Coronavirus: crece el debate por los vínculos entre los gobiernos y grandes laboratorios
PARÍS.- Mientras el coronavirus siembra enfermedad, muerte y catástrofes en el mundo, casi ningún sector económico ha conseguido permanecer indemne. Una industria, sin embargo, no solo sobrevive, sino que debería obtener gigantes beneficios: las firmas farmacéuticas, que ven en la pandemia delCovid-19 una oportunidad única en la historia. Todas, con el apoyo de gobiernos y filántropos, se lanzaron a una frenética carrera para encontrar el tratamiento para la enfermedad y la vacuna para prevenirla.
A mediados de marzo, en el mismo momento en que las bolsas del planeta se desmoronaban, las acciones del laboratorio californiano Gilead trepaban 20% tras el anuncio de ensayos clínicos prometedores del remdesivir contra el Covid-19. El valor bursátil de Inovio Pharmaceuticals escalaba 200% por su vacuna experimental INO-4800. Los títulos de Alpha Pro Tech, fabricante de barbijos, se disparaban 232%. En cuanto a la acción de Co-Diagnostics, ganaba más de 1370% gracias a su kit de diagnóstico molecular del síndrome respiratorio agudo severo 2 (SARS-CoV-2), responsable de la pandemia.
¿Acaso las big pharma -cuya industria registró en 2017 una cifra de negocios de 1,143 billones de dólares, la mitad en Estados Unidos- también utilizará los remedios contra el Covid-19 para proponerlos mucho más caros? La sospecha aumenta, sobre todo en las redes sociales.
Podría no ser tan así.
Desde enero, los pesos pesados de la industria constituyeron células de crisis y movilizaron unidades de investigación y usinas. En la firma anglo-sueca AstraZeneca, varias decenas de expertos en virología e inmunología trabajan sin descanso desde el comienzo de la crisis. Los grandes laboratorios investigan solos o asociados con empresas de biotecnología, como GSK, aliado al norteamericano Vir Biotechnology, o el francés Sanofi con el estadounidense Regeneron. En total, las big pharma estudian en este momento más de 80 "medicamentos-candidatos" y 50 "vacunas-candidatas", según el gabinete especializado BCG.
"Vivimos momentos excepcionales y la industria responde", asegura David Ricks, presidente de la norteamericana Eli Lilly y de la federación Internacional de Fabricantes Farmacéuticos (Ifpma).
Varios ejes de investigación avanzan en forma simultánea, aunque la mayoría de esos ensayos se realizan con medicamentos que ya existen.
Es el caso de la muy mediática hidroxicloroquina. El Plaquenil de Sanofi forma parte del ensayo clínico europeo Discovery. También es el caso del remdesivir de Gilead, que acaba de recibir la autorización de emergencia por parte de la Agencia de Medicamentos y Alimentación norteamericana (FDA, por sus siglas en inglés). Otro ejemplo es el Actemra de Roche, prescripto para la poliartritis reumatoidal, que parece haber dado excelentes resultados en un estudio realizado por los especialistas de hospitales de París.
A fines de marzo, en una suerte de unión sagrada entre competidores, los grandes laboratorios se comprometieron a proponer una vacuna accesible "en todas partes del mundo" en un plazo de entre 12 y 18 meses.
"Es una promesa que la industria [farmacéutica] hace en su conjunto", dijo Paul Stoffels, vicepresidente del comité ejecutivo de Johnson & Johnson.
Es posible, pero la realidad es menos idílica, según las ONG especializadas.
"Estados e instituciones internacionales invierten mucho dinero público para hallar vacunas o tratamientos contra el Covid-19. Las big pharma anuncian querer ayudar. Pero la industria piensa solo en acumular beneficios", denuncia Patrick Durisch, encargado de cuestiones de salud pública para la ONG suiza Public Eye.
Beneficiarse con las inversiones públicas es algo común en la industria farmacéutica. Desde la década de 1930, los National Institutes of Health (NIH) en Estados Unidos invirtieron unos 900.000 millones de dólares en la investigación, que las empresas farmacéuticas después utilizaron para patentar marcas de medicamentos, afirma Gerald Posner, autor de Pharma: Greed, Lies, and the Poisoning of America (Farmacia: codicia, mentiras y envenenamiento de Estados Unidos).
"Cada molécula aprobada por la FDA entre 2010 y 2016 fue objeto de investigaciones científicas financiadas por el contribuyente a través de los NIH", según el grupo de defensa de Pacientes para Medicamentos Abordables. Los contribuyentes norteamericanos gastaron más de 100.000 millones de dólares en ese período.
Para el desarrollo del remdesivir, la empresa Gilead recibió financiamiento del Estado norteamericano.
"Ese medicamento, que nunca fue homologado ni comercializado, fue creado contra el Ébola. Gilead vio que no era efectivo, lo guardó en un armario y ahora lo vuelve a sacar para el Covid-19. Es más, se apresuró a obtener de la FDA la calificación de orphan drug [medicamento huérfano], que solo se otorga a moléculas para enfermedades que afectan a menos de 200.000 personas, cuando estábamos ante una pandemia que concierne a 200 países en el mundo", señala Durisch.
¿Por qué Gilead solicitó esa clasificación? Por razones financieras. Ese estatus especial otorga al fabricante siete años de exclusividad en las ventas, créditos fiscales para la realización de ensayos clínicos y aprobaciones más rápidas", detalla Juliana Veras, especialista en medicamentos de Médicos del Mundo.
Por el escándalo que se avecinaba, Gilead renunció finalmente a la apelación. Pero las prácticas del laboratorio, que mantiene estrechas relaciones con la task force creada por Donald Trump para administrar la crisis, ya fueron denunciadas en otras ocasiones, como en medicamentos contra la hepatitis C, vendidos en varias decenas de miles de euros. Resultado: son moléculas inaccesibles para cantidad de enfermos y pesan enormemente sobre los sistemas de seguro médico en los países en que existen.
Ventajas
"En todo caso, en este momento no se estudia ninguna nueva molécula contra el Covid-19. La ventaja es que podrían ser más rápidamente comercializadas y que los costos de investigación son infinitamente menores", precisa Durisch.
Sanofi se declara dispuesta a ofrecer a Francia millones de dosis de Plaquenil. Novartis también anunció querer hacer una donación de cloroquina. La empresa alemana Bayer acaba de reactivar la producción de esa molécula, que había cesado el año pasado. El gigante químico, también fabricante del cuestionado glifosato, acaba de poner a disposición de las autoridades alemanas decenas de máquinas y personal para practicar tests de detección de Covid-19.
Muchos expertos ven en esos gestos simples operaciones de comunicación.
"Pero, sobre todo, lo que las big pharma se cuidan bien de decir es por qué abandonaron hace años la investigación sobre tratamientos o vacunas contra los virus respiratorios", denuncia Jérôme Martin, cofundador del Observatorio para la Transparencia en las Políticas del Medicamento.
"¿Cómo es posible que 17 años después de la epidemia de SARS, el mundo no tenga ni tratamiento ni vacuna contra el coronavirus?", interroga Durisch. Y responde: "Porque son sectores mucho menos rentables que las enfermedades no transmisibles, como el cáncer y la diabetes, que, además, requieren tratamientos que los enfermos deben consumir durante toda la vida".
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