Coronavirus: con las escuelas cerradas en casi toda América Latina, las pandillas están en auge
Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly.
TUMACO, Colombia.- Lidia Cruz es una dirigente social del sur de Colombia que pasa sus días tratando de evitar que los niños y jóvenes de su comunidad sean obligados a unirse a las pandillas de narcos. Y cuando todo lo demás falla, Lidia ayuda secretamente a evacuar a los potenciales reclutas a otras regiones del país.
Y uno de los más recientes evacuados es su propio hijo.
El adolescente asistía a una escuela politécnica de la ciudad costera de Tumaco. Pero en marzo pasado, cuando eclosionó la pandemia y cerraron la escuela, el joven y sus compañeros empezaron a ocupar su tiempo libre en jugar al fútbol. Así fue que llamaron la atención de Los Contadores, una banda cuyos integrantes empezaron a aparecerse por la canchita de juego, exhibiendo armas y fanfarroneando de sus correrías.
"Mi hijo me decía: ¡Mamá! ¡Esos tipos tienen armas y están llenos de plata!", recuerda Lidia. "Tenía que sacarlo de inmediato de ahí."
Así que lo mandó a vivir con su abuelo en las afueras de Bogotá, capital del país. Pero la repentina desaparición del joven enfureció a Los Contadores, que a partir de ese momento empezaron a acosarla a ella, una importante dirigente social de la zona, con la advertencia de que mejor cuidara sus espaldas.
Lidia Cruz no es su verdadero nombre, y relata que Los Contadores y otra media docena de grupos armados están en guerra por el control del negocio de la cocaína en Tumaco y sus alrededores, y que están siempre a la caza de nuevos soldados rasos para el narcomenudeo. Y cuando los jóvenes se resisten, dice Lidia, a veces las bandas se los llevan directamente a punta de pistola.
"Llegan y le dicen a la madre del chico: Si no lo entregás, te matamos a vos."
Según el relevamiento de UNICEF, a fines de 2020, más del 97% de los alumnos y estudiantes de Latinoamérica seguían físicamente fuera de la escuela a causa del Covid: un desastre para el sistema educativo de los países de la región, pero también un regalo del cielo para el crimen organizado, que de pronto se encontró con un flamante reservorio de jóvenes ociosos donde salir a cazar.
No sabemos si las pandillas han aumentado con igual éxito sus filas en otros países de la región, pero en Colombia, tanto las autoridades como las organizaciones sociales vienen registrando un empinado crecimiento de reclutamiento forzado. La Coalición contra la Vinculación de Niños, Niñas y Jóvenes al Conflicto Armado en Colombia (COALICO) denunció que al menos 190 menores fueron reclutados durante el primer semestre de 2020, el quíntuple del año anterior. Ese número probablemente sea una ínfima fracción de los casos reales, dado el miedo de los familiares a la hora de reportar el hecho.
"Los reclutamientos de dispararon", dice Julia Castellanos, investigadora de la COALICO.
Es un alarmante estado de situación para un país que durante los últimos 15 años ha experimentado una considerable disminución de la violencia relacionada con las drogas, y donde el gobierno firmó en 2016 un histórico acuerdo de paz. Ahora, en Colombia y otros lugares se teme que la desesperación que engendra la pandemia arrastre a la vida delictiva a toda una nueva generación de niños colombianos.
La narcoeconomía
Colombia impuso una de las cuarentenas más largas de Latinoamérica, que se extendió de manera estricta hasta septiembre, y las autoridades esperaban una contracción de la economía del 7% para el 2020. Oficialmente, el desempleo creció del 9,8% al 14,7%, pero ese guarismo no toma en cuenta los millones de empleos informales que han desaparecido.
"La dinámica cambió durante la pandemia", dice un abogado penalista de Tumaco que prefiere mantener su anonimato porque mantiene contacto asiduo con las bandas delictivas de la región. "Para muchas familias, el dinero que ofrecen estas bandas no sólo es la mejor opción, sino la única."
El penalista dice que el trabajo de seducción sobre los potenciales reclutas empieza con regalos de ropa, celulares y dinero en efectivo. A veces seducen y embarazan a las chicas para que se vean obligadas a unirse a la banda. También reparten mercadería o remedios para ganarse a las familias de los jóvenes que tienen en la mira. Los novatos empiezan haciendo de "campana" media jornada. Los que trabajan a tiempo completo reciben armas, una moto para desplazarse, y un estipendio mensual de entre 300 y 600 dólares.
En lugares como Tumaco, una oferta como esa es difícil de rechazar.
"Es tristísimo, pero los chicos son buenos soldados", dice Juan Sebastián Campo, del grupo Benposta, que desde Bogotá coordina programas para jóvenes vulnerables de zonas de conflicto.
"Los chichos y chicas de 15 años suben y bajan del morro corriendo, mucho más rápido que un jefe gordo y viejo", dice Campo. "De hecho, hasta nos ha tocado lidiar con excelentes francotiradores de 17 años."
Refugiados venezolanos y chicos fuera de la escuela
El reservorio de potenciales reclutas también se amplió con la llegada de unos 2 millones de refugiados de Venezuela que huyeron de su país escapando de la desocupación, la escasez de alimentos y el autoritarismo del gobierno. En la región colombiana de Catatumbo, a lo largo de la frontera con Venezuela, más de la mitad de los recientemente reclutados son venezolanos, explica Carmen García, presidenta de la agrupación de derechos humanos Madres de Catatumbo.
Durante operativos de seguridad de los últimos tres años, la policía y el ejército colombiano rescataron a 1509 menores que estaban en manos de bandas delictivas, según datos aportados por Nancy Patricia Gutiérrez, máxima asesores en derechos humanos del presidente colombiano Iván Duque. Sin cifras similares a las que se registraban a mediados de la década de 2000, momento álgido de la guerra narco, dice Paola Gutiérrez, investigadora de la Fundación Ideas para la Paz, de Bogotá.
"Y todos los datos muestran que la cifra va en aumento", remarca Gutiérrez.
El proceso de reclutamiento a veces es feroz. En un caso reciente en la región norteña de Arauca, los miembros del grupo guerrillero ELN ingresaron a un salón de pool en busca de nuevos reclutas, encararon a uno de los jóvenes, y como este se resistió, lo encañonaron, lo ataron, y se lo llevaron a la selva.
"Le dijeron: '¿Por qué no me ahorrás la bala?'", relata Claudia Arango, seudónimo que elige por seguridad la presidenta de la asociación de padres de la escuela a la que asistía el chico.
"Cuando los chicos están en la escuela tienen la cabeza ocupada", dice Arango. Pero cuando no van a clase, les sobra el tiempo y se juntan con malas compañías, que les dicen que estudiar es una pérdida de tiempo."
"Les hacen un verdadero lavado de cerebro."
Americas Quarterly
(Traducción de Jaime Arrambide)
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