Cuando en marzo pasado, la pandemia irrumpió con su mayor fuerza y el coronavirus tomó de rehén a todos los países, sus ciudadanos y sus economías, los gobiernos solo tenían un objetivo en mente: contención y mitigación del brote. Las cuarentenas fueron la estrategia más rápida y eficaz, pero aun así no lograron evitar los escenarios de muerte y contagio que tuvieron su pico en las primeras semanas de abril, pero que todavía se viven en Europa y América. En ese momento de oscuridad, pocos pensaban que las estrategias sanitarias podrían suprimir el brote o que la ciencia podría dar alivio rápidamente a lo que es la peor crisis sanitaria, política y económica desde la Segunda Guerra Mundial. Pero, poco a poco, esas dos tendencias empiezan a prometer alivio.
El contagio "cero" se abre paso
Golpeado primero, Oriente va ahora a la delantera de un Occidente todavía hundido en escenas de dolor, muerte y contagio. Los países más afectados de Europa y América no actuaron ni con la misma anticipación ni tenían un pasado reciente marcado por el SARS, el MERS o la gripe aviar como sí compartían varias regiones asiáticas.
La rápida reacción y la experiencia anterior fueron críticas para el éxito de Hong Kong y Corea del Sur, que esta semana tuvieron sus primeros días de "contagio cero".
Hong Kong tuvo un día con dos hitos. Por un lado, la región semiautónoma cumplió cinco días seguidos sin contagios, un récord que hoy hace que Hong Kong encabece la lucha contra la pandemia y dé esperanza al resto del planeta. Por el otro, con la flexibilización del aislamiento y del distanciamiento, el movimiento pro democracia, que reclama mayor independencia del gobierno de Pekín desde hace un año, volvió a manifestarse después de cuatro meses de silencio y confinamiento.
La flexibilización de los controles no es, de todas maneras, más que parcial y gradual. La mayoría de sus 1050 casos de Hong Kong fueron importados por lo que la región semiautónoma mantiene sus estrictísimas restricciones a quienes llegan, que comprenden aislamiento obligatorio y una pulsera de rastreo.
El contagio cero no es propio solo de regiones pequeñas, con poblaciones más fáciles de controlar y monitorear, como Hong Kong, de casi 8 millones de habitantes.
Con su fórmula de múltiples testeos, rápida prevención, férreos controles y fuerte respeto por el aislamiento, Corea del Sur, de casi 60 millones de habitantes, fue uno de los países en contener el crecimiento exponencial de la pandemia. Pero el gobierno esperaba un rebrote después de las elecciones legislativas del miércoles 15 de abril, en las que 30 millones de personas salieron a votar. Llegó todo lo contrario: cero caso ayer, 15 días después de esos comicios y tiempo frecuentemente máximo de incubación del virus.
Esa tendencia no es exclusiva de naciones asiáticas que practican el distanciamiento social desde hace ya años, tienen un sistema de detección, monitoreo y control ya probado y cuentan con sociedades con un fuerte respeto social. En Oceanía, Australia y Nueva Zelanda coquetean también con la supresión directa de las infecciones.
Australia comenzó su curva de contagios casi al mismo tiempo que la Argentina; el 3 de marzo, el día que se confirmó el primer infectado en el país, en había ocho casos en territorio australiano. Su pico de infección de número de infecciones llegó rápido, el 28 de marzo, con 457 casos. De allí en más, la curva comenzó a caer hasta llegar a los 7 nuevos casos, para alcanzar un total de 6767 contagios (y 93 muertes). La receta australiana fue parecida a la de otros países, cierre de fronteras, cancelación de grandes encuentros, distanciamiento social y finalmente confinamiento con pocas excepciones. Solo que sobre sale porque fue una de los países que más rápido entró en acción con sus medidas, la última semana de enero, días después de que China bloqueara Wuhan.
Con un menú parecido, Nueva Zelanda recorrió una curva similar a la australiana: comenzó en marzo, tuvo su pico el 5 de abril con 89 infecciones y ayer solo registró dos nuevos contagios, una tendencia que llevó esta semana a la premier, Jacinda Arden, que su país está cerca de algo que hace un mes se insinuaba como un milagro: la supresión de la pandemia.
Todos esos países tienen algunas similitudes que los ayudaron a combatir con éxito al Covid-19: sistemas de salud muy sólidos y extendidos, un plan de testeos acelerado y amplio y todas las naciones son islas o tienen pocas o casi ninguna frontera terrestre.
La ciencia acorta sus tiempos en varios frentes
El coronavirus da forma a una pandemia muy determinada y enérgica por lo que los gobiernos de esos países tendrán dificultad en mantener de manera sistemática el contagio cero cada día; pero hacerlo aunque sea de forma intermitente ayuda a mantener la tasa de reproducción firme bien por debajo de 1.
En Australia, por ejemplo, mientras empieza a relajar gradualmente la cuarentena, el gobierno se alista para un rebrote, en especial por la cercanía del invierno. Sin embargo, el comité de sanitaristas que asesora al premier, Scott Morrison, cree que el país y sus habitantes estarán mejor preparado para la segunda llegada del virus que para la primera, cuando irrumpió en enero. De hecho, todo el mundo lo estará.
Con la gran pandemia del siglo XX, la de influenza española, el segundo brote mató a mas personas que el primero. Pero hoy la ciencia, la medicina, la tecnología, la comunicación y la concientización social no solo están más preparadas que en 1918 sino que están más avanzadas y organizadas que hace cinco meses. Es decir que el mundo enfrentará un rebrote con muchas más armas que las que tenía en enero cuando el coronavirus empezó su largo viaje.
Hoy, como sucede con la medicina y la ciencia en una guerra, la gran mayoría de los recursos, la investigación, el interés y la inversión están dedicados a un solo esfuerzo, y en este caso es frenar la pandemia de coronavirus. Alexander Fleming descubrió la penicilina en 1928 pero no fue hasta 1941, en plena Segunda Guerra, que una alianza entre la Universidad de Oxford y el gobierno norteamericano permitió el desarrollo, la producción y la distribución masiva que dio inicio a la era de los antibióticos. Hoy los gobiernos, las universidades, los laboratorios privados, las fundaciones globales, los organismos internacionales tienen un único cometido: derrotar al coronavirus.
Desde laboratorios y hospitales, a ciencia y la medicina trabajen, sin aliento, en esa dirección. Las señales son alentadoras pero la solución no será una ni será mágica; no habrá un "momento eureka" en el corto plazo. No habrá, por lo pronto, una terapia que cure la enfermedad inmediatamente o una vacuna que la prevenga así como así; los tiempos de la ciencia no son los de la ansiedad social.
Será, más bien, un menú completo, una artillería integral para frenar al coronavirus, que va desde los acelerados avances de algunos de los 78 proyectos de vacunas hasta el éxito parcial y preliminar de retrovirales y el creciente y veloz conocimiento del impacto del virus en el cuerpo y la salud que la medicina adquiere día a día en su lucha sin cuartel contra la pandemia.
Tal vez el más esperanzador de esos pequeños pasos llegó hoy cuando la Administración Alimentos y Drogas (FDA, por sus siglas en inglés) le dio su "aprobación rápida" a una droga cuyos resultados son aún preliminares y no están aún del todo verificados pero son prometedores, el remdesivir.
En un ensayo de más de 1000 personas, el Instituto Nacional de la Salud norteamericano comprobó que a los pacientes que recibieron el antiviral, que bloquea una enzima del virus, eran dados de alta a los 11 días de tratamiento mientras que los que tomaron placebos dejaban el hospital a los 15 días. Esos cuatro días no solo pueden ser críticos para recuperación integral de un contagiado sino también esenciales para alivianar la carga de hospitales y médicos.
La biotecnología también aporta lo suyo. Hace apenas tres meses, pocos países contaban con los tests o los reactivos necesarios para verificar la presencia del virus en una persona. Hoy en mayor o menor cantidad, esos tests ya llegaron a todos los países y se sumaron además pruebas para detectar inmunidad.
La medicina en sí no se queda atrás. Aún son muchísimas las preguntas que no puede responder -como por ejemplo si enfermarnos nos inmuniza y, de ser así, por cuánto tiempo- pero también muchas que sí pudo comprobar. Hoy ya se sabe cuáles patologías son las más peligrosas si se asocian con el Covid-19, cuáles y cómo son los tiempos de la enfermedad, cuáles son los síntomas más frecuentes pero también los más extraños, cuáles son las afecciones que pueden quedar una vez curado el paciente. Sabe también que el COvid-19 es un virus ARN y que como tal muta y que esa mutación tiene más probabilidades de ser benigna que maligna.
Todo este arsenal de avances les permitirá a los sistemas de salud de todos los países enfrentar una segunda oleada infecciosa algo más alivianados, organizados y abastecidos de lo que estuvieron en esta primera etapa de pandemia. Y les ayudará a esos sistemas pero también a las sociedades y a sus economías a esperar con más margen la vacuna, su producción y su distribución masiva en todos los rincones del planeta.
Por ahora, en la carrera por la vacuna que inocule el virus, el instituto Jenner, de la Universidad de Oxford, parece haber sacado ventaja. Su vacuna, que comenzó como un experimento contra otro coronavirus, fue ya exitoso en seis monos y este mes comienzan los estudios en unos 6000 pacientes. Sus creadores tienen esperanza de que en junio ya se sepa si la vacuna es eficaz y segura.
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