Coronavirus: cerraron 3000 negocios en Roma y en octubre podrían hacerlo 26.000
ROMA.- Es verdad, comienzan a verse algunos turistas en Roma, con mapa en mano y gorro para protegerse del sol impiadoso de agosto, con el termómetro que roza los cuarenta grados. Pero el desastre que vive la ciudad eterna se hace cada vez más palpable. Saltan a la vista locales con las persianas bajas y el cartel "se vende" o "se alquila", aunque ahora el dato de la Confesercenti romana (asociación que reúne a comerciantes de esta capital), que hizo un balance de la situación desde el fin del lockdown, da la idea de la dimensión: cerraron 3000 negocios, excluídos bares y restaurantes.
Se trata de casi el 4% de las 80.000 actividades comerciales que venden ropa, calzado y artículos para el hogar. "Algo que significa miles y miles de familias que ya no tienen ingresos, lamentó Valter Giammaria, presidente de la asociación. "Y si esto sigue así, el riesgo es que en octubre pueda haber una hecatombe: preveemos 26.000 negocios cerrados, uno de cada tres. Para la economía de Roma, un desastre", graficó, en declaraciones al diario La Repubblica.
La crisis del turismo, que cayó en picada debido a la pandemia y que en Italia representa cerca del 13% del PBI y el teletrabajo, son considerados los grandes culpables. Un reciente estudio estimó que Italia perderá este año un total de 34 millones de turistas debido a las restricciones reinantes en todo el mundo para frenar la difusión de la pandemia.
Una caída de visitantes que dañará especialmente a las denominadas "cittá d’arte" –las ciudades de arte, las más turísticas-, con Venecia en la cima del ránking de las más afectadas –con 13 millones de turistas menos-, seguida por Roma –casi 10 millones de visitantes menos- y Florencia -5 millones de presencias menos. Se trata de una debacle que significará pérdidas por alrededor de 7000 millones de euros, según las predicciones que hizo Confesercenti, que son preliminares y que podrían incluso ser peor.
Más allá de estos números catastróficos en Roma, que lució desierta en junio –cuando Italia fue el primer país en volver a abrir las fronteras a sus pares de la Unión Europea-, comienzan a verse atisbos de luz al final del túnel. Empiezan a notarse pequeños grupos de turistas, familias, parejas, que han regresado y que quieren aprovechar del hecho de que no hay nadie en museos y monumentos normalmente atestados y puede contemplarse mucho mejor la belleza de la ciudad eterna. "Estamos parando en una casa de campo en la Toscana, pero vinimos por el día a Roma, reservando con anticipación tickets para los Museos Vaticanos y para el Coliseo y es maravilloso, nunca vimos la ciudad así, sin caos y a medida de hombre", contó a LA NACIÓN Eva, profesora de música alemana, oriunda de Colonia, mientras caminaba por los Foros Imperiales junto a su marido y su hijo.
También se ven muchos italianos que se vieron obligados a quedarse en casa y salieron a redescubrir la belleza de su país: los tiempos de coronavirus hacen imposible pensar en vacaciones en el exterior, en localidades lejanas y exóticas. También se ven franceses, holandeses, daneses, belgas. "La mayoría viene en auto, le tiene miedo al avión o al tren por el contagio, así que para nosotros las cosas no cambiaron mucho: el trabajo disminuyó en un 75% y esperamos que repunte el año que viene, si es que vuelve la normalidad", dice a La Nación un taxista de una parada cercana a Piazza Navona, donde varios autos en fila esperan a algún cliente.
Teletrabajo en el banquillo
El problema no es sólo la ausencia de turistas chinos, estadounidenses y rusos, que suelen ser los que más viajan a la península y los que más gastan. "No hay nada que hacerle con la falta de extranjeros, sólo cuando tendremos una vacuna podremos volverlos a ver en masa", explica Giammaria. "Pero quien le da estocada final al comercio es el smart-working (teletrabajo): si pensamos que hay 400.000 empleados que trabajan desde casa, es muy fácil hacer cálculos y en las cajas de los dueños de negocios faltan ingresos del orden de 130 millones de euros al mes", dice. "La gente está todo el día frente a una pantalla de computadora y ya no tiene ni tiempo ni ganas ni motivo para salir a comprar un par de zapatos nuevos, un vestido de moda o ir a la peluquería", destaca.
"Yo no me puedo quejar, tengo trabajo y al momento me cierran los números", dice a LA NACION Marco Langella, dueño de una peluquería del centro histórico, que admitió que también él resiente del teletrabajo y no ocultó su preocupación por lo que vendrá. "Bares y restaurantes que frecuento, que solían vivir de la gente que trabajaba en esta zona, que iba a almorzar o a tomar un café por la mañana antes de empezar, si sigue esta modalidad del smart working mucho tiempo más, en breve van a tener que cerrar".
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