Costureras de la guerra: convirtieron un taller de vestidos de fiesta en una fábrica de chalecos antibalas para la resistencia en Ucrania
Cuatro mujeres trabajan día y noche en un atelier de 20 metros cuadrados ubicado en un shopping en las afueras de Lviv para hacerles abrigos a los combatientes ucranianos en el frente de batalla; “Si cosemos todo esto para nuestros soldados, ellos tienen que ganar”, dijo una de ellas a LA NACION
LVIV.- Antes de que empezara esta insensata guerra en Ucrania, que hoy cumple 20 días, en el pequeño atelier que se encuentra en la habitación 319 del segundo piso de un shopping de la periferia de esta ciudad, se cosían vestidos de fiesta, trajes para novias, madrinas, para grandes eventos, celebraciones.
Pero todo cambió a partir del 24 de febrero, cuando comenzó desde Rusia una agresión brutal, implacable, que no cede. Ahora en este pequeño taller, como en el resto de esta exrepública soviética que no quiere volver a estar bajo el yugo de Vladimir Putin, cuatro mujeres muy valientes, Natalia (38), Lida (67), Olga (36) y Marta (48), que bautizaré las “costureras de la guerra”, trabajan a todo trapo para ayudar a la resistencia. Fabrican uniformes, chalecos antibalas, pasamontañas, abrigos, para enviarle a los soldados que están combatiendo en el frente.
Aunque las noticias no son buenas -la ofensiva rusa avanza, sembrando muerte y destrucción, sobre todo en el castigado este y alrededor de Kiev, la capital- en el taller no hay clima sombrío, sino todo lo contrario. Reina una gran energía, buena onda absoluta.
Natalia
Pelo largo rubio, soltera y sonriente, Natalia es la coordinadora. Antes de que comenzara la invasión trabajaba como directora de una empresa que vende granos de café tostados. “Ahora hay poco trabajo, muchos bares y restaurantes que nos compran están cerrados, por eso, para ayudar a nuestros soldados, montamos esta pequeña fábrica de ropa abrigada para ellos, en este atelier, que es de mi mamá”, cuanta a LA NACION.
En el taller, muy pequeño, de unos 20 metros cuadrados, hay siete máquinas de coser, una recién llegada de Alemania, especial para poder trabajar con materiales textiles especiales para el frío, térmicos o tipo polar. En una semana ya hicieron 500 chalecos antibalas, con bolsillos, de tela mimetizada. “Pero pensamos seguir haciendo la mayor cantidad posible, al menos 2000, trabajamos día y noche, en turnos y ya nos duelen las manos”, confiesa.
Cuenta que su padre se fue a Polonia a dejarla a su mamá y a su hermana gemela, que es madre de gemelos, allá para que estén sanos y salvos, pero que ella se queda. ¿Qué piensa de la situación? “Es terrible, naturalmente estamos muy preocupados, queremos que se termine esta guerra y tenemos esperanza en la victoria porque creemos en Dios y en nuestro ejército”.
Lida
Lida es la mayor del grupo. Pelo corto, anteojos y vestida de polera y pantalón negro, chaleco de lana colorado, buen humor, cuenta que en verdad es informática y matemática. Pero que de joven trabajó como diseñadora en París junto al modisto Christian Lacroix, así que algo entiende de costura.
Una de sus dos hijas, que es directora de un laboratorio de biotecnología de la Universidad de Potsdam, Alemania, es la que les mandó la máquina de coser especial para los uniformes negros, muy abrigados, que están haciendo. Su otra hija, madre de cuatro, se fue a Alemania, mientras que su yerno, Petro, está combatiendo. “Él es inválido de guerra porque ya peleó en 2014 en el Donbass, tiene una pierna de titanio, una placa en la cabeza y otra en la espalda... Nuestra esperanza era que no fuera más a combatir, pero igual fue. Ahora se encuentra en Zhytomir (ciudad bajo ataque que queda 300 kilómetros al este de Lviv), mi hija, que está en Berlín, se comunica con él e incluso pudo enviarle material, como anteojos visores nocturnos y drones”, cuenta.
¿Cuánto cree que durará esta guerra? “No tiene que ser larga, tiene que terminar... Queremos creer que se prolongará por un máximo de tres semanas, pero es un grito del corazón”, contesta. Su marido, que tiene problemas cardíacos, está en su casa. Al igual que Natalia, no piensa irse de Ucrania.
Olga
Olga, pelo corto rubio peinado todo de un lado, grandes aros, es la más ecléctica del grupo. Nunca cosió en su vida. Es pintora y diseñadora de una fábrica de cerámicas, también es tatuadora y maestra de baile sudamericano. “Los primeros días de guerra el miedo me paralizó y me quedé encerrada en mi departamento. Al tercer día pensé que tenía que calmarme, empecé a verme con mis amigos y al cuarto día, que tenía que reaccionar, que hacer algo”, cuenta. “Como mi primo, que es ingeniero, fue llamado para la guerra y se encuentra en la frontera con Bielorrusia, empecé a buscar un chaleco para mandarle, la llamé a Natalia, que me lo consiguió y bueno, también empecé a trabajar en el atelier”, agrega.
Mientras muestra sus varios tatuajes, también cuenta que muchísima gente le está pidiendo en estos días de fervor patriótico tatuajes nacionalistas, con el escudo patrio o con la consigna que hace furor en esta ciudad en grandes carteles, remeras y demás, que dice “Armada rusa, andate a la mierda”. “Pero hasta ahora les dije a todos que no, me parece mucho más importante fabricar estos uniformes”, asegura.
"Si cosemos todo esto para nuestros soldados, y es algo que hacemos con el corazón, ellos tienen que ganar"
¿Cómo ve las cosas? “La guerra es algo horrible, pero creo que éste es el momento más lindo para Ucrania. Nunca más en el mundo cuando viajemos al exterior y nos pregunten de dónde somos nos van a decir: ‘ah ¿sos de Rusia?’. ¡No, somos ucranianos! Este pueblo está haciendo milagros y creo que la victoria será nuestra. Ahora se sabe quiénes somos los ucranianos”, afirma, con los ojos llenos de pasión. “Si cosemos todo esto para nuestros soldados, y es algo que hacemos con el corazón, ellos tienen que ganar”, insiste. Su familia es de Lutsk, ciudad que queda a 100 kilómetros al norte, cuyo aeropuerto militar fue bombardeado el viernes pasado. “Viven cerca, justo habían vuelto de refugiarse en un pueblo de las afueras y la pasaron muy mal, les tembló todo en la casa”. Pero ellos tampoco piensan irse.
Marta
Marta, sweater negro con cuello en V, pelo corto color henna, es la única verdadera costurera del atelier. Trabaja allí desde hace 14 años haciendo trajes de novia, vestidos de gala, elegantes, para ceremonias, fiestas de casamiento, bautismos. ¿Se hubiera imaginado que iba a estar cosiendo uniformes para la guerra? “En verdad no es la primera vez. También confeccionamos para los chicos de la revuelta de Maidan, en 2014″, contesta, aludiendo a ese gran movimiento popular europeísta también llamado EuroMaidan, que derrocó al presidente filorruso Viktor Yanukóvich, lo cual determinó la toma de Crimea por parte de Rusia, la guerra en el Donbass y el origen remoto de esta inimaginable invasión.
Marta tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres y es abuela de tres nietos, dos ya nacidos y uno por nacer. Un hijo tiene 16 y el otro, 24, edad como para ser llamado a combatir, pero como acaba de ser papá, por el momento no ha sido convocado. “Su mujer es de Lugansk [el microestado prorruso del Donbass, al sureste de Ucrania] y allá es terrible, estamos con mucho miedo. Allá ya no tienen comida, ni agua, las redes telefónicas están cortadas, no tenemos comunicación... Mi nuera está desesperada”, cuenta.
¿Cuál es su visión? “Como creemos en Dios y rezamos, esperamos que esta guerra termine pronto”, contesta. Marta es menos locuaz que las demás “costureras de guerra”. Pero termina contando que hay un chiste dando vuelta que refleja muy bien esa impactante fortaleza y coraje de las mujeres ucranianas, dicho por hombres: “¡Las mujeres no empezaron a combatir, ya nosotros les tenemos miedo y si ellas empiezan, se termina todo!”.
Y concluye con otra historia que circula en Internet, también elocuente de las agallas femeninas. “La de una chica, amante de los animales, que suele recoger perros abandonados y darlos en adopción, que un día en el bosque encontró a un perro flaco, enfermo, solo... Tardó media hora en capturarlo y cuando lo llevó al veterinario, este le dijo: sólo una mujer ucraniana podría haber agarrado un lobo, así, con sus manos”.