El coronavirus puede mucho, pero tal vez no lo pueda cambiar o dañar todo. Justo cuando la Argentina ve cómo aumentan sus números y empieza a transitar el segundo fin de semana de la cuarentena obligatoria, Italia y España registran sus días más letales. Y muchos se preguntan si esas naciones, tan cercanas culturalmente de este país, saldrán alguna vez de semejante trampa de muerte y contagio.
La respuesta es sí: el viaje es movido, estremecedor y el largo túnel de la curva del coronavirus de parece interminable. Pero, hay luz en su final. China lo muestra, y también lo hacen Italia y España si se ve más allá de los números del horror. Esos países muestran también que las señales de esperanza llegan, también, con algunos desafíos, por ejemplo, cómo salir gradualmente del encierro y volver a la normalidad sin generar un nuevo brote.
La pandemia crea desafíos para otras naciones, son más bien oportunidades casi inexistentes antes: irónicamente el virus es una posibilidad de paz para muchos de los países en guerra.
A la normalidad se vuelve
Más de un tercio de la humanidad está encerrada en sus casas, el virus contagia a números agobiantes de personas, la economía global se enfrenta a un terremoto. La normalidad parece hoy un sueño imposible. Pero está y volver a ella no es irrealizable; una fecha lo demuestra: el 8 de abril.
Ese día, los habitantes de Wuhan, que fue el epicentro de la pandemia en China y tardó más de un mes en llegar al pico y achatar la curva, podrán empezar a recuperar parte de su rutina y estarán habilitados a cierto relacionamiento social y a dejar la ciudad. Serán los últimos ciudadanos de China que recuperen sus hábitos de vida previos a la irrupción del virus; desde hace tres semanas el resto de la provincia de Hubei y de las otras regiones del país fueron levantando las restricciones progresivamente.
El regreso a las rutinas de siempre, sin embargo, no será inmediato ni desordenado; será, en todo caso, controlado. La ansiedad social y una economía global tan amenazada como la propia humanidad reclaman regresar al dinamismo anterior a la epidemia lo antes posible; esa realidad, sin restricción alguna, tal vez tenga que esperar un poco más porque la posibilidad de una segunda oleada de coronavirus es tan real como hoy son las cuarentenas.
Por eso China tiene varios mensajes para el mundo: las cuarentenas funcionan, el brote es derrotable y a la normalidad se vuelve, pero ésta no será igual a la de 2019 o cualquier momento del pasado.
La nueva normalidad tendrá sus límites y será gradual. China acaba, por ejemplo, de cerrar sus fronteras por miedo a un segundo brote, causado esta vez por casos importados. Además aplicará una intensa política de intervenciones verticales, es decir, vigilará -como ya hace- a los contagiados, a los sospechosos de infección y a sus contactos para evitar que la enfermedad se descontrole como ya lo hizo y enfrente al país con una muy temida segunda llegada del virus.
La curva sí da la vuelta
En plena angustia e incertidumbre global, suena lejano y hasta improbable que la curva de contagios y de muertes llegue a su pico y comience a bajar. Pero, lentamente, los dos países de mayor dramatismo -Italia y España- comienzan a dar señales de que, efectivamente, el pico es visible y de que la curva da la vuelta. Eso no deja de ser una señal de esperanza para aquellos países, como Estados Unidos, que ya está en "modo Italia".
"Seguramente la curva de contagios no está creciendo; de hecho, es probable que ya esté bajando", dijo esta mañana Attilio Fontana, el gobernador de la región de Lombardía, epicentro europeo de la pandemia. "Hoy tuvimos un proceso de mayores testeos que en días precedentes y aún así asistimos a un descenso de infecciones", agregó.
Italia comenzó a intensificar el testeo a mediados de marzo y hoy realiza más del doble que en ese momento. Y tanto Fontana como las autoridades del Instituto de Servicios de la Sanidad advierten lo mismo, que cae el porcentaje de personas testeadas que dan resultado positivo. "Desde el 19 y 20 de marzo, la curva italiana parece atenuarse", dijo, hace unas horas, el director del Instituto Superior de la Sanidad, Silvio Brussaferro.
Ninguna de las autoridades italianas quiere alentar, de todas maneras, un optimismo desmesurado porque la tendencia de desaceleración no es firme y porque los números diarios siguen siendo escalofriantes; hoy por ejemplo, la península registró su mayor número de muertos (más de 900).
Una situación similar presenta España. Las autoridades sanitarias habían anticipado, hace unos días, que esta semana el país registraría su pico de contagio. Eso no sucedió y los números de muertes, algo menores que en Italia, son altos. En las últimas 24 horas se registraron poco menos de 800, la mayor cifra desde que estalló el brote. Entre esos números dramáticos, se pierde un dato crítico y optimista: la tasa de nuevos contagios se estabiliza.
Desde hace más de dos semanas, España e Italia mantienen las cuarentenas más estrictas y duraderas; surge entonces una pregunta simple ¿por qué, con esas restricciones en vigor, los números son tan escalofriantes, en especial los de muertes?
La respuesta se esconde detrás de la falta de suficientes datos sobre el verdadero alcance demográfico del coronavirus y detrás de los tiempos de la enfermedad.
Por un lado, hay un cierto consenso entre epidemiólogos y sanitaritas de los países afectados en que por cada caso confirmado de covid-19, existen por lo menos entre 5 y 10 sin contabilizar. Eso se debe no solo a la alta tasa de contagio sino también a que una mayoría de casos son leves o asintomáticos. Quiere decir, entonces, que mientras más se testee, el número de casos crecerá abultadamente.
Por el otro lado, están los tiempos del coronavirus. Su período de incubación es de entre 2 y 14 días; en China, por ejemplo, estudios realizados sobre la población afectada en Wuhan muestran un promedio de 5 y 6 días. Esas mismas investigaciones añaden que, entre que surgen los primeros síntomas y la hospitalización (momento en que se suele testear al paciente), transcurren entre 8 y 9 días, incluso hasta 13 días (según otro análisis de origen chino). A eso además hay que añadirle la congestión en el procesamiento de los tests, un fenómeno que afecta prácticamente a todos los países y que retrasa ligeramente el diagnóstico.
Si se suman todas esas etapas, da un tiempo de entre 10 y hasta más de 20 días hasta que la enfermedad es contabilizada. Ese lapso es, días más días menos, el tiempo que llevan en pie las cuarentenas más duraderas, en especial la de Lombardía. Es decir que parte de los contagios son previos a las restricciones mientras que el resto puede ser adjudicados, entre otras razones, a las infecciones intrafamiliares (en Wuhan representaron el 75% de los casos) y a que os confinamientos no cuentan con un acatamiento total.
Días de treguas
Mientras el mundo espera con ansiedad que la enfermedad le dé tregua a Italia y España, el coronavirus logró en otras partes del mundo lo que ningún diplomático, político u ONG pudo: varios altos al fuego.
Al comenzar la semana, Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas (ONU), había llamado a las diferentes facciones que se enfrentan sea en Siria y Yemen Sudán del Sur y Camerún a que dejaran las armas para enfrentar, juntos, la amenaza del virus.
Los primeros en aceptar la convocatoria de Guterres fueron los miembros de un grupo insurgente de Filipinas y luego le siguieron los rebeldes hutis de Yemén -que lleva más de cinco años de guerra civil-, combatientes kurdos en el norte de Siria -que entra en su décimo año de conflicto bélico- y fuerzas libias.
Todas esas organizaciones luchan en países diezmados por enemistades y conflagraciones históricas y con sistemas sanitarios que apenas pueden atender las enfermedades más comunes. Irónicamente el virus es la mejor oportunidad que han tenido recientemente para plantearse la posibilidad de una paz que dure y que mejore sus vidas.
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