Solo el 1,7% de la población recibió la pauta completa; pese a que el virus avanza y las muertes aumentan, los locales optan por tratamientos naturales
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Solo un 1,7 % de los habitantes de Papúa Nueva Guinea fueron vacunados con la pauta completa contra el Covid-19. Esto es motivo de preocupación para la comunidad internacional, que ve cómo el virus se expande por una población muy expuesta que presenta altas tasas de comorbilidad y unos niveles muy bajos de acceso a atención médica.
El estado de ánimo en el país, sin embargo, es muy diferente. No hay duda de que hay mucho miedo, sí. Pero la causa es la propia vacuna. Muchos habitantes de Papúa Nueva Guinea podrían vacunarse, incluso en los rincones más remotos del país. Hablamos de personas que no son en absoluto ajenas ni a los medicamentos inyectados ni a las vacunas, que allí se administran contra enfermedades como la polio y el sarampión.
Pero millones de papúes no se están vacunando contra el Covid-19 porque le tienen terror a esta vacuna concreta. No se trata de reticencia vacunal, sino de una oposición frontal. De una antipatía radical.
Algunos responsables locales de las vacunaciones fueron amenazados de muerte y atacados por muchedumbres furiosas, que los consideran parte de una “campaña de terror”. Además, la nueva ley que obliga a estar vacunado para poder trabajar recibió como respuesta procedimientos judiciales, dimisiones en bloque y mercadeo de certificados de vacunación falsos. Todo ello para esquivar la temida vacuna.
¿Por qué hay una resistencia tan fiera a la vacuna del Covid-19 en Papúa Nueva Guinea? La diferencia clave, y cualquier buen antropólogo lo confirmaría, es el contexto cultural.
Enfermedad del espíritu
Cualquier intento por entender estas visiones locales sobre la vacuna contra el coronavirus debe tener en cuenta, en primer lugar, que en las sociedades de la Melanesia lo físico está íntimamente relacionado con lo moral y con lo espiritual. Esto explica que, en muchos casos, las explicaciones biomédicas de las enfermedades ocupen un lugar secundario frente a otras explicaciones. O que sean irrelevantes.
Esto se explica a su vez por los pocos o nulos esfuerzos que el Gobierno dedicó a la educación de los habitantes de Papúa Nueva Guinea. Especialmente para los que viven en entornos rurales, que suponen el 80% del total. Por ejemplo, cuando una persona que debería estar sana contrae una enfermedad o muere, lo achacan al efecto de un conjuro o a prácticas de brujería. Estas creencias, que están muy vinculadas a envidias y conflictos interpersonales, son las que desde este punto de vista habrían provocado el misterioso ataque.
A menudo, este tipo de interpretaciones se aplican a desgracias personales, pero no tanto a grandes acontecimientos como una pandemia global. Es aquí donde el cristianismo adquiere una importancia vital y contribuye a explicar problemas colectivos como este.
El papel del cristianismo
La práctica totalidad de los habitantes de Papúa Nueva Guinea (un 99,2 %) son cristianos. Las iglesias evangélicas y pentecostalistas ejercen una gran influencia social en el país. En Papúa Nueva Guinea el cristianismo no solo ofrece la promesa de la salvación eterna, sino que, además, la Biblia y ciertas ideas proféticas juegan un papel determinante a la hora de explicar cómo la gente vive y percibe el mundo.
Muchos cristianos, sobre todo de las citadas ramas pentecostalista y evangélica, creen que el fin del mundo está cerca e irá precedido por la segunda venida de Jesucristo.
Desde este punto de vista, resulta clave explicar que el inminente retorno de Jesucristo estará precedido por la decadencia moral acelerada del mundo y por la imposición de la marca de la bestia sobre toda la humanidad, un proceso auspiciado por Satanás. Muchos cristianos papúes, por tanto, no dejan de escrutar el mundo continuamente y con temor en busca de esta señal definitiva.
Hace unos años algunos papúes afirmaron que esta marca eran los códigos de barras, y más recientemente señalaron al carné de identidad nacional que quiso implantar el Gobierno. Ahora, aunque se trate de algo de una magnitud y una virulencia muy diferentes, la señal de la bestia sería la vacuna contra el Covid-19.
Prueba de ello son las consignas que un grupo de manifestantes antivacunas coreaban recientemente: “Chips 666 fuera” o “microchips satánicos fuera de aquí”. Desde esta creencia, la vacuna sería instrumento de los grandes poderes de una tiranía cósmica universal. La rapidez con la que se elaboró la vacuna, el hecho de que se administre en todo el mundo, las coacciones con las que supuestamente se inocula serían indicios nítidos de su origen diabólico.
Sin embargo, el cristianismo no es el único factor que favorece el sentimiento antivacunas. El poderoso instrumento de desinformación que suponen las redes sociales también fue importante, como demuestran los rumores sobre que las vacunas contienen microchips o que en muchos casos provocan la muerte.
Por otro lado, los habitantes de Papúa Nueva Guinea tienen gran desconfianza hacia los extranjeros, lo que hace que tanto la vacuna como el propio virus se perciban como una amenaza para la soberanía de su país. Este tipo de teorías florecieron ante la ausencia de un conocimiento biomédico occidental (o ante la falta de confianza en él). Los papúes más próximos a la cultura occidental a menudo intentan en vano de convencer a sus compatriotas contra este tipo de ideas.
Tratamientos alternativos
Pero al mismo tiempo que se resisten de forma desafiante a la vacunación, los papúes saben de sobra que el Covid-19 es real y que hace que la gente enferme. En un momento en que las tasas de contagio, ingresos hospitalarios y muertes están aumentando es difícil ignorar esta realidad. El aumento de los fallecimientos por el virus en todo el país hizo que muchas personas tengan miedo y decidan vacunarse. Pero incluso estas personas con mayor apertura mental se asustan fácilmente cuando escuchan los rumores de que la vacuna puede causar la muerte.
Descartadas las vacunas, los papúes se decantan por tres tipos fundamentales de tratamiento: rezos y sanaciones, remedios naturales y la confianza en una supuesta inmunidad natural fuerte frente a la enfermedad. En la medida en que las creencias religiosas en el país están muy influidas por las tradiciones evangélica y pentecostalista, muchas personas le rezan a Dios, a Jesús y al Espíritu Santo no solo para mitigar, sino también para erradicar la enfermedad diabólica.
Además, muchos están volviendo a remedios orgánicos tradicionales para protegerse frente al coronavirus. Esto se traduce básicamente en el consumo de diversas especias y hojas. Por último, en Papúa Nueva Guinea existe una creencia profundamente enraizada sobre que la gente de allí posee de forma innata un poderoso sistema inmunitario que, favorecido por una alimentación a base de productos de sus huertas, les hace ser más resistentes frente a los embates del coronavirus.
¿Qué pueden hacer las autoridades?
Para la mayoría de los occidentales, las vacunas son algo bueno de manera intrínseca y evidente. Pero para muchos papúes las vacunas son una amenaza peligrosa, siniestra y desconocida. Esto se debe, como dijimos, a una combinación de factores entre los que destacan la incapacidad del Gobierno, la fuerte religiosidad y una justificada desconfianza hacia los extranjeros.
Se trata de una postura que necesita ser comprendida y respetada con sensibilidad, y no despreciada y criticada.
Al mismo tiempo se pueden evitar muertes y tratar de disipar la gruesa capa de incertidumbre que rodea a las vacunas. Pero la pregunta es: ¿cómo hacerlo? Debería ofrecerse información detallada sobre la vacuna (incluyendo datos sobre su creación, contenidos, eficacia y posibles efectos secundarios) para que la gente tuviera un conocimiento pleno sobre ella antes de pedirle que se vacune. Pedir insistentemente a la gente que lo haga cuando dispone una información mínima sobre la vacuna no es ni justo ni ético.
Probablemente en respuesta a las muy difundidas interpretaciones apocalípticas sobre la vacuna, el Consejo de Iglesias de Papúa Nueva Guinea está proclamando activamente tanto sus beneficios como su carácter seguro. El Gobierno también debe aumentar sus esfuerzos y llevar a cabo una campaña de educación sanitaria si realmente quiere que aumente de manera relevante la tasa de vacunación.
El éxito de este esfuerzo para alejar a Papúa Nueva Guinea de una catástrofe sanitaria incluiría hacer entender a los ciudadano de a pie que la vacuna es una bendición divina, no una maldición diabólica.
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