Europa fue el llamado de atención, la señal de alarma. En marzo pasado, cuando el coronavirus quebró las defensas sanitarias de ese continente, este lado del Atlántico reaccionó con algo de miedo y mucha rapidez. De Estados Unidos a la Argentina, pusieron en marcha sus planes de contingencia, que incluyeron desde confinamientos estrictos, duplicación de la capacidad sanitaria y la infraestructura médica hasta estímulos económicos masivos.
Dos meses después, en mayo, la cuarentena rigurosa apagó la furia del virus y cortó su estela de muerte y Europa comenzó a reabrir su vida, primero gradualmente y luego, con la sombra de la pandemia ya lejos, velozmente.
El verano devolvió cierta normalidad a ese continente pero las vacaciones estivales de 2020 no fueron las de 2019, de playas y vuelos atestados, de despreocupación y libertad de movimiento. El turismo circuló entre los países europeos pero fue apenas un pequeño reflejo de años anteriores.
Los europeos salieron a las calles y el virus se replegó, o más bien se agazapó. Hoy, cuando el verano termina, y la Unión Europea se disponen a rehabilitar un pilar esencial de la vida actual y futura de cualquier nación, la educación, el Covid-19 retomó su circulación. Varios países se enfrentan ahora a días con números de contagios similares a los de los peores momentos de la pandemia, a fines de marzo y primera quincena de abril.
Pese al trauma de esos meses y a varias advertencias, el rebrote de Covid-19 tomó por sorpresa a los gobiernos europeos, aunque no con tanta como lo hizo al principio.
Francia, Italia, España y, en menor medida, Alemania tratan de explicar qué falló en su plan de contención mientras buscan nuevas estrategias para evitar que el rebrote se convierta en una segunda oleada que asole el invierno europeo, sus sociedades, sus economías, su futuro hasta que llegue la vacuna. En ese proceso, una vez más, le envían mensajes a este lado de Atlántico, algunos llegan en la forma de advertencias, otro en la de buenas señales.
1) ¿Qué sucedió en Europa? La primera pista vino desde España; julio avanzaba y los contagios empezaban a subir aceleradamente y sin freno al punto que finales de agosto encontró a la península con registros de hasta 7000 infecciones diarias.
El fenómeno se replicó en otras naciones mientras autoridades sanitarias y especialistas miraban todos para el mismo lado: los jóvenes, que bajaron la guardia. A ellos y a su falta de cuidado con el distanciamiento físico luego de dos meses de encierro, apuntaron como origen del rebrote.Los viajes fueron la otra parte de la explicación, lo que disparó un verdadero combate de responsabilizaciones. Alemania culpó a la alta circulación viral en Croacia; Gran Bretaña, a España; Bélgica, a Francia, y así el juego de acusaciones creció. Para evitar la reinstauración de fronteras que tanto hizo temblar a la unidad europea entre marzo y junio, los gobiernos apelaron entonces a cuarentenas pos visitas de "zonas rojas".Con el rebrote europeo a pleno, los gobiernos ensayan soluciones menos drásticas que un lockdown; no quieren volver a enfrentar el costo económico, social y emocional del encierro total. Tres rasgos positivos de este repunte del Covid-19 les permiten soñar con impedir una segunda ola masiva con respuestas más focalizadas y temporales.
En los países más afectados de Europa, el primer brote golpeó a los más susceptibles y vulnerables: adultos mayores y grupos de riesgos con comorbilidades. Con promedios de edad de más de 60 para los infectados, los hospitales fueron inundados de enfermos y la cifra de muertes escaló a niveles escalofriantes. Así, con tasas mayores a 10% en varios países, la letalidad del virus en Europa fue la más alta del planeta.
Hoy, con los jóvenes como motor del repunte, ese promedio de edad se sitúa entre los 25 y 40 años. El informe diario del jueves del Instituto Superior de la Sanidad italiano lo explica sin vueltas: "El promedio de edad de los infectados es 30 años y la mayoría asintomática. Además, cambió en la dinámica de contagio: la mayor cantidad de infecciones se da en actividades recreativas [antes eran en geriátricos o centros de salud o de producción]. Y se redujo también la gravedad clínica".
La caída del promedio de edad y la preponderancia de asintomáticos son características que se presentan en casi todos los países, desde Italia y España a Bélgica y Alemania. A diferencia de lo sucedido en marzo y abril, una política de testeo más expandida y agresiva –no solo concentrada en una definición minuciosa de caso sospechoso- permite a las autoridades detectar más rápidamente las infecciones o identificar aquellas sin síntomas.
Francia, por ejemplo, multiplicó por 4,5 (de 20.000 a 90.000) su capacidad de testeo diaria de marzo a hoy; Alemania la duplicó.
Expertos y funcionario creen que esa es una de las claves que explica el resurgimiento de contagios confirmados. Y agregan otro dato esperanzador: la positividad hoy es en todos los países, salvo España, menor a 5%, cuando en pleno pico de marzo rondaba el 30 y 40%. Confían así que esa capacidad ampliada de detección les permita mantener bajo control la trayectoria del coronavirus.
La baja edad y el testeo agresivo se unen para conducir al tercer rasgo positivo del rebrote: los hospitales están lejos de la tensión y saturación de hace algunos meses.
"Esta es una epidemia de número de diagnósticos positivos, no tanto de enfermos", dijo a Le Figaro el epidemiólogo Antoine Flahault, del Instituto Global de la Salud, en Ginebra.
La menor incidencia de enfermos y la relativa calma en las terapias intensivas, sumados al avance de la medicina y la ciencia con los tratamientos, contribuyen a que el número de muertos esté lejísimos del primer brote.
En Francia, por ejemplo, el promedio de muertes diarias en abril fue de 391; en agosto fue de 14. En España, el promedio semanal de muertes diarias durante el pico, en los primeros días de abril, fue de 866; en esta semana, fue de 26.
Muchos contagiados, en su mayoría jóvenes y una tasa de letalidad menor a 4% son también los rasgos que definen la pandemia de este lado del Atlántico desde hace meses: la curva europea se "latinoamericanizó".
2) ¿Puede suceder eso en la Argentina? En los últimos días, nuestro país fluctuó entre el horror por el salto en el número de contagios y muertes diarias y la esperanza de poder tener una temporada de verano 2021 algo parecida a la normalidad, que nos dé un respiro de la angustia e incertidumbre de 2020 y que alimente la recuperación económica, al menos, del sector turístico.
¿Entonces, a la inversa de la latinoamericanización de la curva de Europa, puede nuestro verano europeizarse con un rebrote similar que, además, aleje un eventual regreso a clase en marzo de 2022?
Funcionarios y especialistas argentinos dijeron a LA NACION que ese fenómeno es improbable en la Argentina porque la dinámica del virus y sus curvas son muy diferentes. Tal vez el verano sea más sereno que el otoño, el invierno y la primavera en el país. Pero para llegar allí, habrá que transitar meses aún desafiantes.
Para desestimar la posibilidad de un rebrote en 2021, en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, aluden a "un escenario Barrio 31".
Ese barrio fue abofeteado por el virus en mayo y se transformó en el primer gran foco argentino; la oleada pandémica dejó un 53% de los residentes de la zona contagiados, según un estudio de anticuerpos realizado a mitad de año por el gobierno de la ciudad.
Desde que la curva bajó, "la situación está quieta", sin amenazas de repuntes, explicó a LANACION un funcionario del gobierno de la Ciudad, que cree que algo similar sucederá en la capital, luego de que la curva empiece a bajar lentamente "por goteo" durante varias semanas.
Después de eso, con un alto porcentaje de población contagiada, en un umbral que permita el efecto rebaño, "la situación será endémica", con entre 200 y 500 casos diarios.
La curva estacionada en niveles altos de contagio durante un tiempo largo –tan diferente de los picos abruptos de Europa- no es un fenómeno exclusivamente argentino. Es una característica regional, así moldeada por el combo que convirtió a América latina en el epicentro de la pandemia durante varios meses, independientemente del grado de flexibilidad de la cuarentena adoptada: pobreza, desigualdad, informalidad y hacinamiento urbano en altas dosis.
En Brasil, la curva de infecciones está desde el 24 de junio por encima de 40.000 infecciones diarias, un número comparable – por la población total- con el nivel de 10.000 casos por día que alcanzó la Argentina esta semana. En Chile, por su lado, el virus también tuvo una trayectoria que se acomodó en niveles altos: desde el 19 de mayo hasta el 29 de julio, la curva estuvo por encima de los 4000 contagios (número también comparable, por el tamaño de su población, con los 10.000 casos en la Argentina).
Brasil y Chile tuvieron diferentes intervenciones. La cuarentena fue muy estricta y coordinada en el país transandino mientras que en la mayor nación de Sudamérica fue caótica y no tuvo dimensión nacional ni el mismo nivel de rigurosidad y coordinación en los diferentes estados. Aun así, los resultados, hasta hoy, seis meses después de llegado el virus a la región, son similares y altos: Chile tiene 582 muertos y 21.000 infecciones por millón de habitantes y Brasil, 562 y 17.916 respectivamente.
La aparente inexorabilidad del trayecto del virus, basada en el dramático combo latinoamericano, fue visible en Chile y Brasil, donde el Covid-19 se movió de un estado o región a otro sin mucha vergüenza. Eso empieza a suceder hoy en la Argentina, en un fenómeno que –como ocurrió en nuestros vecinos- podría estirar unos meses más la curva de infecciones y muerte.
"Este es un escenario muy distinto al europeo. Acá era casi seguro que íbamos a tener distintas curvas por jurisdicción", advirtió a LA NACION el infectólogo Eduardo López, jefe del Departamento de Medicina del Hospital Gutiérrez.
3) La advertencia española. Las curvas provinciales empiezan, efectivamente, a ganar espacio en la cifra total de contagios y muertes diarios en la Argentina.
Pero si bien los recorridos provinciales son parecidos en su comienzo gradual a la curva del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), los recursos con los que cuentan las provincias son bien diferentes.
Desde que comenzó la pandemia, el país incorporó casi 4000 camas de terapia intensiva a las 8540 ya existentes y unos 4000 respiradores. La mitad de esos recursos –casi unas 7000 camas, por ejemplo- se concentran en el AMBA, que cuenta con un tercio de la población argentina. Es decir que las provincias tienen menos armas sanitarias para combatir la pandemia, pese a que tuvieron seis meses para prepararse. No es solo una cuestión de infraestructura.
"El interior está muy mal, con casi todas las camas ocupadas. Además no tienen personal suficiente", contó a LA NACION Rosa Reina, presidenta de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI).
Provincias como Jujuy y La Rioja viven una situación crítica y están convocando a otros especialistas, como anestesiólogos o emergenciólogos, para que viajen a sus capitales para aliviar la tensión hospitalaria, añadió Reina.
El país de Europa donde más presión sobre los centros de salud se empieza a sentir con el rebrote es España. Los especialistas coinciden que, detrás del repunte de contagios allí, se esconden varios factores: el hábito cultural de la cercanía física, la desigualdad económica, el desconfinamiento apresurado de mayo, el descuido de los jóvenes, la falta de datos precisos y la ausencia de un sistema de testeo, rastreo y aislamiento confiable.
Ante las críticas, esta semana, recién, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, ofreció a las autonomías 2000 miembros de las fuerzas armadas para cumplir el rol de rastreadores. El nivel de testeo de España está entre los más altos de Europa pero hay un indicador que muestra que el sistema de detección de contactos de casos sospechosos no es igual de extendido y eficaz.
El país es uno de los que menos tests por caso confirmado hace, 12 contra los 30 de Francia, 114 de Alemania o 151 de Gran Bretaña. Ese número habla de la falta de un sistema de rastreo de varias generaciones de contactos de los diagnósticos positivos.
En la Argentina, ese indicador es incluso mucho menor: 1,7 tests por caso confirmado, contra 15,4 de Chile, por ejemplo, de acuerdo con Our World in Data.
La falta de detección precoz y un rastreo preciso y profundo es mayor aún en las provincias que en el área metropolitana.
"Lo que me preocupa es que las provincias no están muy activas con el Plan Detectar", advirtió López.
La detección rápida no es solo crítica para identificar y aislar contactos y así cortar las cadenas de infección sino también para tomar a tiempo a los enfermos para evitar que empeoren y lleguen a terapia intensiva.
El testeo y rastreo es, en definitiva, la vía más efectiva de impedir el tan temido colapso de las terapias intensivas, cuyo fantasma ronda hoy a algunas provincias.
No es solo una cuestión vencer en esta batalla contra el coronavirus; será también de superar otras que le seguirán.
"El tiempo entre pandemias se acorta", opinó advirtió Reina, al explicar cómo los intensivistas argentinos se alistaron para la epidemia de H1N1, en 2009, y luego para las de Ébola y MERS.
"No tenemos que estar listos solo para una pandemia", agregó y que ni el número ni las condiciones de trabajo de los intensivistas serán suficientes para la próxima lucha sanitaria.
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