Coronavirus. El rol del cerebro: cómo nos adormece frente a los riesgos latentes de contagio
WASHINGTON.- Hace un par de meses, salir a la calle era como entrar en una zona de combate. El número de casos de coronavirus iba en aumento en todo Estados Unidos y hasta dudábamos de ir al almacén. Nos calzábamos el barbijo y tratábamos de no respirar, mientras pasábamos por las góndolas lo más rápido posible, y al salir nos rociábamos de arriba abajo con alcohol.
Pero la pandemia se alargó y fuimos bajando el nivel de alerta. La ida al súper volvió a ser cosa de rutina, y no motivo de pánico. Y empiezo a sospechar que me volví demasiado confiada sobre la amenaza que implica el Covid-19, la enfermedad causada por el nuevo coronavirus. Y no soy la única. Somos miles los que tenemos menos miedo que a principios de la pandemia, por más que en muchos lugares del país la cifra de casos siga escalando y por lo tanto el riesgo de contagio sea cada vez mayor. Plazas, playas y paseos llenos de gente, muchos sin barbijo. Restaurantes abarrotados, después de meses de abstinencia. Y algunos hasta hacen fiestas enormes sin cuidados, incluso en lugares donde el virus arrasa, como Miami , Houston o el norte de Georgia.
Según psicólogos y analistas de riesgo, el precio que paga la salud pública por ese efecto de "acostumbramiento mental" justifica la implementación de políticas públicas que funcionen como salvaguardas contra nuestra creciente indiferencia ante el riesgo que implica el virus. Pero también hay cosas que podemos hacer a título personal para no bajar demasiado la guardia.
La sociología sabe desde hace mucho tiempo que nuestra percepción de los peligros agudos, como un inminente tsunami, es distinta que la de las amenazas crónicas, que siempre están presentes, como un accidente de tránsito. Parte de lo que está ocurriendo se debe a que el Covid-19, inicialmente percibido como un aterrador peligro "agudo", está tomando en nuestra mente la forma de una amenaza crónica. Y ese cambio adormece nuestra sensación de peligro, dice Dale Griffin, experto en percepción de riesgos.
"Antes, la gente estaba pegada a las noticias para enterarse las novedades sobre el virus", dice Griffin, profesor de marketing y ciencias del comportamiento en la Universidad de Columbia Británica, Canadá. Ahora, cuando la gente piensa en el Covid-19, "tiene una respuesta emocional más baja, menos notable".
Ese acostumbramiento surge de un principio muy conocido de la psicología: cuánto más tiempo estamos expuestos a determinada amenaza, menos intimidante nos parece. Los psicólogos apelan a ese principio para el tratamiento de personas con fobias graves, un abordaje terapéutico conocido como terapia de exposición. Si un paciente les tiene un miedo paralizante a las arañas, el terapeuta puede alentarlo, por ejemplo, a permanecer en un mismo cuarto con una araña, y eventualmente incluso a tocarla.
Uno de los efectos de la prolongación de la pandemia es que la gente, sin saberlo, está implementando una especie de terapia de exposición por cuenta propia, dice Paul Slovic, psicólogo de la Universidad de Oregon y autor de "La percepción del riesgo", pero los resultados pueden ser letales.
Al principio, la amenaza nos mantenía atrincherados en nuestras casas, pidiendo todo por teléfono. Un tiempo después, nos animamos hasta el autoservicio más cercano. Envalentonados, fuimos más allá, y al poco tiempo ya estábamos haciendo fila para comprar cosas no esenciales, reservando turno en la peluquería y viéndonos con amigos a unos metros de distancia.
"Uno suma una experiencia, y esa experiencia resulta ser inocua, entonces nos parece que está todo bien y empezamos a confiarnos. La situación nos parece familiar, reconocible, y por lo tanto menos amenazante, y entonces repetimos", dice Slovic. "Si no pasa algo malo de inmediato, la preocupación se desprograma de nuestro sistema." Y según Ann Bostrom, profesora de política ambiental de la Universidad de Washington, investigadora de la percepción del riesgo, en los humanos hay una tendencia a desensibilizarse paulatinamente al creciente número de enfermos y fallecidos.
El resultado de ese proceso de desensibilización es un exceso de confianza totalmente despegada de la evidencia: los movimientos contra el uso de barbijo, las reuniones en la playa, las fiestas llenas de gente.
Para colmo, dice Slovic, nuestra forma de evaluar costos y beneficios durante la pandemia nos desalienta de tomar medidas que mantengan el virus bajo control. Una de las mejores formas de reforzar un determinado comportamiento es asegurarse de que el comportamiento sea recompensado, y que las desviaciones sean castigadas (o ignoradas). Pero cuando se trata de comportamientos que salvan vidas, como el uso de barbijo o evitar las reuniones, este cálculo de recompensa-castigo queda trastocado.
En el caso de una invitación a una fiesta, cuando hacemos lo correcto y nos quedamos en casa, "sentimos un costo inmediato: no podemos estar con nuestros amigos", dice Slovic, y agrega que si bien esa decisión tiene un lado positivo -ayuda a frenar la propagación del virus-, ese beneficio parece algo remoto. "El beneficio es invisible, mientras que el precio a pagar es muy tangible".
Por el contrario, dice Slovic, cuando incumplimos las pautas sobre el uso de barbijo o de evitar las reuniones, obtenemos una recompensa inmediata: la alegría de no tener que respirar a través de la tela, o la felicidad de celebrar cara a cara el cumpleaños de un amigo.
Nuestra tendencia a ver el riesgo a través del prisma de la emoción también nos perjudica durante una pandemia. Para evaluar si debemos correr un riesgo en particular, generalmente nos fijamos en cómo nos sentimos al respecto: la mayoría de nosotros no se sentiría seguro dando vueltas carnero al borde de un precipicio, y por eso nos quedamos a prudencial distancia del borde.
Por otro lado, hay muchos de nosotros que ya se sienten seguros reuniéndose en bares o volando en un avión lleno, aunque esa seguridad tiene poca relación con los hechos y las evidencias sobre los mecanismos de transmisión viral. De todos modos, dice Bostrom, la evaluación de riesgos basada en las emociones es muy dinámica: si los casos aumentan o los hospitales se llenan de gente en una ciudad determinada, el temor se reaviva y la gente vuelve a evitar el riesgo.
Como a medida que aprendemos a vivir con el Covid-19 nuestra evaluación del riesgo empieza fallar, Griffin y otros investigadores piden que se renueven las estrictas órdenes de los gobiernos para frenar la propagación del virus. Consideran que medidas como el distanciamiento social estricto, el uso obligatorio de barbijo fuera del hogar y la orden de quedarse en casa son quizás lo único que puede protegernos de nuestro propio juicio erróneo.
Pero Griffin advierte que esas medidas por sí solas no alcanzan. También es importante que las autoridades instalen recordatorios directos de esas obligaciones, especialmente señales visuales, para que la gente no saque sus propias conclusiones erróneas sobre lo que es seguro y lo que no.
"En algunos parques dibujaron círculos en el césped, para mantener distanciada a la gente", dijo Griffin. "Ese tipo de metáforas visuales son necesarias en todas partes".
Más allá de lo que decidan los gobiernos sobre la reimposición de medidas estrictas, hay cosas que cada uno de nosotros puede aprender a hacer para evitar dejarse llevar por sus propios juicios apresurados sobre los riesgos de contagio, dice Slovic. "Y lo primero de todo es ser conscientes de que nuestro juicio puede fallarnos."
Por eso Slovic aconseja dejar de lado las reacciones instintivas y emocionales y apelar al "pensamiento lento", como lo denominó el psicólogo Daniel Kahneman, ganador del Premio Nobel de Economía 2002 por su integración de las ciencias psicológicas y económicas. Eso implica tomar decisiones basadas en un análisis cuidadoso de la evidencia. "Hay que decidir" dice Slovic. "O cada uno se toma el trabajo de hacer un cuidadoso análisis de la situación en base a la evidencia, o confiamos en los expertos, que aplican el pensamiento lento para comprender la situación."
The Washington Post
(Traducción de Jaime Arrambide)
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