Los nuevos brotes obligan a Australia a retroceder con la cuarentena
MELBOURNE, Australia.- Ring Mayar se pasa el día golpeando puertas en los suburbios del oeste de Melbourne para preguntarles a los vecinos si tienen tos, fiebre o escalofríos.
Aunque no sea así, los alienta a testearse por coronavirus , mientras las autoridades australianas intentan atajar como pueden una seguidilla de nuevos focos de contagio que amenaza con reescribir la historia de éxito de Australia en el control de la pandemia.
"Es bastante desalentador", dice Mayar, presidente de la Asociación de la Comunidad Sudsudanesa en el estado de Victoria, que está trabajando como voluntario en una de las grandes comunidades de inmigrantes donde se disparó el número de casos.
El aumento de los contagios -hoy Victoria reportó 77 nuevos casos, el mayor número desde marzo-, ha visibilizado el desproporcionado impacto del coronavirus en las comunidades donde los inmigrantes y trabajadores esenciales son particularmente vulnerables a la enfermedad. En esos lugares, la gente está obligada a aventurarse a la calle y a realizar trabajos que los exponen al contagio, y como muchos no hablan inglés, la comunicación con las autoridades en su lengua madre a veces se complica.
Como en el resto del mundo, el coronavirus encontró el agujero por donde colarse en el sistema australiano: parte de los nuevos contagios derivan de un encendedor que compartían los guardias de seguridad que custodiaban un hotel donde hacen cuarentena los repatriados.
Luego circuló en los barrios de bajos ingresos de la región metropolitana de Melbourne, con significativo impacto en los grupos de inmigrantes, incluso dentro de un centro de distribución de una cadena de supermercados.
El rebrote en Australia demuestra que hasta en los países que parecían bien encaminados para retomar una vida normal, el virus puede reaparecer en cualquier momento. Los actuales brotes en Victoria congelaron la reapertura de las fronteras interprovinciales, complicaron los planes para crear "burbujas de viaje" con otros países, y obligaron a reconfinar a 300.000 personas.
El martes, en un nuevo esfuerzo por frenar la propagación del virus, las autoridades informaron que los habitantes de los 10 distritos más afectados de Merlbourne -una ciudad de 5 millones de habitantes- tendrán que quedarse adentro de sus casas durante las próximas cuatro semanas. Los vuelos internacionales fueron derivados a otras ciudades, y ya se abrió una investigación para encontrar otras fallas en los protocolos de cuarentena.
Antes de los brotes de Victoria, Australia venía registrando apenas un puñado de casos nuevos por semana, y había empezado a levantar algunas restricciones con el objetivo de reabrir el país hacia fines de julio.
Pero en las últimas dos semanas, en Victoria los casos nuevos incluso se duplicaron de un día para otro, y aunque parece poco en comparación con lugares como Estados Unidos , que tiene decenas de miles de casos nuevos todos los días, el aumento fue un sacudón para las autoridades australianas, que enarbolaban su programa de testeos masivos y su cuarentena temprana como las claves de su éxito.
El brote en Victoria sigue un patrón conocido: las autoridades de salud pública de todo el mundo ya advirtieron que a medida que los países permitan el movimiento de la gente, los rebrotes serán inevitables, incluso en países que parecían haber eliminado el virus.
El mes pasado, China se vio golpeada por un rebrote en un mercado de Pekín, y las autoridades respondieron con una cuarentena focalizada y testeos masivos, un modelo ahora seguido por Australia. En Singapur, el virus corrió como reguero de pólvora en las barracas de los trabajadores inmigrantes.
En Australia, el coronavirus se había afincado en bolsones de pobreza de los alrededores de Melbourne, donde el mensaje del gobierno no siempre llega debido a las barreras idiomáticas y problemas de desconfianza hacia las autoridades. Allí la gente tiene miedo a testearse, y los pobres no quieren o no pueden ausentarse del trabajo aunque estén enfermos.
En algunas de esas zonas también hay hacinamiento y mucha gente sin techo, lo que dificulta el cumplimiento del distanciamiento social.
"Los que se quedan sin trabajo y no están abarcados por los programas de subsidios del gobierno, terminan dependiendo de la caridad", dice Eddie Micallef, presidente del Consejo de Comunidades Étnicas de Victoria.
Esos peligros fueron advertidos en mayo por un panel de médicos y expertos que le señalaron al gobierno australiano que se había olvidado de proteger a las comunidades de inmigrantes.
Micallef y otros referentes sociales dicen que la comunicación del estado y del gobierno nacional con los grupos de alto riesgo fue deficiente desde el primer momento, y algunos señalan que la información traducida tardó mucho en llegarles y que no era clara.
"Hacía falta ser universitario para entender lo que decían", se queja Mohammad al-Khafaji, director ejecutivo de la Federación de Consejos de Comunidades Étnicas de Australia, en referencia al documento de varias páginas sobre el coronavirus que el gobierno hizo traducir al árabe.
Al-Khafaji y otros expertos señalan que la cuarentena vigilada por la policía -especialmente en un momento en que los abusos policiales son el ojo de la tormenta- no hace más que profundizar la desconfianza de las comunidades en las fuerzas de la ley y exacerbar la sensación de aislamiento.
"Lo que tenemos que lograr es que la gente entienda la importancia de quedarse en casa, y eso no se logra con multas o exceso de vigilancia", dice Rebecca Wickes, profesora de criminología y directora del Centro de Migración e Inclusión de la Universidad Monash, Melbourne. "Así no vamos a conseguir el cambio de hábitos que buscamos."
Wickes agrega que si bien hubo una primera ola de racismo relacionada con el coronavirus y cuyo blanco fueron sobre todos los asiáticos, ahora está surgiendo una segunda ola de racismo contra los migrantes y las comunidades étnicas, debido a la falsa idea de que esos grupos no siguen las recomendaciones sanitarias.
Los líderes de la comunidad islámica también dicen temer un auge del sentimiento antimusulmán, después de que se informara que uno de los nuevos brotes de Melbourne se originó en un festejo de Eid, finalización del ayuno de Ramadán, a fines de mayo.
Pero Wickes señala que las comunidades vulnerables no tienen la culpa, "sino más bien los ciudadanos globales que volvieron de sus cruceros y de sus vacaciones para esquiar en Aspen". Y agrega: "De pronto, parece que nos olvidamos como arrancó todo esto y cómo puso pie el virus en Australia."
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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