Coronavirus. Steven Levitsky: “La pandemia es la amenaza más grande para la democracia en América Latina desde los 80”
"Hagamos la entrevista en español", invita Steven Levitsky. Casado con una peruana e hincha declarado de Lanús –recuerdo del año que vivió en la Argentina mientras estudiaba in situ al peronismo–, el politólogo estadounidense traza un horizonte duro para las democracias en América Latina, pero también en Estados Unidos, donde la solución para sus males acaso sea seguir los pasos… del peronismo de los ‘80.
¿Cómo es eso?El profesor de la Universidad de Harvard considera que la pandemia agudizará los problemas que afrontan muchos países de la región, donde la ola democrática puede quedar atrás y dejarnos con gobiernos muy diversos -algunos democráticos, otros en manos de dictadores y otros más como híbridos-, mientras que en su país anticipa una polarización creciente hasta que el Partido Republicano acumule las suficientes derrotas electorales como para impulsar su renovación. Es decir, tal y como le pasó al peronismo tras las derrotas de 1983 y 1985. "La derrota", dice, "sirve para repensar la estrategia".
Aún con semejante panorama, el autor de Cómo mueren las democracias y otros libros como La transformación del Justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, se siente esperanzado. Rescata que los latinoamericanos aún quieren ir a las urnas, aunque más no sea para echar a los malos gobernantes. Pero eso no quita que lo ponga muy nervioso el retorno de los militares a la discusión política, sea en Bolivia, en Brasil o en América Central. "Eso es peligrosísimo", remarca.
-Dada su especialidad y su experiencia, ¿qué le preocupa más de estos tiempos pandémicos?
-El futuro a mediano plazo de la democracia en varias partes del mundo, pero sobre todo en América Latina, que ha sido y seguirá siendo una de las regiones más golpeadas por la pandemia. Hasta ahora, la gran mayoría de las democracias resistió, pero estoy muy preocupado. Primero, porque venimos de varios años de mediocre o mal rendimiento económico, lo que mina la confianza pública en la democracia y aumenta la posibilidad de una crisis o colapso. Lo vimos en Europa y en América Latina en los años ’30, mientras que el nivel de confianza pública hacia los gobiernos democráticos ya era muy bajo antes de la pandemia. La encuesta de Latinobarómetro de 2018 mostró que cada vez menos mexicanos y brasileños confían en la democracia y si miramos hacia el futuro, temo que seguirá bajando. Hay países con Estados que no funcionan bien, con alto nivel de desigualdad, con sistemas públicos de salud que no funcionan, con hambre y que registrarán un aumento de la deuda pública muy importante. El espacio de maniobra que tendrán esos gobiernos será muy limitado, con recortes en el gasto social y el casi seguro aumento de la desigualdad social.
-Un mal endémico de América Latina…
-Sí. Uno de los logros de los primeros años del siglo XXI en muchos países de América Latina fue la reducción de la desigualdad social. Ahora eso se va por la ventana. Estamos ante un período de pobre rendimiento económico, de crisis fiscal, de aumento de la desigualdad social y, como le decía, un aumento en la desconfianza y el descontento público hacia los gobiernos democráticos. Es, sin duda, la amenaza más grande para la democracia que hemos visto desde los ’80, con un factor más que no ocurrió en la Argentina, pero sí en otros países: el retorno de los militares a la arena política. Lo hemos visto en Bolivia, en El Salvador, en Honduras, en Brasil. No necesariamente como gobierno, pero sí como árbitro en el juego político. Eso es peligrosísimo. Echar a los militares de la política fue quizás el logro político más importante de América Latina de los últimos 40 años, pero estamos viendo un retroceso en ese sentido.
-¿Vamos acaso hacia un régimen híbrido, hacia un autoritarismo competitivo, como usted lo define, en ciertos países de América Latina?
-Los ‘90 conformaron una década muy especial, de posguerra fría, con cierta homogeneización de los regímenes políticos en la región. Casi todos los gobiernos eran democráticos porque existía una altísima presión internacional, una gran legitimidad de la democracia liberal y una casi ausencia de alternativas. Pero el mundo ha cambiado de muchas maneras desde entonces. Vamos a ver una diversidad más parecida a la que hubo a mediados del siglo XX, con democracias, dictaduras y regímenes híbridos. Dicho eso, tengo la esperanza de que no estemos cerca de un regreso a los ‘70. Espero que los militares no vuelvan a gobernar directamente y que la variante más probable sean las democracias debilitadas y los regímenes híbridos, liderados por outsiders, populistas de izquierda o de centro derecha, que prometan solucionar los problemas de otra manera, como [Hugo] Chávez o [Alberto] Fujimori, que ganaron porque la gente estaba harta de la clase política, de los políticos tradicionales, de los gobiernos del statu quo.
-Entre los factores que pueden poner en riesgo una democracia usted incluye la poca disposición a acatar las reglas de juego democrático, negar la legitimidad de la oposición, cierta tolerancia a la violencia y restricciones de derechos y libertades de la oposición. ¿Podemos decir, entonces, que la democracia norteamericana está en riesgo? ¿O la cultura democrática estadounidense es tan sólida que resistirá?
-Cuando publicamos Cómo mueren las democracias en 2017, Donald Trump recién había sido elegido presidente y muchos analistas dijeron que la democracia estadounidense no podía morir. Ahora pocos analistas en Estados Unidos dicen que va todo bien y que es imposible que colapse la democracia. Resulta muy incierto. Hay muchas y muy fuertes razones para creer que la democracia norteamericana sobrevivirá. Para empezar, nunca en la historia un régimen democrático tan antiguo y tan rico ha colapsado… pero el riesgo está. Porque estamos en un terreno nuevo y creo que lo más importante es el nivel de polarización. Repasando los colapsos democráticos más importantes de la historia no hay muchas democracias estables que hayan colapsado. Una fue Chile. En Alemania y en España, las democracias no eran tan estables cuando colapsaron en los ‘30. Y no olvide a Estados Unidos cuando entró en guerra civil durante el siglo XIX. Todos esos casos ocurrieron en un contexto de altísima polarización y hoy hay estudios con mucha evidencia de que la extrema polarización mina el compromiso de actores y ciudadanos hacia la democracia.
-¿Puede explayarse?
-Si la distancia entre vos y yo es tan grande, si nuestras visiones son tan diferentes que empiezo a verte como una amenaza a mi seguridad, a mi manera de vivir, y dejo de percibirte como un rival y a tomarte como una amenaza, voy a hacer todo lo posible para evitar tu triunfo, por cualquier método y no necesariamente jugando dentro de las reglas. Eso se está viendo en Venezuela, que es otro ejemplo de colapso democrático, con una altísima polarización, con una oposición antichavista apoyando un golpe y el chavismo obviamente dispuesto a destruir la democracia. Ahora, en Estados Unidos, el nivel de polarización es altísimo. Pero no es entre el socialismo y el libre mercado, sino por la raza y la cultura. Es una polarización entre blancos cristianos y el resto del país. Por una razón muy sencilla: los blancos cristianos fundaron el país y dominaron los estamentos político, económico, social y cultural en Estados Unidos por 200 años. Todos los presidentes, senadores, jueces de la Corte, gobernadores y hasta periodistas hasta los años ’70 eran blancos y cristianos, pero eso ha cambiado de manera dramática. La población blanca y cristiana está dejando de ser mayoría electoral y ha perdido su posición dominante en la sociedad. Es inevitable -y a mi parecer es positivo y normal-, pero hay un sector de esa población blanca, cristiana y sin educación universitaria que está perdiendo en la nueva economía, que se siente infeliz y que le están robando el país en que creció. Se sienten amenazados y su reacción alimenta la polarización. Es algo muy serio. No conozco ningún país en el mundo en la que una mayoría étnica haya perdido esa mayoría y haya sobrevivido la democracia. Por todo esto, en Estados Unidos estamos viviendo un terremoto. No es de la nada, no es accidente, no es culpa de Trump. Es un terremoto sociopolítico que creo que podemos sobrevivir, pero no será fácil.
-Trump como resultado, no la causa, de lo que vive Estados Unidos.
-Exacto. Con él ha empeorado mucho el proceso, pero es más síntoma que causa. El problema empezó antes.
-¿Cuál es el camino, entonces? Obviamente no le pido la fórmula mágica…
-Tendría un salario mucho más alto si tuviera la solución [risas]. Pasa por los republicanos. Pero hoy en día son un partido peligroso, cada vez más autoritario y antidemocrático. No porque sean malas personas, sino porque representan a ese grupo de blancos cristianos que ha perdido poder y estatus, que cada vez es más reducido y que tiene entonces que pelear cada vez más para sobrevivir. La base social del Partido Republicano siente que está en guerra y que la está perdiendo, entonces es una base muy radicalizada y dispuesta a apoyar medidas extremistas. El 90 por ciento apoya a Trump, haga lo que haga. Por eso el cambio pasa por el Partido Republicano. El día en que decida cambiar su estrategia y ampliar su base, podrá ser un partido que atraiga votantes entre los negros conservadores y los latinos conservadores que se oponen al aborto. Pero para eso tienen que dejar de ser racistas. Dicho eso, hoy no hay muchas maneras de reformarse o ampliar su base para incluir gente que no sea blanca y cristiana.
-¿Cuáles sería esas vías, entonces?
-Una es si sufren una serie de derrotas electorales, como ocurrió con el peronismo en el ‘83, que los obligó a dejar atrás al peronismo de Lorenzo Miguel de los ‘70. Al peronismo le fue muy mal en el ‘83 porque la Argentina había cambiado. Perdieron feo otra vez en el ‘85 y surgió la renovación. Tuvieron que pensar en la clase media y lo hicieron. La derrota sirve para repensar la estrategia. Puede pasar, pero hoy hay un problema en Estados Unidos que pasa por dos instituciones contramayoritarias muy fuertes: el colegio electoral y el Senado, que favorecen a las zonas rurales de los estados menos poblados. Y como el Partido Republicano es el partido de esas zonas menos pobladas, hoy puede ganar. Porque pueden perder el voto popular por tres o cuatro puntos porcentuales y aun así ganar la presidencia por las características de nuestro sistema electoral. De hecho, los republicanos pueden perder el voto popular por hasta cinco o seis puntos y conservar la mayoría en el Senado. Eso lleva a que puedan gobernar sin lograr mayorías nacionales, lo que debilita ese incentivo para cambiar.
-¿Hay algo que le dé esperanzas en América Latina?
-Soy menos pesimista sobre el futuro de la democracia en el mundo que muchos, en parte porque creo que por todo el descontento que hay con las instituciones democráticas en América Latina, la gente sigue queriendo elecciones. El argentino, el brasileño, el mexicano, el peruano puede insultar a su gobierno, a los partidos, al Congreso, pero nadie en Argentina quiere dejar de tener la posibilidad de echar a un gobierno malo en las urnas. La gente quiere votar y eso sigue siendo tan popular en América Latina como en el ‘83. No hay nadie en la calle pidiendo el sistema político chino. No hay un modelo de régimen más atractivo que la democracia hoy en día. Habrá, sí, episodios de gobiernos populistas que debiliten las instituciones democráticas, que terminen en una especie de autoritarismo competitivo, pero los países, sobre todo de América Latina, hasta ahora siempre vuelven a la democracia. Pasó tras las caídas de los gobiernos de [Alberto] Fujimori en Perú, de [Rafael] Correa en Ecuador y de Evo Morales en Bolivia: todos quieren elecciones. Eso me da esperanza. En cuanto a Estados Unidos … el tema racial siempre ha sido el problema más duro para nuestra democracia, aunque podríamos superarlo. Ha surgido una mayoría heterogénea, difusa, complicada, pero real a favor de una democracia racial. Esta coalición joven, grande y multirracial es algo totalmente nuevo en el mundo. Ese es el futuro, que podría ser un modelo positivo para otros países. Pienso en Brasil y en otros países muy heterogéneos y que tienen un nivel altísimo de desigualdad racial. Podríamos pasar a ser un modelo bastante interesante de democracia multirracial. Esa es mi esperanza.
Biografía
Nacido en 1968, en Estados Unidos, obtuvo su licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad de Stanford, para luego completar su doctorado en la Universidad de California en Berkeley.
Durante décadas estudió los partidos políticos, las instituciones y los procesos de democratización en América Latina; en particular, Perú –donde conoció a su esposa- y la Argentina, donde vivió durante un año.
Desde el año 2000 da clases de Gobierno y Estudios Sociales en la Universidad de Harvard, y recibió numerosos premios y reconocimientos a su trabajo como docente.
Autor de varios libros; entre ellos, La transformación del Justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista (1983-1999), Autoritarismo competitivo: regímenes híbridos tras la Guerra Fría y el premiado Cómo mueren las democracias, junto a Daniel Ziblatt, que se tradujo a 15 idiomas.
Recomendación para aprovechar el tiempo
-Dado que millones de argentinos deben permanecer en sus casas desde hace meses, ¿qué libros, películas, música u otra actividad les recomienda para distraerse o "aprovechar" el tiempo? ¿Qué hace usted en su tiempo libre?
-¡No tengo tiempo libre! [risas] Enseñar online, al menos en Harvard, demanda mucho esfuerzo. Estamos dictando el 100 por ciento de las clases por vía remota este año y todos esperan un producto de alta calidad cuando enseñamos, así que estoy trabajando el doble que antes. Aún así, recomendaría una serie israelí en Netflix que me pareció muy buena, Shtisel, que ofrece una mirada a la comunidad ortodoxa judía mucho más complicada e interesante. Y una serie que me parece genial es The Good Place. En cuanto a libros, hay uno que recomiendo porque ayuda a entender el problema de raza en Estados Unidos. Se llama El color de la ley [de Richard Rothstein], que muestra cómo hasta hace muy poco, hasta los años '70, un conjunto de medidas oficiales ayudó a excluir a los negros de las comunidades más prósperas, impidiéndoles asistir a las mejores escuelas públicas en todo el país.
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