En 160 kilómetros entre Baton Rouge y la turística ciudad de Nueva Orleans existen más de 150 instalaciones petroquímicas y refinerías
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En la vida de Eve Butler el cáncer parece estar por todas partes. “En mi calle conozco a tres personas, dos de la misma familia, que tuvieron cáncer al mismo tiempo. Mis hermanos tienen amigos que han muerto prematuramente o están enfermos, tienen problemas respiratorios, leucemia, asma…”.
Butler, quien también tuvo cáncer de pecho, vive en el condado de St. James, en Luisiana, dentro de lo que en Estados Unidos se conoce como el “Corredor del Cáncer” (Cancer Alley, en inglés).
En estos 160 kilómetros entre Baton Rouge y la turística ciudad de Nueva Orleans existen más de 150 instalaciones petroquímicas y refinerías.
Su actividad impregna el aire de hedor a gasolina y de sustancias tóxicas calificadas como potencialmente cancerígenas por la Agencia Federal de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA por sus siglas en inglés).
El riesgo de contraer cáncer de sus habitantes, en su mayoría afroestadounidenses, es 50 veces mayor que la media nacional, según la EPA.
En condados como St. John the Baptist, el riesgo de contraer cáncer es de entre 200 y 400 personas por millón y está asociado con las emisiones de óxido de etileno y cloropreno, dos potentes tóxicos. Los números contrastan con el resto del estado de Luisiana, donde se sitúa entre 6 y 50 por millón.
El presidente de EE.UU., Joe Biden, dijo al poco de llegar a la Casa Blanca que quiere abordar “el desproporcionado impacto de salud, ambiental y económico en las comunidades de color, especialmente en áreas duramente golpeadas como el Corredor del Cáncer en Luisiana”.
“El Departamento de Calidad Ambiental de Luisiana tiene la responsabilidad principal de implementar los programas de la Ley de Aire Limpio, incluido el monitoreo de las emisiones y la calidad del aire, y de hacer cumplir las regulaciones”, dijo a BBC Mundo un portavoz de la EPA.
El departamento de calidad ambiental del estado, por su parte, defiende que “la calidad del aire en Luisiana es bastante buena”.
“Cumplimos con la regulación. Respetamos todos los criterios sobre contaminantes de la EPA”, le dice a BBC Mundo Gregory Langley, el portavoz del departamento encargado de la salud medioambiental de Luisiana.
Eve Butler, sin embargo, tiene una experiencia distinta a la de las autoridades de Luisiana.
“No solo huele diferente. En un par de ocasiones salí a la calle sin paraguas. Se puso a llover y se me mojó el cabello y la cara. Días después, mi piel empezó a caerse. Soy una persona de piel morena y parecía que tenía quemaduras de sol”, cuenta a BBC Mundo Butler.
Desde su ventana, al levantarse cada mañana, lo que divisa son seis tanques de almacenamiento usados por la empresa petroquímica instalada frente a su casa.
“El césped está descolorido, los árboles ya no son tan verdes como solían ser y a veces crecen cosas negras en algunas de las plantas que hasta hace nada estaban sanas”, dice.
“Racismo medioambiental”
La concentración de fábricas emisoras de tóxicos es tan abrumadora aquí que ha llamado la atención de Naciones Unidas.
El organismo califica lo que sucede en el Corredor del Cáncer como una forma de “racismo medioambiental”.
“El corredor petroquímico a lo largo del río Misisipi no sólo ha contaminado el agua y el aire circundantes, sino que también ha sometido a sus residentes, en su mayoría afroamericanos, a cáncer, enfermedades respiratorias y otros efectos adversos para la salud”, expresaron este año expertos en derechos humanos de la ONU.
“Esta forma de racismo ambiental plantea amenazas graves y desproporcionadas a varios derechos humanos de sus residentes”, afirmaron.
Según los datos de la EPA citados por la ONU, en el condado de St. James, donde vive Butler, la incidencia de cáncer en las comunidades de personas negras es de 105 casos por millón, mientras que en los distritos de la zona donde vive la población blanca la incidencia es de 60 casos por millón.
A Butler, de 64 años, le diagnosticaron cáncer en 2017 y aunque estaba contenido y no se había extendido por todo el cuerpo, tuvo que pasar por el quirófano y perdió el pecho izquierdo.
“Tengo una hija y dos nietos. Le dije a mi hija que tenía que mudarse a otro lugar a vivir porque el condado de St. James no es un lugar seguro. Los únicos miembros de la familia inmediata que me quedan cerca ahora son mi mamá y una de mis ocho hermanos”, agrega.
Algo similar le pasa a Marylee Orr, también residente de la zona y activista contra la contaminación.
“Muchos de los residentes se irían si tuvieran el dinero, abandonarían todo. Se irían a otra parte de Luisiana o adonde quisieran. Ahora mismo ni siquiera pueden celebrar una fiesta de cumpleaños para sus hijos en el jardín porque huele muy mal o comienzan a toser y les cuesta respirar”, explica.
Contaminación atmosférica y cáncer
Kimberly Terrell y Gianna St.Julien son científicas investigadoras de la Clínica de Derecho Ambiental de Tulane y autoras del informe “Contaminación atmosférica tóxica y cáncer en Luisiana” publicado el pasado mes de junio.
Ambas coinciden en que existen fuertes evidencias de un vínculo entre la contaminación del aire y las tasas de cáncer.
“En Luisiana, específicamente, hay más kilogramos de contaminación atmosférica industrial tóxica liberada en el aire que en cualquier otro estado del país”, explica St. Julien.
“Hay tres principales contaminantes del aire. El primero es el benceno, que proviene comúnmente de la quema de gasolina de las refinerías de petróleo. El segundo es el formaldehído, otro tóxico industrial bastante común”, dice Terrell.
“Y por último tenemos el óxido de etileno. En 2016 la EPA determinó que causaba 30 veces más cáncer de lo que se pensaba anteriormente. Se produce en la fabricación de plástico”, explica la científica.
“Y esos tres son los que son más comunes. Pero hay una lista mucho más larga y algunas comunidades están lidiando con contaminantes que son más inusuales todavía”, añade.
El departamento de medioambiente de Luisiana dijo a BBC Mundo que “no está de acuerdo con la metodología ni las conclusiones del informe” de Terrell y St. Julien.
La tradición petroquímica
La industria petroquímica en el Corredor del Cáncer comenzó con la apertura de una refinería de Standard Oil en Baton Rouge en 1908, y se disparó a más de 300 instalaciones durante el siglo pasado.
Las razones de que este tipo de industria se estableciera en esta zona son una mezcla de circunstancias geográficas y sociales, pero también políticas.
Para empezar, explica Craig E. Colten, profesor emérito del departamento de Geografía y Antropología de la Universidad Estatal de Luisiana, el estado alberga abundantes depósitos de petróleo que han sido explotados desde principios de 1900, además de otros recursos naturales como sal o gas.
El segundo atractivo de la zona es que el río Misisipi es una vía fluvial que permite el paso de barcos y el transporte de mercancías y de residuos desde zonas tan alejadas del mar como Baton Rouge, que se sitúa a unos 320 kilómetros de la desembocadura del río.
Otro factor son las exenciones fiscales para el establecimiento de este tipo de empresas en Luisiana.
Un estado que, pese a tener una de las áreas más industrializadas, es uno de los más pobres de Estados Unidos.
Mientras el país tiene un 10,5% de personas que viven en pobreza, Luisiana alcanza el 19%, según el censo.
El ingreso medio de un hogar en Estados Unidos es de casi US$63.000, mientras que en el estado sólo llega a US$49.500.
Los bajos costes laborales, un gobierno estatal que alienta con exenciones fiscales la llegada de nuevas compañías, así como políticas y leyes medioambientales laxas son, para el profesor Colten, factores que han permitido que la primera potencia del mundo albergue también uno de los lugares más contaminados de la tierra.
“Desde 1997, se han permitido enormes emisiones tóxicas en la región del Corredor, que han vertido más de 65,5 millones de kilogramos de sustancias químicas al medio ambiente y han cambiado para siempre el panorama de la industria en el sureste de Luisiana”, dice el profesor Colten.
Marcos Orellana, relator especial de Naciones Unidas y abogado experto en derecho internacional, derechos humanos y medio ambiente, afirma que lo que sucede en el Corredor del Cáncer no es casual.
“Lo que hay es una política concertada y sistemática de las autoridades del estado de Luisiana de privilegiar el emplazamiento de las industrias altamente contaminantes en los lugares donde vive la población afrodescendiente”, dice en conversación con BBC Mundo.
“Incluso si miramos, por ejemplo, el proyecto Sunshine, de la empresa Formosa, que pretende abrir una enorme instalación para producir plásticos, se cambió el uso del suelo en el condado para permitir el proyecto donde vivían las comunidades afrodescendientes”, dice.
“Mientras que las mismas autoridades del condado prohibieron el emplazamiento de otras plantas petroquímicas en los lugares donde viven las personas blancas”.
“Entonces, no hay aquí una coincidencia, sino una discriminación abierta basada en la raza”, asegura.
“Las instalaciones han cercado literalmente a las comunidades afrodescendientes que allí viven con una incesante contaminación tóxica”, añade.
BBC Mundo contactó con la oficina del gobernador de Luisiana para preguntarle por las acusaciones del relator de la ONU, pero hasta el momento de la publicación no obtuvo respuesta.
La planta de plásticos de Formosa
Pese a las denuncias, los datos de la EPA y los estudios científicos, la industria petroquímica sigue creciendo en la zona.
Orellana, el relator de la ONU, mencionó más arriba un megaplan conocido como The Sunshine Project para construir un complejo petroquímico por valor de US$9.400 millones en poco más de nueve kilómetros cuadrados.
Todo pertenece a la misma compañía, la petroquímica taiwanesa Formosa, uno de los líderes mundiales en la fabricación de plásticos.
Durante años, los ejecutivos de la compañía han estado tratando de conseguir los permisos para hacer realidad las 14 instalaciones que forman parte del proyecto a lo largo del río Misisipi.
El plan incluye la construcción de plantas químicas, muelles para barcos y barcazas, líneas de toma, una conexión ferroviaria, plantas de generación de energía y una planta de tratamiento de aguas residuales.
Janile Parks, directora de Relaciones Comunitarias y Gubernamentales de Formosa, dijo en un correo electrónico a BBC Mundo que “el Corredor del Cáncer no existe”.
“No hay pruebas científicas de que las tasas de cáncer en el corredor industrial de Luisiana, que incluye la parroquia St. James, donde se encuentra The Sunshine Project, sean más altas debido a la actividad industrial”, argumentó basándose en los datos del Registro de Tumores de Luisiana, un organismo que pertenece a la Escuela de Salud Pública de la Universidad estatal.
Los medios locales reportaron que el gobernador demócrata de Luisiana, John Bel Edwards, apoya el proyecto como motor económico de su estado.
Pero asociaciones vecinales y activistas del condado de St. James, el mismo al que pertenece Eve Butler, llevan años luchando contra la compañía y en los últimos meses diversos informes apuntan a que la batalla podría decantarse de su lado.
El Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos ha ordenado una revisión ambiental del proyecto de Formosa en Luisiana, paralizando de momento los planes de la compañía.
Esto supone un pequeño triunfo para mujeres como Eve Butler y Marylee Orr. “A lo largo de los años he perdido a mucha gente”, dice Orr. Y agrega: “Amigos, vecinos, compañeros de trabajo”.
“Dirán que las tasas de cáncer en Luisiana son más altas porque la gente está gorda, come mal o porque fuma. Pero lo cierto es que mi comunidad sufre de asma, erupciones cutáneas y hemorragias nasales sin razónaparente”, señala.
“Cuando empezamos con la asociación en la que trabajo, otra madre y yo la codirigíamos. Se llamaba Ramona Stevens. Cuando le detectaron el cáncer ya estaba por todo su cuerpo y murió a los 39 años dejando dos hijos”, recuerda Orr.
“Y esto ha seguido pasando. Ha continuado todo el tiempo”.
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