Cuáles son los pueblos de Latinoamérica que registran las tasas más altas de matrimonio infantil y adolescente
Estos enlaces predominan en las regiones donde la cultura de los pueblos originarios se fusionó con la religión católica
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Sucede en la iglesia como cualquier matrimonio. La novia va de blanco, pero, al igual que su pareja, lleva puesto un kuarimpete, que es un sombrero tradicional indígena. Los invitados se cuentan por decenas, llegan en chiva y visten traje típico con bastón, ruana, y en el caso de las mujeres, falda larga. Un sacerdote preside la ceremonia en la que también se intercambian anillos y, finalmente, se sella con un beso.
La anterior es una escena cotidiana en Piendamó y Silvia, municipios ubicados en el corazón del Cauca, donde habitan alrededor de seis resguardos (reservas indígenas). Sin embargo, más allá del misterio que envuelve las costumbres de estas minorías, existe una particularidad cuestionada por organismos de derechos humanos y de protección a la niñez: algunos de los que caminan hacia el altar todavía no cumplen la mayoría de edad.
Esta región del suroccidente colombiano, un valle en medio de la cordillera Central, está conformada por todo un abanico de comunidades étnicas pertenecientes a diferentes pueblos, entre ellos el Misak. Mantener la tradición cultural ha sido la función principal de su organización; por eso, además de la enseñanza de la lengua Namtrik, que se transmite como la leche materna -de generación en generación-, las uniones entre parejas deben pasar por el ritual, una mezcla de costumbres cristianas e indígenas.
”Es un día muy importante dentro de la comunidad. La tradición data desde antes de la conquista, aunque después de este episodio se mezcló con el cristianismo, manteniendo algunas prácticas indígenas. Esta ceremonia congrega a las familias y rescata nuestra música y danza. Por eso, la mayoría de los casamientos se celebra con este ritual”, destaca Luz Dary Aranda, gobernadora del Cabildo Guambía del municipio de Silvia.
Pero también es un día muy esperado para la mujer indígena. Históricamente ellas han mantenido un rol como cabeza de hogar, que a su vez empiezan a desempeñar desde una edad temprana por la falta de oportunidades de educación y empleo. La economía ha girado -y aún se mantiene de esta manera- en torno al trabajo de la tierra, por lo que tener una parcela donde sembrar es la garantía de un sustento económico y casarse permite compartir la propiedad.
Esta razón motivó, años atrás, los matrimonios arreglados, especialmente en el caso de las adolescentes que veían en ello una oportunidad de mejorar sus condiciones de vida.
“Las familias eran las que buscaban pareja para sus hijas y los acuerdos se hacían entre los padres. Sin ir muy lejos, mi madre se casó de esta manera”, relata la gobernadora indígena.
Aunque el consentimiento ahora es necesario, la idea de utilizar el matrimonio como escape de la pobreza, violencia o para escalar socialmente se mantiene, con énfasis en el género femenino y en las más jóvenes. Pero no solo sucede en los pueblos ancestrales, las uniones tempranas, es decir, entre o con menores de 14 a 17 años -que son legales en Colombia con previa autorización de los padres-, se dan en 24 de los 32 departamentos del país.
Según cifras entregadas por la Superintendencia de Notariado y Registro, en el 2021 se firmaron 303 uniones maritales que involucraban a un adolescente. Cauca, con 67 matrimonios; Antioquia, con 28; y Valle del Cauca, con 19, fueron los que mayor número de casos presentaron. No obstante, la notable diferencia entre el primer y segundo departamento de este ranking evidencia un fenómeno atípico al resto del territorio.
Las precariedades sociales y el conflicto armado, que según Unicef son algunas de las causas que propician el matrimonio infantil, así como las prácticas culturales de las comunidades indígenas son el caldo de cultivo para que esta región reúna el 22 por ciento del total de los casos presentados el año pasado en el país.
Solo en Piendamó se registraron 39 uniones maritales con menores de edad. Y en Silvia, que es el municipio más cercano -a 40 minutos en carro-, 18, dictan las cifras de la Supernotariado.
Estos números los convierten en los pueblos donde más se casan adolescentes, aún sin cédula, con una marcada diferencia respecto al resto de ciudades, que, además, los superan notablemente en habitantes. Por ejemplo, Bogotá, que tiene 200 veces la población de Silvia, no registró ningún caso; Cali, 3; Barranquilla, 4; y Medellín, 6.
¿Por qué en Cauca?
“Desde mi experiencia y lo que he visto, puedo notar un afán en las jóvenes por conseguir pareja y aún sin haber terminado la secundaria, en noveno o décimo bachillerato, deciden casarse y formar un hogar. A pesar que la cifra de adolescentes que logra graduarse del colegio ha venido en aumento, no existe la posibilidad de continuar los estudios superiores y no queda otra opción, en especial para las mujeres, que conseguir marido”, cuenta la gobernadora guambiana. Aunque existen cupos y becas reservadas para la población indígena, la líder de esta comunidad manifiesta que son insuficientes.
“La opción del Icetex, por ejemplo, es muy competida y solo pocos logran acceder. Entonces, sin una carrera, se tienen que quedar en casa labrando la tierra, que es nuestra actividad principal. De allí también el afán de formar familia. En el caso de las mujeres, para apoyar la siembra y empezar a ganar algo de dinero”, agrega Arana.
No obstante lo dramático de la situación, la desescolaridad, el desempleo e incluso el rezago social de las minorías étnicas no son exclusivos de los Misak, ni del Cauca. Otros pueblos ancestrales viven en condiciones similares, al igual que los habitantes de las zonas rurales.
Entonces, ¿qué abre la brecha entre el número de casos de matrimonio infantil en ese departamento contrastado con las demás regiones? Rosmary Garzón, psicóloga, especialista en salud sexual y reproductiva y doctora en salud pública de la Universidad Nacional, asegura que existe un subregistro enorme de las uniones tempranas, que rara vez se autentican en notaría. “Las parejas de adolescentes suelen hacer el registro cuando necesitan acceder a algún subsidio; de lo contrario, el matrimonio entre menores de edad o su convivencia no se sella formalmente”, indica la académica.
Aquí es donde radica la diferencia con las comunidades indígenas, específicamente el pueblo Misak, que habita los territorios de Silvia y Piendamó. Por sus tradiciones, el matrimonio debe celebrarse a través de un ritual católico-autóctono que, a pesar de su carácter religioso, se convierte en una cifra oficial al tener validez legal.
En todo caso, y, pese a ser permitido, se procura que los casos de matrimonio infantil lleguen a cero, no solo en la profundidad de los territorios, sino en la invisibilidad de las ciudades, donde, aunque en menor cantidad, siguen ocurriendo.
La reproducción de los círculos de pobreza es la consecuencia más visible para los adolescentes, tal como lo señala el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y organismos internacionales. Por ello, atacar las causas que siguen alimentando las uniones tempranas, con un enfoque de género direccionado hacia el empoderamiento, es prioridad para romper la cadena de precariedades que ataría a nuevas generaciones.
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