El virus se ensaña con Manaos: "Es como una película de terror"
RÍO DE JANEIRO.- Jaina Ribeiro dos Santos, de 28 años, no aguantó seguir en pie. El peso de la angustia le dobló las rodillas y cayó al suelo arrodillada mientras suplicaba por una cama para su padre, enfermo de coronavirus."Por el amor de Dios, ayúdenme, lo imploro", dijo la joven, técnica de enfermería, en un video que se viralizó.
Con lesiones severas en los pulmones, Dos Santos aguardaba desde hacía dos días el traslado de su padre a una unidad de terapia intensiva en Manaos, capital de Amazonas. Casi una quimera en un estado con el sistema de salud colapsado.
"Me sentí impotente. Trabajo en salud, doy mi sangre y mi sudor para salvar personas todos los días y cuando lo necesité no había nadie para él", lamentó Dos Santos, en una entrevista con LA NACION. Su padre acababa de conseguir la tan preciada cama hospitalaria.
Tres días más tarde, falleció y se convirtió en uno de los 6329 brasileños muertos por el virus.
La historia de Dos Santos resume el drama que por estas horas vive Brasil y, en especial, el estado de Amazonas, epicentro del coronavirus en el norte del país. Amazonas reúne más de 5700 contagios, con la mayor tasa de incidencia del virus entre los 27 estados. La ciudad capital ha sido llamada por parte de la prensa local como la "Guayaquil" brasileña.
En Amazonas se conjuga desde hace días un colapso doble: sanitario y funerario. Fue el primer estado del país en recurrir al entierros en fosas comunes, y es el destino al que otros estados brasileños, con el desarrollo de la enfermedad más limitado, no quieren llegar.
"Estamos viendo escenas de una película de terror", reconoció ayer el alcalde de Manaos, Arthur Virgílio, en una entrevista con el diario O Globo. Manaos concentra el 75% de los más de 5700 contagios en el estado. Con 476 fallecidos desde la llegada de la pandemia -ayer sumó 51- y una población de casi tres millones y medio de habitantes, Amazonas es por lejos el estado con mayor tasa de mortalidad: 115 personas por millón de habitantes, más de dos veces la de San Pablo o Río de Janeiro.
El alcalde de Manaos dijo que pedirá al gobernador de Amazonas que decrete un lockdown para intentar contener la curva de contagios.
Al igual que en el resto del territorio brasileño, existen indicios de que los muertos y los enfermos de coronavirus son más de los notificados oficialmente. En Manaos, el promedio de entierros pasó de 30 sepultamientos diarios antes de la pandemia a más de 100 en la última semana, según datos de la Asociación Brasileña de Sector Funerario (Abredif).
Con hospitales llenos, algunos de ellos con camiones frigoríficos estacionados en la puerta, y pacientes en filas de espera para atenderse que acaban muriendo en sus casas todavía no se ve la luz al final del túnel. Virgilio, alcalde de Manaos, dijo ayer que el pico de la enfermedad se espera para la segunda quincena de mayo.
El primer caso de coronavirus en Manaos fue registrado el 11 de marzo, importado por una mujer que había viajado a Londres, Inglaterra. A partir de allí, comenzó a gestarse una situación explosiva. La población local no ha respetado las recomendaciones de medidas de aislamiento social y la crisis llegó a un estado con un sistema de salud local prácticamente colapsado desde antes de la crisis, según explicó a LA NACION Mario Viana, presidente del Sindicato de Médicos de Amazonas. Viana dijo que los profesionales de salud no cuentan con protección adecuada para trabajar y existen atrasos en el pago de salarios, que impulsó en el último tiempo a que muchos profesionales migrasen a otros estados.
"Desde el año pasado ya había un caos en la salud. Esto no podía resultar en otra cosa que lo que vemos ahora", dijo Viana. 500 profesionales de salud se contaminaron en la crisis y 10 murieron, según un levantamiento del sindicato.
Naiane Moura, de 30 años, consultora de ventas, perdió a su padre, Elivaldo, por Covid-19. El hombre, un cartero de 58 años que no tenía ninguna enfermedad previa, luchó contra la enfermedad siete días en la cama de un hospital. En el dolor, Moura se siente privilegiada. En una funeraria consiguió una excepción a la regla: por una hora, ella y otros familiares dispidieron el cuerpo de Elivaldo, que permanecía en un cajón cerrado, con un pequeño visor abierto. "Los pacientes están muriendo en el hospital, los ponen en una bolsa plástica y van directo al cementerio", relató.
La joven dijo que durante la semana que su padre estuvo internado en terapia intensiva no vio ningún alta de enfermos por coronavirus. Pese al avance del virus, todavía mucha gente sale a la calle y hay filas en algunos comercios del centro de la ciudad, dijo Moura. "Muchos creen que estamos en vacaciones colectivas. Posiblemente tendremos tiempos peores".
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