Coronavirus: las calles de Francia se convirtieron en una fiesta y pusieron en guardia al gobierno
PARÍS.- La necesidad de olvidar los momentos difíciles parece haber sido más fuerte que todo. Olvidados el distanciamiento social y los gestos-barrera. Adiós a los tapabocas y a la precaución. Anoche, decenas de miles de jóvenes franceses aprovecharon la Fiesta de la Primavera para reunirse, beber y bailar en todas las calles del país, haciendo oídos sordos a las consignas oficiales y despertando una profunda inquietud en las autoridades sanitarias.
Así sucedió, por ejemplo, en los muelles del Canal Saint-Martin, en París, donde — hombro con hombro — una multitud desafió anoche una fina lluvia intermitente, mientras los DJ hacían resonar acordes de house para beneplácito de todos.
Escenas similares se produjeron en otros barrios populares de la capital francesa.
"Esto no es para nada lo que el desconfinamiento ‘progresivo’ implicaba. Comprendo que la Fiesta de la Primavera — llamada en Francia Fiesta de la Música — sea liberatoria. Pero, ¿no podríamos haberla evitado este año?", se preocupó el profesor Gilbert Deray, médico en jefe del hospital Pitié-Salpetrière en Twitter. Muchos de sus colegas se sumarían a su inquietud durante la velada, a medida que los televisores difundían imágenes de muchedumbres.
Ce n’est pas du tout ce que le deconfinement dit progressif impliquait. Je comprends que la fête de la musique soit libératoire mais ne pouvait-on l’éviter cette année ? Une reprise de l’épidémie serait catastrophique également sur le plan psychologique. https://t.co/WCipXX8jGz&— deray gilbert (@GilbertDeray) June 21, 2020
En la Plaza de los Inválidos, frente a la Asamblea Nacional, donde miles de personas también se reunieron para festejar, las tensiones aparecieron rápidamente entre grupos de jóvenes y fuerzas del orden, que recurrieron a los gases lacrimógenos para dispersarlos, después de ser blanco de piedras y otros proyectiles.
En total, siete personas fueron detenidas en la capital, sumergida desde hace días en un eléctrico ambiente por las multitudinarias manifestaciones antirracistas y contra la violencia policial.
Después de meses de encierro, los llamados a la prudencia de las autoridades parecen no haber producido ningún efecto.
"Llamo a todos aquellos que se preparan para salir a ser prudentes. Se puede celebrar la música conservando las distancias y siendo prudentes", había declarado la víspera el ministro de la Cultura, Franck Riester.
En teoría, las reuniones de más de diez personas siguen estando prohibidas en la vía pública. No obstante, pueden ser objeto de derogación con autorización prefectoral. Para los bares, cafés y restaurantes, la organización de conciertos recae en la responsabilidad del propietario.
En Estrasburgo los habitantes fueron más mesurados. En esa región del este del país, que padeció con más violencia la pandemia, la gente se reunió en los puentes y los muelles del río Rin, por donde pasaba un crucero transformado en escenario musical. DJ y grupos musicales actuaron hasta bien entrada la noche, pero en absoluta calma.
Del otro lado del país, en Nantes, sobre la costa atlántica, la Fiesta de la Música marcó el primer aniversario de un funesto suceso: la muerte de Steve Maia Caniço, un joven que desapareció el año pasado en las aguas del río Loira durante una intervención policial para dispersar unos festejos demasiado estrepitosos.
Una marcha, que reunió varios miles de personas (2600 según las fuerzas del orden) llegó hasta el sitio exacto en que se ahogó el joven animador social de 24 años. Hubo tensiones, algunos enfrentamientos y gases lacrimógenos.
Lyon, Burdeos, Montpellier, Niza… Todos los jóvenes — y los no tanto — del país se sumaron anoche a la fiesta con la convicción de que no habrá vuelta hacia atrás: "Ya está. Ya terminó. Es necesario volver a vivir", repetían una y otra vez, sin que las sucesivas rondas policiales recordando las consignas lograran disuadirlos.
"Está en la naturaleza humana: la vida es siempre más fuerte que el miedo a la muerte. Y está muy bien que así sea", confesaba resignado ante las cámaras de televisión Charles Boursier, un médico generalista del norte de París.
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