Cuál es la mejor estrategia para neutralizar la guerra híbrida que Rusia lanzó contra Occidente
El columnista de The Washington Post analiza la transformación de la guerra convencional y la urgencia de dar una respuesta acorde a los nuevos desafíos del Kremlin
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WASHINGTON.- El día de Navidad, un cable que transportaba electricidad de Finlandia a Estonia fue cortado en el mar Báltico, y sufrieron daños otros cuatro cables submarinos. En el lugar, sobre el lecho marino, las autoridades finlandesas encontraron la marca de arrastre de un ancla y tomaron el control de un buque cisterna que parece ser parte de la “flota fantasma” que usa Rusia para exportar petróleo y gas en violación a las sanciones de Occidente.
Éste es apenas el último de una serie de actos de sabotaje en Europa atribuidos al Kremlin. Se cree que hace un mes, un barco chino cortó otros dos cables de transporte de datos en aguas de Suecia a instancias de Moscú. También se sospecha que durante el año pasado los agentes rusos intentaron plantar dispositivos incendiarios en un avión de carga en Alemania; que complotaron para asesinar al CEO de una gran empresa alemana que fabrica armas para Ucrania; que provocaron incendios en Polonia, Gran Bretaña y Alemania, y que interfirieron en las elecciones de Rumania y Moldavia, entre otros países.
Rusia está llevando a cabo “una campaña cada vez más intensa de ataques híbridos en todos nuestros territorios aliados, interfiriendo directamente en las democracias, saboteando la industria y cometiendo actos de violencia”, dijo en noviembre pasado el secretario general de la OTAN, Mark Rutte. Pero, ¿qué es exactamente una “guerra híbrida” y cómo debería enfrentarla Occidente?
Suele decirse que el término “guerra híbrida” fue acuñado en 2007 por el teniente coronel retirado de la Marina norteamericana Frank Hoffman, pero Hoffman me dice que es una frase de Jim Mattis, exsecretario de Defensa y general de la Marina también retirado. Mattis dio un discurso sobre el tema en 2005, y ese año Mattis y Hoffman publicaron juntos un artículo profético en la revista Proceedings del Instituto Naval de Estados Unidos, titulado “La guerra del futuro: el auge de las guerras híbridas”.
El artículo advertía que en las “guerras híbridas” del futuro, Estados Unidos podría encontrarse en situación de tener que lidiar “con las consecuencias de un Estado fallido que perdió el control de algunos misiles o agentes bacteriológicos”, “actos de violencia contra nuestra infraestructura crítica” por parte de “actores no estatales” y “otras formas de guerra económica” o “de ataques informáticos contra objetivos militares o financieros”.
Mattis me dice que adoptó el término “guerra híbrida” para “romper” con la mentalidad convencional de que Estados Unidos no está en guerra salvo que las fuerzas militares norteamericanas participen en un conflicto con intercambio de fuego. Esa lógica binaria no cubre las amenazas de menor nivel, como los ciberataques en territorio norteamericano o el corte de cables en el mar Báltico. “Si lo que esperamos es una guerra ‘real’ según la definición de antes, podemos no darnos cuenta de que un enemigo ya está librando una guerra contra nosotros en este momento”, dice Mattis. “Usamos el término ‘híbrido’ como un guiño para ayudar a ampliar la definición de guerra”.
Es imperativo que Estados Unidos adopte una visión más amplia de lo que es un conflicto, porque es así como piensan nuestros adversarios. De hecho, en 1999, dos coroneles del Ejército Popular de Liberación chino, Qiao Liang y Wang Xiangsui, publicaron un influyente libro titulado Guerra irrestricta, donde exponían una visión de lo que podría llamarse una guerra híbrida con características chinas.
El libro de esos oficiales chinos fue una reacción a la maestría demostrada por el Ejército norteamericano en la Guerra del Golfo de 1991. Al darse cuenta de que las naciones más débiles, como China, a corto plazo no podrían competir en términos militares convencionales, Qiao y Wang propusieron ampliar el concepto de conflicto para incluir medidas encubiertas, como comprar a los legisladores y medios de comunicación del oponente, asesinar a ejecutivos financieros, fomentar desastres ambientales y atentar contra las redes informáticas. “La primera regla de la guerra irrestricta es que no hay reglas: nada está prohibido”, escribieron.
Catorce años después, un informe del Departamento de Defensa de Estados Unidos de 2013 identificó una estrategia de “tres guerras” en la doctrina militar china: guerra psicológica (“para influir y/o perturbar la capacidad de toma de decisiones de un adversario”); guerra mediática (“para influir a largo plazo”), y guerra jurídica o lawfare (que “explota el sistema legal para lograr objetivos políticos o económicos”). China ha utilizado el enfoque de las “tres guerras” para reafirmar ilegalmente su control sobre el Mar de la China Meridional, entre otras medidas, inventando argumentos históricos espurios (sobre una “línea de nueve puntos”), construyendo arrecifes artificiales y enviando “barcos pesqueros” armados para hostigar y ahuyentar a los de otras naciones.
Irán es otro país que en las últimas décadas apostó fuerte por la guerra híbrida. Con su respaldo a milicias delegadas como Hezbollah, en el Líbano, y los hutíes, en Yemen, Teherán ha intentado reafirmar su control en toda la “media luna chiita” de Medio Oriente, al tiempo que interfiere en las elecciones en Estados Unidos y contrata a sicarios para asesinar a enemigos del régimen iraní en el extranjero. La caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria representa un gran revés para Irán -y para Rusia-, pero lo más probable es que Teherán simplemente redoble su estrategia híbrida. Hasta el “reino ermitaño” de Corea del Norte está abocado a la guerra híbrida, con ciberataques y el suministro de municiones y tropas a Rusia para que las use en Ucrania.
Sin embargo, Rusia sigue siendo el máximo exponente del uso de la guerra híbrida. Sus tácticas van desde operaciones de combate convencionales en Ucrania hasta operaciones de sabotaje e injerencia política en Europa o el envío de mercenarios a África y Medio Oriente para saquear recursos y apoyar a los autócratas, y todo con el objetivo de que Rusia recupere el poder que perdió tras el colapso de la Unión Soviética.
¿Cómo debería responder Occidente? El Centro de Análisis Político Europeo publicó hace poco un útil artículo titulado “Hacer que Rusia pague por sus ataques híbridos”. El autor, el diplomático lituano Eitvydas Bajarunas, argumenta que Occidente debe librar su propia guerra híbrida, que sea “lo suficientemente devastadora como para hacer llorar a los rusos y disuadirlos de futuras malas acciones”.
Entre otras cosas, Bajarunas recomienda aumentar las sanciones económicas a los “tomadores de decisiones rusos”, iniciar acciones legales “contra personas implicadas en acciones híbridas”, lanzar ciberataques para desactivar redes de bots y servidores “controlados por Rusia”, eliminar cuentas de redes sociales que “difundan información falsa” e intensificar los esfuerzos militares para contrarrestar el sabotaje ruso. Se podrían agregar otras ideas, como esfuerzos para eludir la censura rusa y sabotear la flota paralela de buques petroleros rusos, operaciones que podrían emprender las agencias de inteligencia de Occidente.
Mattis dice estar de acuerdo en que Estados Unidos tiene librar activamente una guerra híbrida y sugiere un decreto presidencial clasificado y consultado con los principales legisladores del Congreso para “enmarcar las acciones a tomar”. El exgeneral brega por una estrategia “que amplíe el espacio de confrontación” con “el compromiso de que esas acciones duelan” y agrega que “ese enfoque indirecto nos permitiría tomar la iniciativa operativa sin necesidad de pasar del ‘modo represalia’ al ‘modo escalada’”.
Lamentablemente, cuesta imaginar que Donald Trump, el presidente más cercano a Rusia y más escéptico de la OTAN de los tiempos modernos, implemente una agenda así cuando vuelva a la Casa Blanca. Cuando asuma el nuevo gobierno es probable que lejos de aumentar, los actuales esfuerzos para contrarrestar las operaciones híbridas rusas disminuyan.
El 23 de diciembre, los legisladores republicanos lograron cerrar el Centro de Compromiso Global del Departamento de Estado, creado para monitorear y contrarrestar las campañas de desinformación de Rusia, China y otros adversarios de Estados Unidos. Los republicanos acusaron falsamente al centro de aplicar la censura. El cierre de esa dependencia equivale a bajar las armas unilateralmente, en un guerra híbrida de múltiples frentes que, le guste o no, Estados Unidos ya está librando contra un eje de adversarios bien definido y cada vez más coordinado.
Por Max Boot
(Traducción de Jaime Arrambide)
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