Coronavirus. La bendición del papa Francisco al mundo: "Solos nos hundimos"
ROMA.- Nunca antes en la historia bimilenaria de la Iglesia se vieron imágenes tan sobrecogedoras como las de hoy. Con un papa que, en solitario, en una plaza San Pedro totalmente vacía, imploró a Dios liberar a la humanidad de las "densas tinieblas" causadas por la pandemia del coronavirus y que con una "bendición urbi et orbi" otorgó la indulgencia plenaria, es decir, el perdón de los pecados a los más de 1300 millones de católicos del mundo.
En un momento dramático, en el que se estima que las medidas de confinamiento afectan a más de 3000 millones de personas, hay 25.250 muertos y más de medio millón de infectados en el planeta, el Papa quiso así recordar tres cosas: la fuerza espiritual salvadora de Jesús, la necesidad de "restablecer el rumbo de la vida" de la humanidad "hacia el Señor y hacia los demás" y que en este momento muerte y dolor "la oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras"
"El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes, solos nos hundimos", sentenció.
La oración del Papa, que comenzó a las 18 (hora local) de una jornada gris y lluviosa, fue extraordinaria y única. Por primera vez en la historia un pontífice dio una "bendición urbi et orbi", a la ciudad y al mundo, fuera de las fechas normales, que son la Navidad, la Pascua de Resurrección y cuando un nuevo papa es electo. Se trata de un acto que ningún otro obispo puede realizar y que puede tener lugar de manera eficaz a través de los medios de comunicación para el bien del alma de los fieles.
Francisco, de 83 años y que desde que comenzó la pandemia en Italia todas las mañanas celebra misas que desde la capilla de Santa Marta que se transmiten en directo, para esta oración extraordinaria estuvo acompañado por dos símbolos religiosos únicos. El ícono bizantino de la Virgen Salus Populi Romani, que hizo traer de la Basílica de Santa María de la Mayor y que en el VI siglo salvó a Roma de una plaga y en el siglo XIX del cólera. Y el crucifijo milagroso de la Iglesia de San Marcello al Corso –ante el cual rezó el 15 de marzo pasado, saliendo del Vaticano, pese a las restricciones-, utilizado en diversos barrios de Roma durante una "peste negra" que aquejó a la ciudad eterna en 1522.
Antes de que el Papa leyera su homilía, se oyó la lectura de un pasaje del Evangelio de Marcos que narra de una tempestad inesperada que se desencadena justo cuando los apóstoles están en un barco junto a Jesús, que duerme plácidamente en popa. Lo despiertan porque están asustados y Jesús, con tan sólo una palabra, detiene el viento y las olas del mar.
Momento de tempestad
En su homilía, Francisco comparó esa tempestad con la que vive el mundo. "Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa", dijo.
Destacó luego que la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad "y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades". "Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad", indicó.
"Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo", recordó. "Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: 'Despierta, Señor'", pidió Francisco.
Francisco, aseguró que éste es un tiempo "para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es". "Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás", agregó, al subrayar la existencia de "tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida". Pasó a mencionar entonces esas personas comunes -corrientemente olvidadas- "que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo".
El exarzobospo de Buenos Aires recordó que "el comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación". "No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo", subrayó. "Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar", aseguró.
"En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante, que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza", exhortó.
"Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?»", siguió.
"Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso", continuó. Y concluyó: "desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta".
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