La pregunta billonaria: ¿quién debería pagar el costo de la pandemia?
NEW HAVEN.- En mayo, el secretario general de la ONU , António Guterres, afirmó que el mundo debía enfrentar los costos de la pandemia de coronavirus con "unidad y solidaridad". La solución a la crisis, dijo la alta comisionada para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet , debe ser "cooperativa, global, y basada en derechos humanos". Hoy, no obstante, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, Donald Trump desoyó estas aspiraciones e insistió con su polémica idea de "hacer responsable" a China por haber "infectado al mundo" con el Covid-19.
La idea de responsabilizar a China parece encajar muy bien con la retórica antiglobalista de Trump. No hay necesidad de sentarnos a discutir cómo distribuir los costos de la pandemia, o de enfrentar este problema juntos. La solución es más sencilla: China debe pagar los platos que rompió, y más allá de eso, cada Estado se debe ocupar de resolver la tragedia como pueda. La decisión de retirarse de la Organización Mundial de la Salud (OMS) forma parte de la misma retórica: no hay nada que discutir, nada que distribuir, nada que cooperar. No hay una comunidad, hay Estados independientes que deben resolver sus problemas y hacerse cargo de los que generan. La solución a la pandemia parecería ser una cuestión casi notarial de adscribir culpas y calcular daños.
La idea, quizás impactante, resulta de todos modos intuitiva: si los caños de mi vecina gotean, me tiene que pagar el arreglo de la humedad. Esta intuición, casi de sentido común, tiene también un largo linaje en el orden jurídico global. Según una concepción clásica del derecho internacional, a veces llamada westfaliana, los Estados son plenamente soberanos e independientes; nadie puede decirles qué hacer dentro de su territorio. Pero, como en todo, tu libertad termina donde empieza la mía: la soberanía implica la obligación correlativa de no dañar a otros Estados.
El problema es que la idea de daño, tan intuitiva aparentemente, es profundamente cultural y contextual. No todo lo que las personas perciben como dañino es un "daño" que el derecho reconoce. ¿Puedo hacer un asado en mi balcón? Sin duda el humo afectará a mis vecinos, pero eso no alcanza para saber si pueden exigirme que no lo haga o reclamar una indemnización por haberlo hecho. No hay manera de responder a esta pregunta sin consultar el reglamento de copropietarios, estudiar las costumbres locales o encontrar un entendimiento común de qué es "razonable" dadas las circunstancias de nuestra convivencia. En un mundo cada vez más globalizado, las relaciones entre los Estados se parecen cada vez más a las de los vecinos de un edificio, con sus ruidos molestos, olores desafortunados y costos en común.
En el caso de la pandemia, el problema es que no tenemos esas reglas: el derecho internacional no nos dice claramente qué tienen que hacer los Estados para prevenir la aparición y transmisión de enfermedades de este tipo. El Reglamento Sanitario Internacional, la normativa desarrollada por la OMS para enfermedades infecciosas, simplemente establece una serie de obligaciones de procedimiento aplicables una vez que la enfermedad ya constituye un riesgo real. No dice nada, en cambio, acerca de si los Estados deben prevenir la deforestación o regular el funcionamiento de mercados de animales, algunas de las medidas necesarias, según expertos, para prevenir estas enfermedades, con costos de al menos 22.000 millones de dólares. Para afirmar que China "dañó" al mundo, entonces, Trump deberá presentar un argumento que explique exactamente qué acciones y omisiones podemos exigirnos los unos a los otros para impedir causarnos desgracias mutuas como esta.
Llegamos así a una paradoja. Trump ve la aproximación basada en la "solidaridad", "cooperación" y "unidad" propuesta por Bachelet y Guterres como algo demasiado oneroso, propio de una comunidad global que no existe realmente (America First!). Y sin embargo, para justificar la pretendida responsabilidad de China por la pandemia, necesita apelar a esas mismas ideas: somos tan importantes los unos para los otros como para imponernos obligaciones de cuidado mutuas, aunque tengan costos millonarios. Si China debía incurrir en estos costos para evitar que Estados Unidos sufriera una pandemia, tal vez Estados Unidos deba incurrir en costos similares para, por ejemplo, mitigar los efectos del cambio climático en el resto del mundo. Trump, muy a su pesar, nos está invitando a tener esta urgente conversación sobre qué nos debemos los unos a los otros en este mundo globalizado.
Sebastián Guidi es doctorando en Derecho en la Universidad de Yale y Nahuel Maisley es profesor de Derecho Internacional (UBA/NYU) e investigador del CONICET.
Los autores desarrollaron una versión más extensa de este argumento en un artículo de pronta aparición en la NYU Law Review
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