Coronavirus: todo es devastación en la ciudad en la que apareció la variante brasileña
MANAOS.- Se venía otra oleada, pero esta vez, Uildéia Galvão pensó que estaban preparados.
A la doctora Galvão, jefa médica de la guardia de Covid-19 de un hospital público de Manaos, todavía la atormenta el recuerdo de la oleada de pacientes del otoño pasado: en menos de 10 días, hizo colapsar el enclenque sistema médico de la ciudad. Tenían que rechazar a los enfermos, y los muertos se apilaban en fosas comunes.
Así que el hospital de Galvão empezó a elaborar planes de contingencia, con un detallado cronograma de camas adicionales para enfermos de Covid.
Y la nueva ola llegó, pero era diferente. El virus había mutado, con una serie de alteraciones que probablemente lo hicieron más contagioso, o incluso más letal. Manaos fue golpeada por lo que los científicos llaman la variante P.1. Esta vez, el virus no tardó 10 días en hacer que el hospital quedara desbordado: fue en apenas 24 horas.
Incluso en una ciudad tan golpeada como Manaos, el nuevo horror fue algo nunca visto por los médicos. El oxígeno se agotó casi de inmediato, y decenas de pacientes del hospital murieron de asfixia. Miles más murieron en sus casas, sin poder conseguir ayuda. Uno de los médicos dice que cada media hora salían cortejos fúnebres rumbo al cementerio.
"Teníamos un plan", dice Galvão. "Aumentamos la capacidad de camas, pero de todos modos, quedamos estrangulados".
La catástrofe humanitaria que está ocurriendo en la ciudad más grande del estado de Amazonas deja al descubierto lo que ocurre cuando las fallas de gobierno, los yerros científicos y la indiferencia social se cruzan con una nueva y tal vez más peligrosa variante del virus que arrasa el mundo.
Se cree que la variante P.1 circula en la región de Amazonia desde diciembre, y ahora parece ser la cepa de coronavirus predominante en Manaos. También fue detectada en San Pablo, y en lugares tan remotos como Japón. El lunes fue detectado el primer caso de P.1 en Estados Unidos.
Los científicos se desvelan por entender el funcionamiento de la nueva variante —una de tantas que han surgido en los últimos meses— y están tratando de determinar si realmente es más transmisible o simplemente ha sacado provecho de la laxitud del comportamiento social en una región donde muchas personas no pueden o no quieren tomar precauciones contra el virus. La mayor incógnita es si la variante puede infectar a los recuperados de la cepa de más común del virus.
Los médicos y los trabajadores sanitarios de primera línea ya hablan de "un nuevo y peligroso capítulo" en la lucha contra el virus. Y el cambio se produjo de repente: no fue solo el aumento de pacientes, sino la gravedad de sus casos. La gente que empezó a llegar a los hospitales estaba significativamente más enferma, con los pulmones carcomidos por la enfermedad.
"Lo que dijo al principio, que esta cepa era más contagiosa pero no más fuerte, no es lo que se observa en Manaos", dice el epidemiólogo Noaldo Lucena. "Y no es una sensación: es un hecho."
Las implicancias globales pueden ser serias. Desde que empezó la pandemia, Manaos, una ciudad de 2 millones de habitantes que se extiende a lo largo del rio Amazonas, ha sido estudiada de cerca por los científicos. Las autoridades locales rechazaron las cuarentenas y restricciones que demostraron su eficacia en otras partes. Y en cuanto a las medidas que sí se aplicaron, la gente las ignoró. Al virus, que según se cree infectó a una gran parte de la población, se le dio libertad de propagarse naturalmente.
"Manaos representa una población ‘testigo’, que nos ofrece indicadores en base a datos de lo que puede ocurrir si al virus SARS-CoV-2 se lo deja propagarse mayormente sin freno", escribió este mes un equipo de investigadores en la revista Science.
Durante un tiempo, después de que la ola de abril y mayo se aplacó, los científicos y las autoridades se preguntaron si la ciudad no habría alcanzado la inmunidad de rebaño. Algunos científicos estimaban que ya se habían contagiado tres cuartas partes de la población de la ciudad. Muchos creían que lo peor para Manaos ya había pasado.
"Por qué Manaos será la primera ciudad brasileña que derrote la pandemia de Covid-19", escribió en un informe un equipo de investigadores de la Universidad Federal de Amazonas.
Ya nadie lo dice.
A fines de diciembre, antes de las Fiestas y el inicio de las vacaciones, Wilson Lima, gobernador del estado de Amazonas, se debatía sin saber qué hacer. El número diario de nuevos casos, internaciones y fallecimientos había empezado a subir, y los científicos emitían alertas constantes, reclamando que las autoridades impusieran restricciones inmediatas a la apertura de los comercios y las reuniones sociales.
"Tenemos que salvar vidas y no profundizar este desastre sanitario y humanitario", rogaba en una de esas misivas el epidemiólogo Jesem Orellana. "¡Lo importante son las vidas!"
En vísperas de Navidad, el gobernador Lima anunció el cierre de todos los negocios no esenciales. Las protestas se apoderaron de la ciudad, con piquetes e incendios. Los empresarios y legisladores dijeron que la economía no iba a sobrevivir. Un tercio de los trabajadores de la ciudad —vendedores callejeros, personal doméstico, repartidores— se encuentran en situación de informalidad. Entre todos ellos lograron torcerle el brazo al gobernador, que en apenas tres días dio marcha atrás con su decreto.
Los locales comerciales y gastronómicos hicieron negocio rápido con las Fiestas, y en las calles se armaron multitudinarios festejos de hasta 4000 personas. Y los más contentos eran los partidarios del presidente Jair Bolsonaro, que hizo de la inacción el rasgo distintivo de la respuesta de su gobierno ante la pandemia.
"Todo poder emana del pueblo", tuiteó el congresista Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente.
"Sin importar la cobertura alarmista de los medios, en Manaos se observa un fuerte descenso de los fallecimientos desde junio, evidencia de la inmunidad colectiva o de rebaño", tuiteó Osmar Terra, exmiembro del gabinete de Bolsonaro.
Pero esa idea que parece haber imbuido una falsa sensación de seguridad rápidamente demostró ser una ficción. Ni bien terminó el receso por las Fiestas, las muertes y hospitalizaciones se dispararon, y el sistema de salud colapsó. El número de fallecidos en sus hogares por falta de atención creció de 35 entre mayo y diciembre, a 178 entre mayo y la fecha actual, según las autoridades de salud de la ciudad.
Esta realidad dejó pasmados a los investigadores brasileños que el mes pasado publicaron un informe en la revista Science asegurando que el 76% de la población de Manaos ya había cursado la infección del virus.
"¿Cómo puede ser que un 76% de la gente ya haya cursado la infección el año pasado y que ahora tengamos una epidemia más grande que la primera?", se pregunta la autora Ester Sabino. "Esa fue la preocupación desde el momento mismo en que los casos empezaron a aumentar."
Para entender lo que estaba ocurriendo —y por qué la ciudad no estaba inmunizada contra la segunda ola—, el equipo empezó a estudiar la secuencia genética de muestras nuevas, para verificar si no se debía a cambios en el virus.
En 10 de enero, Japón anunció el descubrimiento de una nueva variante, que había infectado a cuatro viajeros llegados de la región de Amazonia. Luego, el equipo de Sabino publicó sus hallazgos preliminares, que mostraban que el 42% de las muestras de coronavirus tomadas en diciembre respondían a la nueva variante.
El precio pagado está a la vista. Para mediados de enero, el sistema hospitalario de Manaos no solo se había quedado sin camas, como pasó en la primera ola, sino también sin oxígeno. Las salas de guardia se transformaron en "cámaras de asfixia", en las propias palabras de los médicos. Cientos de pacientes debieron ser derivados a centro de asistencia fuera de la ciudad, incluso hasta la otra punta del país.
El gobierno federal fue advertido de la inminente catástrofe, pero no hizo nada para impedirla, según un pedido de investigación solicitado por el Supremo Tribunal.
El 3 de enero, los funcionarios de salud de Manaos les comunicaron a los funcionarios federales que el sistema de salud probablemente colapsaría en 10 días. A continuación, la empresa White Martins, que suministra oxígeno al sistema de salud pública en Manaus, les advirtió a los funcionarios regionales y federales que no podría satisfacer la demanda. El 14 y 15 de enero, decenas de personas murieron asfixiadas.
El Ministerio de Salud de Brasil ha defendido su respuesta, argumentando que envió médicos y colaboró con la ciudad en la incorporación de camas de internación. El Ministro de Salud, Eduardo Pazuello, ahora investigado por el fiscal general por el cargo de incumplimiento de sus deberes de funcionario público, se ha instalado en Manaos por tiempo indefinido.
"Desde principios de enero tuvimos un aumento de contagios que triplicó el número de infectados", dijo Pazuello el martes. "Se trata de una situación completamente desconocida para todo el mundo; sucedió todo muy rápido."
Lima, el gobernador del estado, ahora impuso el toque de queda y el cierre de todos los negocios no esenciales. El funcionario ha advertido que las próximas semanas podrían ser aún más difíciles. En febrero, la demanda de oxígeno será 70% mayor que en los peores días de este mes, dijo Lima al diario O Globo.
Al epidemiólogo Lucena le cuesta imaginar cómo podría ser peor.
"Todos los días vemos muertes que podrían haberse evitado", dice. "Es como en esas películas de terror donde los personajes tienen que decidir quién vive y quién no."
The Washington Post (Traducción de Jaime Arrambide)
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