Coronavirus. Francis Fukuyama. “La polarización existente ha infectado por completo la respuesta a la pandemia”
"Es un tiempo muy peligroso para las democracias", alerta Francis Fukuyama, el ya legendario politólogo que alguna vez se convirtió en un ícono de la derecha, al predecir el "fin de la historia" y el triunfo definitivo de la democracia liberal tras el colapso de la Unión Soviética.
Casi 30 años después de aquel libro, Fukuyama sigue en la primera línea. Pero ahora carga contra Donald Trump . Lo considera un ícono de casi todo lo que está mal en Estados Unidos. Y alerta sobre varias tendencias que se repiten alrededor del mundo, como las tentaciones autoritarias de varios líderes que aprovechan la pandemia del coronavirus para acumular poder.
"La crisis se está profundizando en algunos países; en especial, en América Latina", remarca desde la Universidad de Stanford. Y así es como alude a Brasil, México o Bolivia. Y lamenta las divisiones sociales, exacerbadas por las redes sociales. Le preocupa, dice a LA NACION, "la supervivencia del Estado de Derecho y del centrismo político", acosados por el populismo de derecha y una izquierda intolerante.
–Leí su artículo en la revista Foreign Affairs: una recuperación económica que tomará años y que conllevará un "largo y deprimente esfuerzo". ¡Que horizonte sombrío!
–[Risas] ¡Pero es la verdad! Se publicó ahora, pero escribí ese artículo hace unos meses, allá por abril, y la situación no mejoró desde entonces. No creo que tengamos una rápida recuperación; por el contrario, la crisis se está profundizado en algunos países; en especial, en América Latina. Y mire qué ocurre en Estados Unidos, donde el presidente Trump confiaba en que podría reabrir la economía en algún momento del verano [del hemisferio norte], pero quedó estancada. Eso, sin olvidar que aún estamos viendo muchas repercusiones de la pandemia a nivel global, la mayoría negativas, con varios gobiernos tratando de sumar más poder político para consolidar la autoridad ejecutiva, mientras que se registra más nacionalismo, el cierre de fronteras y tanto más…
–Remarcó, también, que la pandemia vigoriza tendencias como el corrimiento de la primacía hacia el otrora Lejano Oriente…
–Claro, porque el centro de gravedad de la economía global se ha ido moviendo hacia el sudeste asiático durante las últimas décadas y la pandemia lo acelerará. Japón, Corea del Sur, Taiwán, China y Singapur se encuentran entre los países que han sido más exitosos al lidiar con la pandemia, mientras que quedó claro que no se puede reabrir la economía sin antes controlar la pandemia. Como estos países ya lo han logrado bastante eficazmente, han podido volver a la senda del crecimiento. En especial, China. Esa es la razón por la que pienso que absorberán mucha más actividad económica global durante el año posterior a esta crisis, en contraste con lo que ocurre con Estados Unidos, cuya performance ha sido tan mala. Falló como modelo y como fuente de crecimiento económico para el resto del mundo.
–Dado lo ocurrido durante los últimos cuatro años y en particular desde que comenzó la pandemia, ¿puede darse una confrontación –incluso bélica– entre Estados Unidos y China si Trump fuera reelecto?
–No creo que un conflicto militar sea probable en el futuro cercano, aunque podría darse alguno, de manera inadvertida. ¿Qué quiero decir? Xi Jinping planteó que China quiere recuperar Taiwán en el transcurso de una década. Lo dijo hace un año y medio, y remarcó que ocurrirá de un modo u otro, incluso por la vía militar si es necesario. La comunidad internacional debe tomar muy en serio esa afirmación. Algo así no ocurrirá pronto, aunque sí una gran desconexión de las economías de China y Estados Unidos. Eso es algo por lo que Trump ha bregado mucho. Quiere destruir Huawei, por ejemplo, como proveedor global de equipos de telefonía y telecomunicaciones, y en cierto modo y hasta cierto punto tiene el poder para lograrlo. Así que, metafóricamente hablando, será una guerra económica muy seria.
–En otro artículo suyo, pero para la revista The Atlantic, remarcó a fines de marzo que la línea que divide a los países que responden bien o mal a la pandemia pasa por su capacidad de gestión pública y la "confianza en el gobierno". ¿Qué es esto último?
-Veamos Estados Unidos. El país afronta una enorme crisis de confianza porque muchos estadounidenses no confían en el gobierno, ni en sus compatriotas. Nuestra respuesta al Covid-19 fue socavada por el hecho de que la polarización existente ha infectado por completo la respuesta a la pandemia. Eso se refleja en cosas tan estúpidas como usar o no tapabocas. Hay muchos conservadores estadounidenses que piensan que usarlos es un signo de los liberales y que si quieren apoyar al presidente Trump no deben usarlos, ¡aun si los expertos en salud pública están diciendo que es una buena idea! Del mismo modo, muchos gobernadores republicanos están reabriendo sus economías muy rápidamente. En Florida, Texas, Georgia y otros creen que eso es lo que los conservadores deben hacer. Como resultado, las tasas de contagios en esos estados empezaron a subir muy, muy rápidamente. En definitiva, son decisiones irracionales que responden a esta suerte de tribalismo político más que a una evaluación científica de los datos y las sugerencias de los profesionales de la salud.
–Su visión sobre la polarización y respuestas a la pandemia puede aplicarse, con ciertas diferencias, claro, a lo que ocurre en la Argentina.
–Tenemos muchos ejemplos similares en América Latina. Bolivia, por ejemplo, se encuentra hoy tan polarizada como Estados Unidos. No logran ponerse de acuerdo en su proceso eleccionario, ni en cómo responder a la crisis sanitaria.
–Resulta notable, también, cómo muchos medios de comunicación y redes sociales terminan a menudo siendo un escollo para la democracia. Exacerban las diferencias, en vez de servir como ágoras para el debate público…
–Bueno, las redes sociales han demostrado ser un verdadero problema. Solía ser más fácil para las élites controlar la calidad de la información y determinar qué era verdad fáctica. Ahora, Internet permite que cualquiera suba cualquier cosa y mucho es de muy baja calidad fáctica, con datos tergiversados o engañosos o que promueven teorías conspirativas. Así que uno de los problemas que afrontan muchas democracias, empezando por Estados Unidos, es que ni siquiera podemos ponernos de acuerdo en datos básicos.
–Cuando expresa cierta añoranza sobre el rol que tuvieron las "élites" informativas o critica a Trump, viniendo del neoconservadurismo, ¿qué reacciones cosecha?
–Bueno, depende de qué lado estés de esa división [risas]. Si eres un simpatizante de Trump, piensas que mi planteo, al igual que otros muchos, es ridículo, que se basa en información falsa, en fake news, o que es una expresión más de odio y partidismo; y si, por el contrario, no te gusta Trump, consideras que el planteo es razonable, que se basa en datos contrastados. Es un verdadero problema que la gente vea el mundo de formas tan diferentes.
–Suele alertar que el autoritarismo, la xenofobia, el aislacionismo, entre otras tendencias nocivas, resurgen alrededor el mundo. ¿Qué le dice eso?
–Que es un tiempo muy peligroso para las democracias. En Hungría, Viktor Orban, el primer ministro populista, usó la crisis como una excusa para llevar al máximo su autoridad ejecutiva con poderes de emergencia y ahora no está dispuesto a devolverlos. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, hizo algo muy similar, usando la pandemia como excusa para asumir poderes máximos. Los chinos aprovecharon la pandemia para imponer una nueva ley de seguridad en Hong Kong mientras que el resto del mundo está demasiado ocupado con sus problemas domésticos. No se atrevieron a implementarlo el año pasado, pero se sintieron empoderados para hacerlo ahora... Es decir, toda una serie de movimientos alrededor del mundo en los que la democracia se ha visto socavada, a veces a manos de líderes electos democráticamente, y que siempre usaron la pandemia como excusa.
–Tampoco vemos demasiado del G-7, del G-20 o incluso de la ONU y otros foros multilaterales durante esta crisis global. ¿Cómo lo interpreta?
–Comparado con la forma en que el mundo respondió a la crisis financiera de 2008, es muy decepcionante. No hay una cooperación global al nivel de aquella crisis. En los hechos, 2008 cimentó al G-20 porque se concluyó que el G-7 no sería suficiente para lidiar con un mundo en el que el China ya era un gran jugador. ¡Hoy ni siquiera podemos obtener un acuerdo dentro del G-7 !Recuerde que [el secretario de Estado norteamericano] Mike Pompeo insistió con que los miembros restantes del G-7 se refirieran a la pandemia como "el virus chino", pero no quisieron y por eso ni siquiera lograron emitir un comunicado. Dicho eso, se han registrado más cooperaciones regionales. La Unión Europea, por caso, incrementó su solidaridad interna ante esta crisis, lo cual es muy bueno. Sus miembros diseñaron un plan para prestar fondos como Unión Europea en sí y destinarlos a los miembros más débiles del sur europeo. Eso es algo muy bueno que no pasó antes, durante la crisis del euro.
–¿Ve, entonces, rasgos esperanzadores en esto que vivimos?
–¡Sí, claro! [Risas]. Hay algo muy esperanzador. Allá por enero o febrero parecía que Trump resultaría reelegido porque la economía marchaba muy bien, teníamos una tasa de desempleo muy baja y las cosas parecían muy estables. Pero ahora todos coinciden en que el país se encuentra en una situación terrible. Todos los sondeos muestran a [el candidato demócrata Joe] Biden muy por delante en muchos de los estados que serán clave para ganar. Un cambio presidencial en noviembre permitiría revertir el curso en algunas de las malas políticas de Trump, y eso es algo que podría replicarse en otros países. Acaso la popularidad de [Jair] Bolsonaro comience a deteriorarse en Brasil. Tampoco olvidemos a Bielorrusia, que arrastra la última dictadura surgida del colapso de la Unión Soviética ya que ha tenido al mismo gobernante, Alexander Lukashenko, durante los últimos 26 años. Él, al igual que Trump y Bolsonaro o AMLO [por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador], negó que esta crisis fuera seria, no tomó medidas serias para proteger a su país y terminó seriamente desacreditado y enfrentando manifestaciones masivas de ciudadanos que quieren sacarlo del poder. Así que sí, se registran algunas tendencias positivas, estimuladas por la pandemia.
–¿Hay alguna pregunta que no le planteé y quisiera abordar?
–Bueno… [calla por unos segundos]. Mi preocupación central tiene que ver con la supervivencia del Estado de Derecho y del centrismo político, una preocupación que comenzó aquí, en Estados Unidos, donde tuvimos un giro hacia el populismo de derecha y hacia el nacionalismo con Trump, y donde también vemos el surgimiento de una izquierda muy intolerante. Esto responde a cuestiones de identidad como el género, la raza y las etnias, y desde el asesinato de George Floyd, en mayo, la cuestión racial se convirtió en uno de los ejes centrales del debate político, lo cual es bueno porque hay muchas disparidades raciales, pero también llevó a una suerte de ortodoxia sobre cómo hay que pensar sobre ciertos temas que puede resultar muy complicada. Por eso, mantener un discurso civilizado que tienda puentes por sobre esta división es clave y es algo que me preocupa muchísimo pensando en el futuro de Estados Unidos. Desafortunadamente, es algo que ocurre también en muchos otros países.
–¿Cómo tender esos puentes entre sectores que parecen vivir en mundos paralelos o hasta antagónicos, y en ocasiones prefieren barrer con esos puentes?
–Uf… no hay una fórmula única arregla-todo. Depende mucho de los liderazgos. Es relativamente fácil para los políticos exacerbar esas divisiones porque es sencillo estimular el odio hacia quienes están del otro lado. Pero de vez en cuando aparecen estadistas que quieren mejorar la situación. Nelson Mandela afrontó una división racial muy profunda en Sudáfrica cuando asumió el poder y una de las razones que lo hicieron un gran líder fueron sus esfuerzos simbólicos por erigirse por encima de esos viejos odios. Así que puede lograrse, pero depende de apoyarse en los símbolos correctos y contar con los líderes correctos en el gobierno.
Recomendación para aprovechar el tiempo
–Dado que millones de argentinos deben permanecer en sus casas desde hace meses, ¿qué libros, películas, música u otra actividad les recomienda para distraerse o "aprovechar" el tiempo? ¿Qué hace usted en su tiempo libre?
–[Risas] Me gusta muchísimo la tecnología; de hecho, construyo mis propias computadoras y dado que somos tan dependientes de Skype, Zoom y los entretenimientos online, me dediqué a reconstruir varias de ellas, lo cual me tomó bastante tiempo. También me gusta muchísimo la ciencia ficción porque es una buena forma de imaginar el futuro con premisas tecnológicas diversas y pensar en cuestiones muy interesantes. Ahora estoy leyendo la Trilogía marciana, de Kim Stanley Robinson, en la que se narra un intento por colonizar Marte en el siglo XXII, lo cual me resulta fascinante como politólogo porque en esencia trata sobre la construcción de un Estado. En un momento, la Tierra es tomada por corporaciones multinacionales, los colonos en Marte se independizan y tratan de redactar una constitución. Una manera muy astuta, en suma, de hablar sobre política. ¿Cómo sería un nuevo sistema político planetario en un futuro cercano?
Biografía
-Nacido en 1952 en Chicago, Fukuyama se licenció en Estudios Clásicos en la Universidad Cornell, para luego estudiar en las universidades de Yale y Harvard, donde se doctoró en Ciencias Políticas bajo la dirección de Samuel P. Huntington
-Analista del think tank Rand Corporation y del Departamento de Estado de Estados Unidos, dio clases en las universidades George Mason y Johns Hopkins, antes de instalarse en la Universidad de Stanford
-Autor de numerosos ensayos y libros, El fin de la Historia y el último hombre lo catapultó a la escena global desde 1992, siendo traducido a más de 20 idiomas; recibió múltiples premios y reconocimientos, incluidos siete doctorados honoris causa
-Considerado una figura clave del neoconservadurismo desde los tiempos de Ronald Reagan, comenzó a expresar sus discrepancias con ese ideario durante el gobierno de George W. Bush, al punto de difundir su apoyo a la candidatura de Barack Obama
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