Coronavirus: por qué el "nacionalismo de vacunas" se está imponiendo en el mundo
WASHINGTON.- Los gobiernos del mundo no han logrado unirse para luchar contra la Covid-19, y ese fracaso se hace especialmente evidente en la competencia por desarrollar una vacuna contra el nuevo coronavirus. En vez de aunar esfuerzos, muchos países prefieren mandarse por su cuenta.
Esta semana, la fragmentación de fuerzas y el nacionalismo vacunológico volvieron a imponerse: funcionarios norteamericanos le confirmaron al diario The Washington Post que Estados Unidos no participará del Covax Facility, un mecanismo coordinado de desarrollo, distribución y acceso global a una vacuna contra el coronavirus, respaldado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La ausencia de Estados Unidos implica un revés enorme para un proyecto que busca subsanar las desigualdades de acceso a la inmunización. Más de 170 países están en conversaciones para sumarse al Covax, que ya cuenta con el apoyo de Alemania, Japón y la Comisión Europea.
Pero Estados Unidos no es el único que se corta solo. Siguiendo el ejemplo de los norteamericanos, muchos otros países impulsan planes unilaterales enfocados en producir una vacuna para su uso prioritario, o comprándoles potenciales vacunas a otros países.
La vocera de la Casa Blanca, Judd Deere, dijo el martes que Estados Unidos "no se dejará atar las manos por organizaciones multilaterales influenciadas por China y la OMS". En cambio, el gobierno de Trump ha redoblado la Operación Warp Speed, la megamillonaria iniciativa de la Casa Blanca para inocular a los norteamericanos con una vacuna de fabricación doméstica lo antes posible, incluso desde el mes que viene.
Rusia también ha rechazado en mecanismo Covax. De hecho, ya está lanzando su vacuna Sputnik V, a la que califican como "la primera vacuna registrada contra el Covid-19", para que sea aplicada a docentes y trabajadores de la salud, a pesar de las advertencias sobre el apresurado proceso de ensayos clínicos.
En China, donde el Ejército Popular de Liberación ha jugado un rol central en el desarrollo de vacunas, la vocera de la Cancillería, Hua Chunying, dijo el miércoles que Pekín apoya los objetivos del Covax y que coordinaría sus esfuerzos con los de esa iniciativa, pero se abstuvo de comprometerse con el proyecto.
Los impulsores del Covax dicen no perder el optimismo, y destacan el apoyo de otros países ricos. Pero si los plazos se alargan y las condiciones cambian, el proyecto podría terminar siendo algo muy distinto a lo que sus creadores imaginaron.
Así que vale la pena analizar por qué el nacionalismo vacunológico parece estar triunfando. Las iniciativas de cooperación internacional no son precisamente famosas por dar soluciones rápidas, y algunos países probablemente piensan en sumarse al Covax más adelante, si tiene éxito.
Además, si un país desarrolla su propia vacuna efectiva o compra anticipadamente millones de dosis de una vacuna en desarrollo, se asegura acceder primero. Para algunos países ricos, esos beneficios son mayores que las desventajas o cualquier dilema ético.
Estados Unidos lleva invertidos 10.000 millones de dólares en el desarrollo de potenciales vacunas, según Alex Azar, secretario de Salud y Servicios Humanos del gobierno norteamericano, una suma insignificante comparada con los billones de dólares gastados hasta el momento para rescatar la economía, que además tendría efectos sobre la dinámica de las elecciones presidenciales de este año.
Además, si un país desarrolla una vacuna, también tiene la oportunidad de distribuirla. Para China, epicentro inicial de la pandemia, sería la chance de reparar su imagen internacional. Lo mismo podría decirse de Rusia y Estados Unidos, ambos gobernados por mandatarios muy impopulares alrededor del mundo.
Algunos países pueden tener problemas para moverse en este pedregoso terreno geopolítico. México, por ejemplo, impulsa no solo un plan de cooperación con el Covax, sino también para aliarse con programas de otros países, desde Cuba gasta Francia, según reveló la vicecanciller mexicana, Martha Delgado.
Desde cierto punto de vista, esa rivalidad entre vacunas es algo saludable, incluso ideal. "Históricamente, la competencia entre países suele impulsar grandes innovaciones", escribió esta semana Matthew-Lynn en el Spectator. "Así ocurrió con la carrera espacial durante la Guerra Fría o los grandes descubrimientos científicos de la Segunda Guerra Mundial, como los cohetes y el radar."
La mayoría de los estudios de las vacunas no comparten ese criterio. La carrera espacial tal vez haya conducido a ese "gran salto para la humanidad" en la Luna, pero nadie olvida que el astronauta que dio el "pequeño paso" era norteamericano. O sea que fácilmente los países pobres también pueden quedar relegados en la carrera por la vacuna.
El martes, el diario The Wall Street Journal informó que un puñado de naciones ricas habían cerrado acuerdos para la compra de casi 4000 millones de dosis de vacunas actualmente en desarrollo, acaparando de ese modo casi la totalidad de la capacidad de producción mundial y dejando poco para los países pobres, a pesar de la vertiginosa propagación del coronavirus en el mundo en desarrollo.
De hecho, los problemas de suministros ya empezaron. "Las cadenas de insumos de las vacunas tienen eslabones muy inusuales, desde sangre de cangrejo herradura hasta aceite de hígado de tiburón y una enzima que es uno de los productos más costosos del planeta", escribieron en Bloomberg, el mes pasado, los economistas Scott Duke Kominers y Alex Tabarrok. "Otros eslabones despenden de procesos de fabricación de avanzada, que nunca han sido implementados a esta escala."
Los programas de inmunización tienen una tasa de éxito mixta. La viruela fue erradicada con la ayuda de una vacuna exitosa, pero la poliomielitis y el sarampión aún persisten, a pesar de la efectividad de sus respectivas vacunas. La gran cantidad de casos a nivel mundial y la naturaleza "novedosa" del coronavirus complicarían los esfuerzos de erradicación. Para colmo, una vacuna lanzada apresuradamente potencialmente defectuosas fomentaría y daría letra a los movimientos antivacunas.
El Covax es una esperanza de solución de algunos de esos problemas, pero imperfecta. Requiere que las naciones ricas inviertan unos 18.000 millones de dólares en la compra de dosis de una docena de vacunas experimentales, con el objetivo de garantizar acceso prioritario para los más vulnerables del mundo. El Covax prevé que las naciones de todos modos puedan celebrar acuerdos bilaterales con los países que quieran.
Pero Estados Unidos y otros países siguen rechazando el plan, y apuestan básicamente a la Operación Warp Speed u otras medidas de índole nacional. En una entrevista de este mes con IAVI Report, una revista científica de virología, el experto en vacunas Seth Berkley, director ejecutivo de GAVI y uno de los impulsores del Covax, dijo que lo preocupaba un mundo en el que los gobiernos proporcionen vacunas solo para su propia gente.
"Mientras haya brotes masivos de virus circulando, adaptándose a los humanos, mutando y luego propagándose, no vamos a solucionar el problema", dijo Berkley.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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