Cuando la pandemia del coronavirus cerró las escuelas de Guatemala a mediados de marzo, el maestro Gerardo Ixcoy invirtió sus ahorros en una bicicleta usada que empuja un carro.
Pero esto no es solo transporte. También es un aula móvil, con láminas de plástico para prevenir la transmisión del virus, una pizarra y un pequeño panel solar, que alimenta un reproductor de audio para algunas lecciones.
Todos los días Gerardo pedalea entre los campos de maíz de Santa Cruz del Quiché para darle clases a sus alumnos de sexto grado.
Ixcoy es conocido como "Lalito 10", un apodo de la infancia que se mantuvo con los años. Intenta visitar a cada uno de sus alumnos dos veces por semana para asistirlos con las clases y sus tareas
Gerardo supo de inmediato que la enseñanza remota no era una posibilidad en esta zona y entonces la bicicleta se convirtió en una necesitad.
"Intenté que los niños recibieran sus hojas de trabajo enviando instrucciones a través de WhatsApp, pero no respondieron", dijo Ixcoy. "Los padres me dijeron que no tenían dinero para comprar paquetes de datos (para sus teléfonos) y que otros no podían ayudar a sus hijos a entender las instrucciones.
El analfabetismo en el área es de aproximadamente 42%. Y en todo el departamento o provincia, solo alrededor del 13% de los hogares tienen Internet.
"Los teléfonos celulares que tienen en casa son muy básicos", dijo Ixcoy. "No pueden descargar aplicaciones, como Zoom, que te permitan dar una clase virtual".
Víctor Conoz, de 36 años y padre de Paola, una de las alumnas, viajaba regularmente a Belice para vender productos. Debido a la pandemia no pudo trabajar más.
"La situación es realmente complicada", dijo. "No me vas a creer, pero algunos días no tenemos comida y comprar datos para el celular era imposible para mí".
Para los niños, las clases rompen la monotonía de semanas en cuarentena. Oscar Rojas, de 11 años, esperaba ansioso en la puerta de su casa con una camisa negra abotonada en un pantalón azul marino. Alineó sus cuadernos y lápices y se puso una máscara facial.
La pandemia realmente ha alterado la rutina de Oscar, "porque ahora no estoy recibiendo clases normales", relató. "El maestro Lalito solo viene un rato para enseñarme, pero aprendo mucho".
Por la tarde, se apura para volver a su hogar antes del toque de queda. Él y su esposa Yessika y su hijo Dylan de 3 años tienen una pequeña parcela de tierra que alquilaron para cultivar maíz como otra fuente de ingresos. También plantaron un huerto al lado de su casa.
"Un día, la madre de un estudiante me dijo que no tenían comida", contó Ixcoy. "Cuando terminó la clase y comencé a andar en mi triciclo, ella me llamó con una mirada de agradecimiento: «Maestro, me dieron algo de comida, quiero compartir la mitad con usted», me dijo.
"Llegué a casa llorando", recordó.
Las familias que visita para dar sus clases en su mayoría luchan a diario para no pasar hambre.
En la escuela móvil Gerardo lleva varios elementos que le sirven para dar clases, tiene un plástico protector y usa un trapeador para marcar la distancia social correspondiente.
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