay que pagar”, le dijo a BBC Mundo Xiao Lin, una intérprete originaria del sureste de China que emigró a Pekín para estudiar y trabajar.
Xiao es una de las muchas personas que padece la profunda crisis inmobiliaria por la que atraviesa China, con decenas de miles de casas nuevas sin vender porque muchos no pueden pagarlas.
“Las casas son cada vez más caras y solo los ricos pueden comprarlas. Los profesionales jóvenes como yo no podemos acceder a tener nuestra propia vivienda y dependemos de nuestros padres o abuelos”, cuenta. Estas diferencias socioeconómicas están muy lejos de lo que propone el comunismo, que apunta precisamente a eliminar las clases sociales.
¿Contradicción?
¿Cómo explica el PCCh, que en el pasado persiguió a quienes creían en el “capitalismo”, el éxito de su “capitalismo estatal” que ha llevado a China a convertirse en la segunda economía más grande del mundo?
Según Anthony Saich, director del Ash Center de la Universidad de Harvard y autor del libro From Rebel to Ruler: 100 Years of the Chinese Communist Party (“De rebelde a dirigente: 100 años del PCCh”), la dirigencia del partido simplemente cambió el relato.
“Los actuales líderes de China han reescrito la historia de una manera que borra este aspecto de la historia oficial”, le dijo a BBC Mundo.
“Si bien admiten que Mao pudo haber cometido algunos errores, ignoran el ataque a los ‘seguidores de la vía capitalista’ y explican la Revolución Cultural como un experimento del cual el partido aprendió. Enfatizan que fue un ataque a la corrupción, al burocratismo, etc.”.
“Xi Jinping, en lugar de ver la era pos-1949 dividida en dos historias (una bajo Mao y otra bajo reformas) lo considera una línea ininterrumpida de experimentación que ha resultado en lo que el partido es hoy”, señaló.
Saich, al igual que muchos otros expertos, resalta que, bajo Xi, China “se ha alejado de las influencias más liberales del mercado que se experimentaron anteriormente”. Por su parte, Laje observa que también se ha endurecido. “Están aumentando los niveles de represión y control y se ha perfeccionado la tecnología para que hoy China sea un Estado policial perfecto”.
Para Broderick, el líder chino “está convencido de que la desintegración de la Unión Soviética se dio porque dejaron de lado sus raíces comunistas y no quiere que eso ocurra en su país”.
Sin embargo, consultado sobre si la China de Xi se está haciendo más capitalista o más comunista, Saich opina que ninguna de las dos opciones es acertada: “Es más estatista”.
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