Coronavirus. "Dios pone piedras en el camino, pero también personas que te ayudan": repatriaron a la argentina que quedó viuda y varada en Italia
"Sólo decirle gracias a Dios... Cuánta cosa linda me llevo de este lugar, a pesar de todo". Así habla Isabel Ribotta, una argentina varada desde hace más de un mes en Italia, que después de un calvario –que incluyó la muerte de su marido-, logró finalmente abordar esta mañana un vuelo de Alitalia que la repatrió junto a otros 139 compatriotas. El vuelo, que despegó del aeropuerto internacional de Fiumicino pocos minutos después de las 8 locales, llegó al aeropuerto de Ezeiza alrededor de las 18 (hora argentina).
"Gracias", fue lo primero que dijo al llegar al país, visiblemente cansada por el viaje, pero también por el peregrinaje que debió pasar en Italia. Ahora, un auto la llevará durante unas ocho horas hacia Río Cuarto, Córdoba, donde vive. "Estoy muy emocionada y agradecida de estar de vuelta. Inmensamente agradecida con Carolina Gunski, funcionaria de la embajada argentina en Italia. Además en el vuelo me mimaron mucho, todos muy cariñosos y atentos", dijo y se emocionó. Sus ojos celestes se llenaron de lágrimas, producto del cansancio, el recuerdo de la epopeya y la satisfacción de estar de vuelta en casa. "Aún me faltan unas horitas hasta finalizar el viaje, y esperemos, si Dios quiere, en unas horas poder estar junto a mis hijos, que me están esperando en casa", resumió mientras avanzaba, casi sin fuerzas, por entre los pasajeros y familiares.
Isabel, de 78 años bien llevados, de Río Cuarto, Córdoba, no tenía lágrimas en el aeropuerto de Fiumicino. Sus ojos celestes, que sobresalían del barbijo hablaban de un corazón roto, pero fuerte. Tal como contó a LA NACION, la mujer había comenzado unas vacaciones soñadas junto a su marido, Arturo Padula, en el crucero costa Pacífica, que zarpó del puerto de Buenos Aires el 3 de marzo pasado. El estallido de la pandemia por el nuevo coronavirus alteró dramáticamente el curso de las cosas. Nunca llegó a desembarcar en Marsella, desde donde tenían pensado hacer un recorrido por la Provenza.
Arturo, contador que ya tenía algunos problemas de salud, cayó enfermo con bronquitis. Aunque nunca tuvo coronavirus, sus condiciones se agravaron a tal punto que no pudieron regresar en tres vuelos charter que Costa organizó desde Génova para unos 900 pasajeros. Desembarcaron el 23 de marzo en la ciudad portuaria de Civitavecchia, 70 kilómetros al noroeste de Roma, donde Arturo quedó enseguida internado en un hospital. Isabel, docente jubilada, nunca pudo despedirse de su compañero de toda la vida, que murió, solo, el 26 de marzo en el hospital Gemelli de esta capital, donde había sido trasladado al agravarse sus condiciones.
Mientras hacía cola para hacer el check-in en el aeropuerto italiano, Isabel recibió esta mañana de manos de Carolina Gunski, funcionaria de la embajada argentina en Italia que la ayudó como nadie en uno de los peores momentos de su vida, un sobre de plástico con las pertenencias dejadas por Arturo en el hospital Gemelli: la alianza y una tablet. Isabel guardó el sobre en su bolso sin abrirlo.
Sus ángeles
En el mes y medio que vivió en un apart hotel de Civitavecchia, Isabel supo construirse su lugar en el mundo. "Al principio ni sabía dónde estaba pero la gente del apart hotel, que resultó fantástica, me cuidó muchísimo y me contuvo", contó. Con la salida a la luz de su caso, fue recibiendo una catarata de solidaridad impensable, que le dio fuerza. "Me tengo que pellizcar, todavía no puedo creer que me hayan pasado tantas cosas, tan lindas, llamados de personas que se conmovieron con mi historia, de exalumnos del secundario, de desconocidos que me querían mandar dinero, ropa, comida", relató.
A Isabel le costó despedirse de su "hada madrina", Fernanda Amigorena, cordobesa que vive en Civitavecchia desde hace 32 años, que al enterarse de su historia a través de su familia, la buscó y nunca más la abandonó. "Como mis valijas se fueron en los vuelos chárters, ella me prestó ropa, perfumes, cremas y hasta este bolso que llevo de mano", señaló. "Fernanda se escapaba de la cuarentena para venir a cenar conmigo en mi apart hotel, por supuesto a la distancia... Una vez la paró la policía y casi le hacen una multa", contó, riendo.
También quedará para siempre en su corazón su "ángel de luz", Rino, el camillero del hospital de Civitavecchia que, en la terrible noche del 23 de marzo, la última que vio a Arturo, le dio una frazada cuando la vio sola, muerta de frío y desamparada afuera del sanatorio. "Rino, que no habla español, desde entonces siempre estuvo presente y ayer vino a saludarme junto a su señora... Fue tal la emoción que, aunque con barbijo, terminamos abrazadas", contó.
Dios pone piedras en el camino, pero también personas que te ayudan a superarlas
Otro "ángel de luz" fue el padre de Elena, una chica italiana que también la adoptó en este período, que la ayudó en el último percance de su odisea. "Cuando el lunes me trajeron finalmente la urna con las cenizas de mi marido, que fue cremado, me puse a mirar el certificado de defunción, que tenía el sello del hospital, pero ninguna firma. ¡El certificado estaba mal hecho! Entonces el padre de Elena, que trabaja en el hospital Gemelli, tomó cartas en el asunto y al final se tuvo que ir hasta Roma para que lo arreglaran... Dios pone piedras en el camino, pero también personas que te ayudan a superarlas", destacó.
El vuelo
En Fiumicino, Isabel lucía cansada. Un auto la pasó a buscar a medianoche para llevarla desde Civitavecchia al aeropuerto. Allí, a partir de las dos de la mañana todos los pasajeros tuvieron que llenar diversos formularios y hacer fila para realizar chequeos médicos, después de los cuales funcionarios del consulado y de la embajada les regalaron un alfajor. Isabel esperaba dormir en las 14 horas de vuelo hasta Buenos Aires, en un avión que viajó con la mitad de su capacidad debido a las nuevas medidas de seguridad sanitaria por el coronavirus y que, al regreso, repatriará a italianos varados en la Argentina.
"¡Mantegan la distancia de al menos un metro por favor!", gritó el personal del aeropuerto de Fiumicino –que parece de ciencia ficción, vacío–, al primer grupo de argentinos varadosque iba a ser repatriado, que fue atendido personalmente y despedido por diversos funcionarios diplomáticos, entre los cuales estaban la cónsul general Lucía Dougherty y el embajador, Tomás Ferrari. Entre los varados había pasajeros del Costa Pacifica y del Costa Luminosa que vivieron momentos terribles y varios otros que quedaron bloqueados, como Desiree De Ridder, escultora que quedó aislada en un castillo de la Toscana. Se calcula que aún quedan en Italia unos 600 argentinos más que esperan ser repatriados.
"Le escribí una carta a todos los que en este período me ayudaron y comenzaron a formar parte de mis afectos, para decirles gracias. Aunque la verdad es que lamentablemente no pude con todos porque fueron tantos", dijo Isabel antes de despedirse para ir a hacer controles y migraciones. También confesó que, aunque no pudo conocerla porque nunca pudo salir de su apart hotel, quedó enamorada de Civitavecchia, "una ciudad que me dio tanto en un momento tan duro".
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