NUEVA YORK.- Camina bajo un sol abrasador. Las gotas de sudor corren por su rostro. En una esquina de Midtown, Alicia espera que el semáforo cambie de color. Mira para arriba. Rojo. Amarillo. Verde. Avanza. Su rutina vuelve a ser diaria después de más de tres meses. La última vez que entró a trabajar en un comercio a metros de Times Square, la temperatura obligaba al uso de campera y pantalones largos.
Como quien despierta después de una terrible pesadilla, Nueva Yorkrecupera el aliento de a bocanadas. El avance del coronavirus la sometió escenarios impensados. Poco imaginaban locales y turistas que marzo sería el último mes en el que podrían sentarse a comer en un restaurante puertas adentro. Mucho menos que las marquesinas de Broadway dejarían de brillar para su audiencia.
Foco del espanto. Postal de la desidia. Ejemplo del horror. Tiranizado por la pandemia, el estado de Nueva York pasó por todos los estadios más negativos. Hoy, por el contrario, es uno de los pocos lugares en Estados Unidos que tiene bajo su control al virus respiratorio. En el camino a la mesura más de 400 mil personas acabaron infectadas. Al menos 25 mil no vivieron para contarlo.
La sucesión de hechos se vivió sin tiempo para procesar demasiado. En los últimos días de marzo, todo se vació. Turistas -nacionales e internacionales- desaparecieron. Salvo lo que quedó bajo consideración de comercio de primera necesidad, todo cerró. Nueva York dijo adiós a su imagen idílica. En cuestión de días, la Gran Manzana se transformó en un páramo.
La vida quedó en pausa. No sólo en la ciudad, si no todo el estado. Sin una delineada estrategia a nivel nacional, el gobernador Andrew Cuomo se convirtió en un auto-abanderado líder de la lucha contra el virus. Durante más de cien días, el mandatario estatal brindó conferencias diarias con actualizaciones sobre el avasallamiento de la enfermedad. Su presencia televisiva se convirtió en una especie de bálsamo reconfortante para muchos locales. Aún cuando los números de casos aumentaban, su aprobación subió como nunca antes.
Por 42 días, Nueva York lidió con los estragos de la incesante propagación del virus respiratorio. Después de eso comenzó el descenso escalonado. Recolección de datos, y más datos. El estado se convirtió en el lugar con mayor capacidad de testeo en todo el país: hoy alcanza -en promedio- unos 70 mil exámenes de Covid-19 por día.
Con un importante caudal de información en manos, el equipo de expertos en salud pública que acompaña a Cuomo dispuso el cumplimiento de siete objetivos sanitarios para el proceso de reapertura. Sin eso, ni una de las diez regiones que componen a Nueva York conseguía avanzar.
La salida de una crisis
El proceso fue largo y doloroso. Fueron tantas las víctimas fatales que en las calles se instalaron camiones frigoríficos para almacenar cuerpos. Llegaron a ser 800 muertes diarias. Familias y amigos que se despidieron por videollamada. Pacientes que murieron en soledad. Las penas que provocó el virus son parte de algo que Nueva York no quiere volver a ver.
En este contexto, se atravesó una de las cuarentenas más largas y restrictivas en el país. Aún así, nunca limitó las salidas recreativas de sus vecinos. Si bien todo lo no esencial estuvo cerrado por más de tres meses, la posibilidad de salir siempre existió. Ahora, con el regreso de algunas de las experiencias pre-pandemia se recupera una significativa cuota de vitalidad.
"Tengo amigas que están muy asustadas, pero no es mi caso", dijo Alicia, de 26 años, en un local de ropa en el que se desempeña en la atención al público. "Realmente extrañé mucho mi trabajo", añadió a este medio. En el comercio, todas las personas visten alguna forma de tapaboca. No es opcional: practicar distanciamiento social de dos metros, utilizar barbijo y lavarse las manos con frecuencia son los tres ingredientes clave que han ayudado a transformar el panorama.
En los parques se volvieron a escuchar risas. Son niños que durante tres meses vieron sus juegos cerrados: ahora recuperaron algunos de los placeres de la infancia. La educación presencial, sin embargo, todavía se mantiene como un gran signo de interrogación. Volver al aula, según han reportado autoridades estatales, dependerá del índice de reproducción del virus. Y aún si todo se diera en un escenario ideal, el formato de aprendizaje será híbrido: se mezclaran las clases en persona con las online.
En la ciudad de Nueva York, que por año suele recibir un promedio de 65 millones de turistas, los locales se volvieron a adueñar de un espacio que durante décadas tuvieron que compartir. En cierta medida, la desazón que trajo la pandemia devolvió el placer ingenuo de ciertos actos diarios.
Mientras hace la fila para entrar a un local bañado en carteles de liquidación, Jonathan, de 37 años habla con LA NACION. Suspira. Bajo un barbijo color negro, dice: "Fue muy difícil, pero logramos salir de lo peor", y subraya: "Vemos ahora como el resto sufre lo que nosotros sufrimos; no tenemos que volver a caer".
Algunos con mayor timidez y cautela, otros con una seguridad alimentada por el hartazgo al encierro. Las salidas en respuesta a la reapertura han sido sostenidas, especialmente al aire libre. Ante el panorama condenatorio que azota al resto del país, autoridades han resuelto en prohibir todo lo que implique grandes grupos de gente puertas adentro en la ciudad hasta nuevo aviso. Lo multitudinario, como la visita a un show de Broadway, es parte de una actividad que quedará reservada para el próximo año (o hasta que aparezca una vacuna).
En lo que ahora parece ser un contexto controlado, Cuomo presentó una ilustración que, según dijo, representa el paso de la pandemia por Nueva York. El dibujo traduce la pesadilla de la coronavirus en un dibujo de una montaña. El inmenso pico, acompañado por gráficos que hacen alusión a la muerte, la decadencia y a los logros, son, en resumen, los últimos cuatro meses. Lo peor parece haber sido superado, resta saber si el convertido en estado ejemplo quedará con su título esperanzador o caerá en la tan temida segunda ola como el resto del país.
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