Coronavirus: pese al desastre sanitario, se impone el negacionismo científico en Brasil
RÍO DE JANEIRO.– La imagen parece incomprensible ante los ojos de los que entienden que Brasil es hoy el epicentro mundial de la pandemia de coronavirus y que podría terminar el año liderando el ranking de contagios y muertes. Con el país batiendo récords diariamente y muchos de sus hospitales con alrededor de 80% de sus camas de terapia intensiva ocupadas, el jueves pasado fueron reabiertos los shoppings de Río de Janeiro y San Pablo . En ambas ciudades se formaron colas en las entradas, claro reflejo de un fenómeno que se instaló durante la pandemia y ya define a Brasil ante la crisis global: el negacionismo total y absoluto de la ciencia por parte de un sector de la sociedad y del gobierno del presidente Jair Bolsonaro.
Con más de 828.000 infectados oficialmente y una demanda creciente en hospitales, el país debate si reactivar o no la actividad comercial y económica. Algunas ciudades abrieron y volvieron a cerrar. Otras abrieron y están evaluando el impacto de la medida. Todas esas realidades conviven en un país que es un verdadero continente.
No participan de este debate los científicos que monitorean diariamente la situación, ya que para ellos la respuesta es clara: no es momento de aflojar las medidas de aislamiento social. El médico y neurocientista Miguel Nicolelis, coordinador del comité de expertos creado por los nueve estados del nordeste brasileño, admite que el país se está transformando en el "campeón mundial del negacionismo científico". Y atribuye esa tragedia dentro de la tragedia que es la pandemia a una historia nacional de abandono y poco incentivo a la cultura científica. A pesar de haber tenido científicos reconocidos internacionalmente, como Oswaldo Cruz, que a principios del siglo pasado lideró las campañas de erradicación de la fiebre amarilla y la viruela, y fue el gran defensor de la vacunación obligatoria, Nicolelis lamenta que "hoy las personas no entiendan que este es un momento en el que tenemos que escuchar a la ciencia, empezando por el presidente".
El experto, que vivió más de 30 años en Estados Unidos y es profesor de la Universidad de Duke, sostiene que el problema en Brasil no es la falta de talento científico y sí "la ausencia de reconocimiento por parte de las autoridades y de muchos brasileños".
"Hay que recordar que Cruz casi fue asesinado en la llamada revuelta contra las vacunas [1904]. Las raíces de lo que vemos hoy no son nuevas, pero su explosión actualmente es violenta y dramática", afirmó.
Junto a otros colegas, desde el principio de la pandemia recomienda la necesidad de aislamiento social y control de la población, para evitar una catástrofe nacional. Otras de sus indicaciones son aumentar el nivel nacional de testeo de personas (países como Perú y Chile lo hacen ocho veces más que Brasil) y realizar un control minucioso, casa por casa, para aislar a los contagiados. Muchos estados del nordeste siguieron las indicaciones del comité al pie de la letra y en los últimos dos meses aplicaron cuarentenas. Uno de ellos, Piauí, uno de los estados más pobres de Brasil, mejoró sus indicadores sanitarios después de aplicar las recetas del comité. Pero, aun así, los números son alarmantes. Hoy, los nueve estados del nordeste tienen más casos confirmados de contagios que los del sudeste, región donde se encuentran las dos ciudades más afectadas de Brasil: San Pablo y Río.
¿Por qué? Principalmente, porque la confusión de mensajes generó caos y la población brasileña, o gran parte de ella, todavía no entendió la gravedad de la crisis. Ante este panorama, los especialistas insisten en mantener el aislamiento social, orientados por proyecciones que apuntan la posibilidad de que Brasil pase a tener, en breve, 5000 muertos por día y alcance las 125.000 víctimas mortales de Covid-19 en agosto. Si el gobierno nacional y los estados avanzan con la reapertura del comercio, a fin de año Brasil podría llegar a los 250.000 decesos por coronavirus. Dentro de un año, aseguró Nicolelis, el país podría tener un millón de muertos y "terminar en un escenario de convulsión cívica histórica".
Brasil ya superó los 41.800 muertos en tres meses. Ningún otro evento en la historia nacional dejó este saldo de fallecidos en tan poco tiempo. Pero eso no parece asustar a los que circulan por las calles de ciudades como Río, en muchos casos, sin tapabocas o cualquier otro tipo de protección.
Los bares están abiertos y allí los cariocas se reúnen para tomar una cerveza, una de las tantas costumbres locales que deberían ser abandonadas en una pandemia, pero para muchos son imprescindibles. En zonas comerciales como Largo do Machado, muchos comercios volvieron a abrir y la aglomeración de personas asusta. En las playas de Copacabana, Ipanema y Leblon, muchos salen a correr, andar en bicicleta o simplemente caminar. Otros hacen compras en shoppings y ante la pregunta de medios locales de por qué estaban ahí cuando Brasil, para la mayoría de los especialistas, todavía no llegó al pico de la pandemia, respondían: "Es verdad, no debería. Estamos en una situación crítica, pero bueno, es tentador".
Multitudes
En los colectivos de Río se ven personas sin barbijos, hablando por celular, como si el relajamiento de las medidas de aislamiento social significara que la pandemia fue superada y el enemigo, derrotado. Escenas similares se observan en calles comerciales de San Pablo, como la 25 de Marzo. Multitudes con poca protección llenan comercios, que tienen pocas limitaciones a sus clientes. Una mezcla de desinformación y negacionismo impuesto por las más altas autoridades del país.
Uno de los graves errores cometidos por Brasil, sostuvo Deisy Ventura, coordinadora del doctorado de Salud Global de la Universidad de San Pablo (USP), fue la ausencia de una estrategia de comunicación del riesgo. "Documentos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) son muy claros: el primer punto esencial en una pandemia es la confianza de la población en sus autoridades", dijo.
En Brasil, yendo totalmente en el sentido opuesto, el gobierno es acusado de manipular estadísticas oficiales del Ministerio de Salud y existen contradicciones elementales entre lo que dice el presidente, muchos gobernadores y alcaldes. "Empezamos bien, con el exministro de Salud Henrique Mandetta. Pero cuando surgió la rivalidad con Bolsonaro las cosas cambiaron. El presidente podría haber seguido el mismo camino, el de la ciencia, pero optó por negarla", señaló Ventura.
Ese negacionismo se instaló con fuerza en muchos sectores sociales. En los más humildes, tal vez por menor acceso a la información de calidad, dificultad de comprensión y necesidad de trabajar para no morir de hambre. En las clases más altas, es más difícil de entender el desprecio por la ciencia.
En los hospitales más sofisticados de Río y San Pablo se comentan entre los médicos casos de contagios en fiestas lujosas realizadas durante la pandemia. Y se comenta, sobre todo, la poca importancia que le dan los enfermos a la crisis que vive el país. Entran negacionistas y salen de la misma manera, comentó un médico, que pidió el anonimato.
Si en 1992 James Carville, estratega de campaña del expresidente norteamericano Bill Clinton , hizo célebre la frase "es la economía, estúpido", hoy muchos intelectuales brasileños dirían "es la educación, estúpido".
Para el profesor de filosofía Renato Lessa, de la Universidad Católica de Río (PUC), y también investigador asociado del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa, "el trasfondo del negacionismo que vemos hoy es una terrible depresión cultural, un problema grave de educación que se arrastra desde hace décadas". Desde la época del imperio, Lessa cree que Brasil vive una degradación de la educación pública y privada, y eso explica, en gran medida, el descrédito de la ciencia por parte de millones de brasileños.
"Tuvimos una clase media más culta allá por las décadas del 50 y 60. Las personas leían más los diarios, iban al teatro. Esas personas, hoy, hubieran creído más en la ciencia, desconfiarían cuando alguien [en referencia a ministros del gobierno de Bolsonaro] les dice que la Tierra es plana o que el coronavirus provoca apenas una gripecita", dijo, en referencia al término que usó el presidente.
Esta degradación cultural, amplió el filósofo, "se sumó a un gobierno que tiene horror la ciencia, a la cultura y al arte". Y añadió: "Los pobres están en las calles por necesidad, lo que espanta es la clase media y alta, y ahí es donde digo que el problema de Brasil es la educación".
El jueves pasado, la ONG Río de Paz organizó una manifestación en la playa de Copacabana. Fueron colocadas cruces para denunciar los muertos por Covid-19 y la gestión de la crisis por parte de Bolsonaro. Un hombre irrumpió en la protesta, defendió al gobierno y arrancó algunas de las cruces de la arena. Inmediatamente, un padre que perdió a su hijo de 25 años las volvió a poner en su lugar y pidió respeto a las víctimas. Un verdadero retrato de Brasil en esta pandemia
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