Coronavirus: los militares brasileños buscan minimizar el daño a su imagen por la gestión de Bolsonaro
RÍO DE JANEIRO.– Hace pocos días y bajo una enorme presión, el general Luiz Eduardo Ramos, ministro-jefe de la Secretaría de Gobierno del presidente Jair Bolsonaro, anunció su pase a retiro. En un video enviado a sus colegas de las Fuerzas Armadas brasileñas, el general, muy cercano al jefe de Estado, aseguró: "Estoy renunciando a un año y medio de servicio activo porque entiendo que la misión actual me impone que permanezca como ministro de Estado del gobierno Bolsonaro... permanezco fiel a los valores del Ejército".
Hoy, quien sufre la misma presión es el general Eduardo Pazuello, designado hace poco más de dos meses como ministro de Salud interino. Brasiles epicentro global de la pandemia, la ola de críticas externas e internas es intensa y la preocupación entre militares activos y retirados es cada vez mayor. Gestos como el del general Ramos demuestran que a esta altura de los acontecimientos es muy poco probable una eventual ruptura con Bolsonaro como medida drástica para salvar la imagen de la corporación militar. La estrategia, ahora, es minimizar el daño.
Datos recientes del Tribunal de Cuentas de la Unión (TCU) confirmaron que 6157 militares ocupan cargos en el gobierno Bolsonaro, un récord desde el regreso de la democracia al país, en 1985. Si bien el discurso oficial de los generales intenta instalar la tesis de que se está cumpliendo una misión, especialistas sostienen que, en la práctica, los militares, con el aval de las Fuerzas Armadas, son hoy lo que fueron desde que el nombre Bolsonaro empezó a sonar con fuerza como alternativa para la presidencia: una de sus principales bases de sustentación; o sea, son parte de un proyecto político. Y por haber aceptado cumplir ese papel, pagarán un alto costo.
En las últimas semanas, la dimensión de lo que costará haberse asociado a Bolsonaro después de décadas de alejamiento de la política (con la clarísima intención de superar el desprestigio dejado por la dictadura) empezó a vislumbrarse. En una declaración que causó profundo malestar, el ministro del Supremo Tribunal Federal (STF) Gilmar Mendes aseguró que "el Ejército se está asociando a este genocidio".
Días después, un sindicato que representa a un millón de trabajadores de la salud en Brasil presentó una acusación contra el jefe de Estado en el Tribunal Penal Internacional (TPI) por supuesta "práctica de crimen contra la Humanidad", por su gestión de la pandemia de coronavirus .
En paralelo, la Amazonia –tema central para las Fuerzas Armadas y hoy controlado por el vicepresidente, general Hamilton Mourão– exhibe ante el mundo los mayores incendios desde 2004, dañando aún más la imagen internacional de Brasil.
Ante críticas cada vez mas feroces a la gestión del gobierno, la respuesta militar es buscar, de todas las maneras posibles, despegarse de escándalos de corrupción que involucran a la familia Bolsonaroy reforzar una campaña de propaganda que trata de preservar algo de la credibilidad.
En respuesta a Mendes, el Ministerio de la Defensa envió una carta en la que afirma que "en la actual pandemia las Fuerzas Armadas, incluyendo a la Marina, el Ejército y la Fuerza Aérea, están completamente empeñadas justamente en preservar vidas".
Casi en simultáneo, se conocieron detalles de la nueva política de defensa de Brasil, contenida –además de proyectos de ley enviados al Congreso– en el llamado Libro Blanco, actualizado cada cuatro años. Por primera vez en la historia, se habla de la región como posible zona de conflicto, dado el crecimiento de la injerencia extranjera en lo que se llama el entorno estratégico nacional (América del Sur, Atlántico Sur, Costa Oeste de África y la Antártida).
Venezuela es el tema clave, aunque no se diga esto con todas las letras. En medio del caos político, la recesión económica y la explosión de casos de Covid-19, los militares tratan de mostrarse activos en su mundo.
No abandonan al presidente, fabrican en sus cuarteles cantidades enormes de hidroxicloroquina –medicamento descartado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el tratamiento del Covid-19 y defendido por Bolsonaro–, pero, al mismo tiempo, y tal vez ya pensando en un Brasil post Bolsonaro, tratan de despegarse.
En un video disponible en redes sociales, el jefe del Ejército, general Edson Leal Pujol, destacó el papel de las Fuerzas Armadas en acciones de combate a la pandemia. El mismo Pujol saludó en mayo a Bolsonaro con el codo, cuando el presidente le había extendido la mano. Pequeños movimientos que dicen mucho.
Por la borda
Hoy parece ser tarde para disociarse de Bolsonaro, dijo Adriana Marques, profesora de Defensa y Gestión Estratégica Internacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). Para ella, "la imagen de la institución será dañada, sobre eso no existen dudas; los militares ya no son la garantía de moderación del presidente". El esfuerzo de más de 30 años en los que estuvieron fuera de la política podría estar yéndose por la borda.
Los militares empezaron a aparecer más en la agenda política después de 2013 y la ola de manifestaciones contra el gobierno de Dilma Rousseff (2010-2016). Bolsonaro fue la oportunidad de llegar nuevamente al poder. Se produjo, en palabras del argentino Héctor Luis Saint-Pierre, coordinador ejecutivo del Instituto de Políticas Públicas y Relaciones Internacionales y líder del grupo de Estudios de Defensa y Seguridad Nacional, "un encaje". No hubo ingenuidad, los militares sabían, según Saint-Pierre, dónde se estaban metiendo. Pero hoy enfrentan el riesgo de que Bolsonaro "se transforme para los militares brasileños en lo que Malvinas fue para los argentinos: un final trágico".
Muchos se preguntan por qué los militares siguen sosteniendo a Bolsonaro. Descartada totalmente cualquier hipótesis de golpe o autogolpe, especialistas como Arthur Trindade, profesor de la Universidad Nacional de Brasilia (UNB) y consejero del Fórum Brasileño de Seguridad Pública, recuerdan los enormes favores recibidos hasta ahora, entre ellos más cargos públicos que nunca y beneficios en la reforma de las jubilaciones de 2019. En el proyecto de ley sobre la nueva política de defensa, se propone elevar el presupuesto del área a 2% del PBI (el año pasado fue 1,8%).
"A diferencia de los militares que dieron el golpe de 1964, estos militares no tienen un proyecto de país. Se identifican ideológicamente y con los valores de Bolsonaro, y pretenden ser vistos como gestores de la crisis. Pero claro que hay mucha incomodidad por todo lo que está pasando, sobre todo en el alto comando", comentó Trindade, un militar que llegó a capitán, como Bolsonaro, y finalmente optó por una carrera académica.
Para este especialista, la alianza con Bolsonaro les permitió volver al poder y tener mayor bienestar económico, pero "fue un grave error, que podría destruir todo lo que se logró después de 1985. Hoy lo que se debate es cómo reducir el impacto del desastre en la imagen de la corporación".
En la misma línea de pensamiento, Alcides Costa Vaz, presidente de la Asociación Brasileña de Estudios de Defensa, opina que los militares ya están sufriendo un desgaste enorme. "El presidente usa a las Fuerzas Armadas para sus propósitos".
Los esfuerzos de los que hoy se preocupan dentro de las Fuerzas Armadas –ante el colapso sanitario recuerdan que hay 34.000 militares actuando en iniciativas de combate a la pandemia– son opacados por los permanentes escándalos del presidente, sus hijos y parte de su gobierno. La producción de barbijos y alcohol en gel en fábricas militares es opacada por la de cloroquina. Y el codo del comandante del Ejército en su saludo a Bolsonaro, por imágenes como la del jefe de Estado contagiado de Covid-19 y saludando a empleados de la residencia presidencial sin tapabocas.
"Ya es muy tarde para pensar en desvincularse de Bolsonaro. Los militares que están en el gobierno llevan consigo a las Fuerzas Armadas, porque ellas representan, aunque digan que no, a una corporación", concluyó Pedro Villas Bôas Castelo Branco, profesor del Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad del Estado de Río de Janeiro y coordinador del Laboratorio de Estudios Políticos de Defensa y Seguridad Pública.
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