Crisis económica y encierro: los uruguayos que buscan salir de la Argentina
Bajo acceso a tratamientos médicos, crisis económica y depresión por salir una vez por semana debido a la cuarentena por el coronavirus. Algunos arman las valijas y se preparan para volver definitivamente a Uruguay, como ya está sucediendo con los barcos de Buquebús que viajan todos los viernes.
El consulado en la Argentina recibió cientos de consultas de personas que quieren cruzar el charco: uruguayos y argentinos con residencia.
Estas son las historias de uruguayos que viven la pandemia en el encierro argentino: uno que no aguantó más y volvió, otros que preparan las valijas, y otros que quisieran volver pero no pueden.
Desembarco y cuarentena
Federico Tulbowicz, 23 años. Pizza frita. Ese es el emprendimiento que tenemos con mi socia, Lucía Correa. Hicimos carnaval en Uruguay, vendiendo pizza frita en el Velódromo y después nos vinimos a Buenos Aires. Yo estudio gastronomía y actuación. Llegamos el 9 de marzo, así que fue solo una semana de clases presenciales y después el encierro. Hace 100 días que estamos acá, casi sin salir a ningún lado. Yo salgo a correr… Bueno, salía, porque ahora tampoco se puede. A veces nos mandamos al carajo, pero tratamos de mantener la buena convivencia. Es difícil, pero… Es que tenemos una muy buena relación. Igual me quiero volver, allá es distinto. Me voy a tomar el Buquebus, voy a hacer los 14 días de cuarentena y después ya voy a poder salir.
Relato frustrado
Jorge Arruti, 29 años. Soy relator de fútbol, estoy en el equipo de Víctor Hugo Morales desde hace un año y medio, cuando me vine a vivir a Buenos Aires. En el verano hice notas de farándula en Punta del Este para Canal 9 y después me fui a San Carlos, mi ciudad, para cubrir el Carnaval. Volví en marzo, relaté la final Boca–Gimnasia, y después empezó el encierro. Vivo con mi novia. No vamos más que al supermercado. Estoy trabajando a distancia, por eso en un momento pensé en irme a Uruguay, pero a ella no la dejaban pasar por ser argentina.
Lo más difícil de sobrellevar es que no hay horizonte, no se sabe cuándo se va a salir de esto, porque son siempre 15 días más y nunca termina. Es un Buenos Aires muy distinto al que la gente conoce, porque de noche no queda nada, y de día el centro está vacío. La ciudad está más verde; yo descubrí los canteros de la 9 de julio, que nunca se ven porque está toda la gente amontonada. Hay persianas que uno sabe que nunca más se van a levantar. La economía va a estar brava. Medidas drásticas
Desesperación
Nadia Pachi, 30 años. Las medidas son drásticas, pero quizá deban ser más drásticas. Yo vivo en Villa Crespo, en Capital Federal, casi en Av. Corrientes, y lo que veo es mucha gente. Voy al supermercado y vuelvo, nada más, y una vez por semana, pero veo gente. Hace seis años que vivo acá. La enfermedad me viene golpeando muy de cerca. Tengo una amiga que es enfermera; en el hospital no la cuidaron y se contagió. Está aislada, hace mucho que no la dejan ver a los hijos, es desesperante.
Y después está el caso de la abuela de mi pareja, que estaba en un geriátrico, tenía alzhéimer. Como encontraron un caso entre los viejitos que vivían ahí, el Ministerio de Salud ordenó el desalojo y el traslado de todos los internados a un hospital. Ella tenía 96 años y no resistió. Le hicieron el hisopado, no tenía coronavirus, pero la mató el estrés de la situación. Estamos conteniendo a mi suegra, porque se hizo todo muy difícil, ni pudo despedirla. No hubo velatorio, solo la dejaron reconocer el cuerpo, y la cremaron inmediatamente. Por eso es que yo le tengo tanto respeto a este virus. Tanto cuidarla, 96 años, para morir así. Es injusto.
Bajo la lupa
Sol Benedetti, 30 años. Soy uruguaya, voy y vengo, pero hace mucho ya que vivo acá: nueve años. No somos una familia que la estemos pasando mal, el plato de comida está. Pero es difícil. Yo no trabajo y mi esposo es electricista. Tengo dos hijos, de un año y medio, y de tres años. Y los nenes hace meses que están adentro de casa, no salen para nada. Los veo como deprimidos. Es difícil.
Mucha gente alrededor ha perdido el trabajo o le han reducido el sueldo. Han recibido la ayuda del gobierno, pero no es mucha. Duele ver tanta gente que no se cuida, que anda sin tapaboca, que no se controla, que no se baja la aplicación que sirve para monitorear dónde está cada uno y si tiene síntomas. Hay que tener sí o sí la aplicación. Yo vivo en San Andrés, en Provincia, y acá se está controlando bastante. Un día fui a la farmacia y me pararon. Me pidieron documentos, me preguntaron a dónde iba y de dónde venía. Les dije la verdad, y me dijeron que si a la vuelta me volvían a parar y no había comprado nada me podían detener. Estamos bajo la lupa.
Todo politizado
María José Pérez, 68 años. Mi marido y yo estamos bien, tenemos una casa cómoda, pero nos queremos ir. La idea es cruzar a Uruguay, porque allá tenemos un departamento en Punta del Este. Queremos hacer la cuarentena de 14 días y después salir rumbo a Alemania, donde vive nuestra hija.
Es una situación difícil, y hay mucho miedo. Yo salgo a la calle a hacer mandados solo los sábados, así si aparecen síntomas puedo saber exactamente cuándo y por dónde me contagié. Mi marido sale un poco más; a veces va a una panadería a diez cuadras y discutimos un poco, porque yo no quiero que se exponga.
Es difícil, porque acá se politiza todo. Hay presión desde Cambiemos para que sus gobernantes no tomen medidas tan estrictas, pero los que están en los cargos saben que acá se hace así o no se puede hacer. Entre uruguayos lo podemos conversar: la misma prepotencia que tienen los porteños en Punta del Este, es la que tendrían todos acá si les pidieran un aislamiento voluntario.
Angustia y enfermedad
Margarita Marrero, 68 años. La angustia se hace sentir. Porque no es solo la pandemia, sino también el momento que estamos viviendo. Mi esposo tiene muchas enfermedades: es diabético, es hipertenso, tiene un tumor en el colon y problemas en la piel.
Tenemos una prepaga (lo equivalente en Uruguay a un seguro privado) y nos cerraron todos los consultorios de la capital. En mayo mi marido estuvo internado y lo llevaron a la Provincia. Ahí nos enteramos de que allá había consultorios, y ahora lo que estamos haciendo es ir a consulta allá. Hasta la semana pasada sacábamos un permiso cada 48 horas, y yo podía ir. Ahora nos lo dan cada 24 y mi marido tiene que ir solo.
Mi hija y mi yerno, que viven en Uruguay, quieren que nos vayamos para allá. Pero nosotros hace más de 40 años que vivimos acá. Hay un arraigo. No es tan fácil. Ellos, con todo este lío, tampoco han podido venir para acá. Tengo familia en Quilmes; un sobrino me dijo que venía a ayudarme, pero está a dos horas de mi casa y tiene cinco hijos. Cada uno tiene sus problemas.
El presidente dice que prefiere la salud de la gente que la economía, pero todo se viene abajo. La verdad es que no sé cómo va a hacer para arreglar todo esto.
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