Crece la tensión con los judíos ultraortodoxos en Israel
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BNEI BRAK, Israel.- Los Shinfeld son una familia ultraortodoxa judía que vive en Bnei Brak, una de las ciudades más religiosas de Israel, y ya están acostumbrados a llevarse un poco a las patadas con el resto de sus compatriotas.
Las tradiciones de esa comunidad, como formar familias numerosas -los Shinfeld tienen diez hijos y 30 nietos-, la observancia estricta de la religión y su eximición del servicio militar siempre han creado fricciones entre los ultraconservadores y la mayoría judía menos practicante.
Mientras Israel sufre su tercera cuarentena nacional con confinamiento, en las redes sociales se viralizaron imágenes de hombres vestidos de negro abarrotados descaradamente en escuelas, fiestas de casamiento y otros eventos, como el reciente funeral de un prestigioso rabino al que concurrieron más de 20.000 personas en Jerusalén.
Justa o injustamente, sus detractores los responsabilizan de ser “supercontagiadores” del coronavirus y un lastre para el país en su carrera para vacunar a la población y escapar de la pandemia. “Ya ni siquiera es tensión: es directamente odio”, dice Vivian Shinfeld, de 60 años, en relación a la bronca que siente de parte de los miembros menos religiosos de su propia familia. “La sensación ahora es de guerra.”
Los Shinfeld se consideran a sí mismos como ultraortodoxos “modernos”. Usan barbijo, se vacunaron y condenan a los violadores de la cuarentena que incendiaron un ómnibus a unas cuadras de su casa para protestar contra el confinamiento. Así y todo, los Shinfeld se convirtieron en parias: sus antiguos amigos les hacen el vacío y ni siquiera logran que los técnicos vengan a arreglarles la heladera.
El efecto rebote podría tener consecuencias culturales y políticas profundas mucho después de terminada la pandemia. “Es una grieta que ya viene de hace un tiempo y la pandemia la está ensanchando”, dice Tamar El-Or, profesor de antropología de la Universidad Hebrea y experto en cultura ultraortodoxa. “Cuando se vaya el virus, nada será como era.”
Los ultraortodoxos -los jaredíes, como se los conoce en hebreo-, se mantienen básicamente al margen de la sociedad moderna. Durante décadas, los sucesivos gobiernos de Israel les han concedido autonomía a cambio del apoyo de sus líderes en el Parlamento, y han subsidiado un estilo de vida que privilegia el estudio de la Torá por encima del trabajo remunerado.
“Es hora de que la ley sea igual para todos”, dice Yair Lapid, líder de la oposición parlamentaria, en un aviso de campaña donde comparan un aula vacía durante la cuarentena con otra aula repleta de alumnos ultraortodoxos.
Las elecciones nacionales están previstas para el 23 de marzo y los opositores están capitalizando esa bronca para pegarle al primer ministro Benjamin Netanyahu, a quien culpan de no obligar a cumplir el confinamiento a un sector social cuyo apoyo es imprescindible para la coalición de gobierno. (Apenas un 2% de todas las multas por violar la cuarentena fueron libradas en las zonas ultraortodoxas, según Be Free Israel, un grupo de defensa del pluralismo religioso.) Las agrupaciones políticas jaredíes, cuyo apoyo suele ser decisivo para consagrar al primer ministro en el Parlamente, ocupan 16 bancas. Las encuestas, incluida una difundida este mes por el canal de noticias Channel 12, revelan que el 60% o más de todos los israelíes quieren a los partidos ultraortodoxos fuera del gobierno.
En enero, el ministro de Defensa, Benny Gantz, propuso terminar con la eximición del servicio militar de la que gozan los ultraortodoxos y que es obligatorio para el resto de los judíos israelíes. Los académicos y los líderes empresarios también han renovado su reclamo de que las escuelas jaredíes enseñen elementos básicos de ciencia y matemática. Mientras tanto, algunos legisladores siguen apuntando a los subsidios por hijo que reciben las familias numerosas de los jaredíes.
Incluso dentro de la comunidad ultraortodoxa están surgiendo tensiones entre los más intransigentes y quienes han empezado a buscar educación y empleo fuera de sus barrios.
“No podemos seguir ignorando la situación”, dice Hila Lefkowitz, activista ultraortodoxa y candidata a un escaño en el Parlamento a través de un nuevo partido religioso alternativo. “El funcionamiento y la independencia de la sociedad jaredí se han vuelto un problema insoslayable”.
El enfrentamiento entre las autoridades sanitarias y los jaredíes se remonta al principio de la pandemia. La mayoría de los líderes rabínicos obedecieron las órdenes iniciales de cerrar escuelas y sinagogas, pero a regañadientes, argumentando el rol central y la importancia que tienen las reuniones religiosas diarias en la vida jaredí.
Pero la fatiga pandémica hizo crecer la rebeldía. Algunos rabinos empezaron a quejarse de que se permitían las masivas protestas políticas semanales contra el gobierno de Netanyahu, y ordenaron la reapertura de las escuelas religiosas, llamadas yeshivás. Las bodas y los funerales continuaron, algunos con centenares de personas. Los jaredíes representan al 12% de la población de Israel y según datos del Ministerio de Salud han aportado más de un 25% de los casos positivos de coronavirus.
A dos meses de arrancada la vacunación en Israel, el índice de nuevos contagios diarios apenas a empezado a bajar. Del promedio de 8624 casos semanales que tenía el país, actualmente tiene un promedio de 6952.
De todos modos, cualquier orden emanada del gobierno es un anatema para los ultraortodoxos, que en su mayoría reniegan del poder del Estado y ponen por encima la autoridad de la Torá. Igual que en Estados Unidos, en Israel las restricciones por el Covid también cayeron en la grieta política. “A muchos les alcanza que el gobierno diga que hay que usar barbijo, para no ponerse el barbijo”, dice Shinfeld.
Los jaredíes modernos -que adhieren al halajá, la ley judía, pero sin rechazar de plano la vida moderna-, temen que las tensiones en el seno de su comunidad y con la sociedad israelí en su conjunto termine rompiendo los lazos entre ambos mundos.
Casi dos tercios de los ultraortodoxos tienen menos de 19 años y están a punto de ingresar en masa al mercado laboral. Según la Oficina Central de Estadísticas de Israel, más del 76% de las mujeres jaredíes trabajan actualmente fuera de su casa, aunque los varones siguen eligiendo mayoritariamente una vida de estudio académico de la Torá. El número de estudiantes universitarios ultraortodoxos se ha más que duplicado en la última década, aunque sigue por debajo del 13%.
Shinfeld dice que actualmente ya se pueden conseguir plomeros y electricistas jaredíes, pero teme que esos incipientes avances se vean frustrados, o incluso se reviertan, si los políticos laicos reprimen a los ultraortodoxos con la excusa de controlar la pandemia.
“Estamos en medio de un enorme proceso de integración”, dice Shinfeld. “En el instante mismo en que se sientan oprimidos, se van a volver a encerrar.”
Shinfeld tiene 61 años y es un buen ejemplo de las divisiones internas del mundo jaredí. Nacido y criado en Bnei Brak, uno de los principales centros de la vida ultraortodoxa, Shinfeld se educó en el yeshivá más grande del país. Pertenece a la dinastía jasídica Guer, y los sabbat usa el ancho sombrero negro tradicional y los pantalones característicos de esa secta. En su casa no hay televisor.
Pero después de estudiar la Torá durante una hora, todas las mañanas, trabaja como abogado y es propietario de una empresa constructora. Durante la semana viste camisa azul y kipá negra. En la década de 1980, sirvió en el Ejército hasta alcanza el rango de capitán, algo impensable para un jaredí estricto. Las tensiones de la cuarentena no han hecho más que profundizar la grieta entre las fuerzas de seguridad y los ultraortodoxos, algunos de los cuales han empezado a arrojar piedras contras los móviles policiales.
Algunos miembros relativamente moderados de la comunidad dicen que sus rabinos les han fallado al desafiar abiertamente las órdenes del gobierno, y que en algunos casos esa jerarquía dominada por hombres ha quedado muy cuestionada. Así que ahora hay algunas mujeres jaredíes que se animan a exigir ser escuchadas. “Se quebró la confianza entre la comunidad y sus líderes”, dice la activista Lefkowitz. “Hay gente que jamás habría participado en política y que ahora lo está haciendo.”
Los Shinfeld responsabilizan a sus líderes más conservadores por desobedecer la cuarentena, pero agregan que también la policía es responsable de los peores enfrentamientos, ya que irrumpen en sus calles como no lo harían en un distrito secular de Tel Aviv. Además, en las redes sociales tildan a su comunidad de ser un “culto de muerte”, pero la pareja comparte la creencia generalizada entre los ultraortodoxos de que los toman de chivos expiatorios.
“No pretendo que abran las sinagogas”, dice Shinfeld. “Pero tampoco deberían permitir las protestas y manifestaciones políticas”.
Steve Hendrix y Shira Rubin (Traducción de Jaime Arrambide)
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