Coronavirus: Alemania, de dar el ejemplo a empantanarse en la segunda ola
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ROSTOCK, Alemania.- Todavía no era mediodía, pero el teléfono de Steffen Bockhahn no paraba de sonar: eran personas que querían saber si calificaban para recibir la vacuna, y si no ahora, entonces cuándo.
Pocos días antes, Alemania había modificado los lineamientos que definían quiénes calificaban para ser vacunados, y Bockhahn, ministro de salud de Rostock, ciudad portuaria del norte alemán, empezó a recibir una interminable catarata de consultas y dudas de parte de los vecinos.
“No, lo siento, pero todavía no podemos vacunar a nadie de la Categoría 2, solo al personal de enfermería y los cuidadores, que son nuestro grupo prioritario”, le responde en ministro a uno de los que llama. “Tendrá que esperar.”
A más de dos meses de ingresar en su segunda cuarentena estricta a nivel nacional, los alemanes ya están hartos de esperar, ya sea la vacuna, la compensación del gobierno, o el regreso a la normalidad. Para los alemanes, es lo que se dice un bajón.
Al principio de la pandemia, Alemania se mostraba como líder global en el manejo de una crisis sanitaria de esas que se dan cada cien años. La canciller Angela Merkel construyó consenso en torno a la cuarentena y el confinamiento. Las herramientas de testeo y rastreo de casos aplicadas por el gobierno alemán eran la envidia de sus vecinos europeos y la tasa de contagios y muertes en Alemania era de las más bajas de la Unión Europea. Además, la población alemana confía mayormente en sus autoridades y acató las restricciones sin quejarse demasiado.
Pero eso era antes, ya no. Ahora Alemania está empantanada en la segunda ola del virus, como todos los demás. La nueva tanda de restricciones, más estrictas aún, se alarga indefinidamente, en medio de reclamos cada vez más sonoros y alguna que otra protesta antes de que el país volviera a cerrarse. Y sin embargo, el índice de contagios sigue por las nubes: más de 10.000 casos nuevos por día.
Como en todas partes, el miedo a las nuevas variantes detectadas primero en Inglaterra y Sudáfrica están obligando a descartar los planes mejor pensados. El programa de vacunación de Alemania, dejado a la suerte de la Unión Europea (UE), no termina de arrancar: apenas el 3,5% de los alemanes han recibido sus primeras dosis, y apenas alrededor del 2% recibieron la inmunización completa.
Y en un país acostumbrado a ser el N°1 de Europa —en poderío económico, con inmejorable reputación de eficiencia y organización—, semejante vuelta campana no cae nada bien.
“El país se durmió en los laureles de su éxito inicial”, dijo el diario izquierdista Süddeutsche Zeitung en su editorial de hace unos días. “Ahora el coronavirus ha dejado al descubierto las graves falencias que tiene Alemania: en su gobernanza, en su administración y en su clase política.”
Una encuesta del Centro de Investigaciones Pew reveló que si el porcentaje de alemanes que confía el modo en que su país está manejando la pandemia es más alto que el de los británicos o los norteamericanos, ese índice de aprobación cayó 11 puntos entre junio y diciembre de 2020.
Y los ánimos no hicieron más que empeorar cuando los alemanes vieron que otros países, especialmente Gran Bretaña, redobló su campaña con la vacuna de Pfizer-BioNTech —desarrollada con ayuda de los contribuyentes alemanes— mientras ellos tenían que esperar sentados el cargamento de dosis.
Gran parte de las demoras se deben a escasez de producción y a la decisión de Alemania de dejar que la EU negocie las vacunas en su nombre, como lo ha hecho para los 27 Estados miembros del bloque. Pero esa solidaridad en los hechos castiga a los países más grandes y ricos, como Alemania. Las autoridades de Bruselas, capital de la UE, han admitido errores en esa negociación conjunta, pero de poco ha servido para apaciguar a los alemanes que siguen a la espera de su dosis.
El gobierno de Merkel ayudó a BioNTech a reequipar una planta de producción que abrió este mes, con la esperanza de aliviar la carga de la planta de Pfizer en Bélgica, que tiene problemas para cumplir con los pedidos pendientes. Pero pasarán semanas, por no decir meses, hasta que el aumento de la producción llegue a los vacunatorios.
Y la vacuna es solo uno de los motivos de frustración de los alemanes. Los alcaldes están alertando que si no se permite la reapertura de los pequeños comercios, algunas ciudades del interior del país van camino a la desaparición. Algunas regiones reabrieron las escuelas, mientras que en otros siguen cerradas. Y los médicos ya advierten de los daños psicológicos a largo plazo que tendrá el confinamiento en los niños.
Los padres también están cansados de la falta de apoyo para el aprendizaje online. Las estrictas leyes de protección de datos de Alemania impiden el uso de plataformas de aprendizaje digital alojadas en Estados Unidos, pero las soluciones locales no siempre funcionan bien. En muchas escuelas públicas, la enseñanza actual se limita al envío por email de las lecciones, para que los alumnos trabajen por su cuenta.
Los propietarios de pequeños negocios y empresas nunca saben bien cuándo pueden trabajar y cuándo no, y en ese caso, si les corresponde o no la compensación del gobierno. A muchos les cuesta mantenerse a flote, y otros ya tiraron la toalla. El comercio y la pequeña empresa han sido mucho más golpeados que el sector industrial, y durante el año que pasó la economía alemana de Alemania se contrajo un 5%.
Merkel ha hecho todo lo posible por revertir el desánimo de la opinión pública. El mes pasado, la canciller, habitualmente muy reservada, apareció varias veces en programas de noticias, con dos entrevistas en horarios central y una videocharla con familias abrumadas por el peso de cuidar a los hijos en el hogar. En cada una de esas ocasiones, Merkel se mostró comprensiva y trató de tranquilizar, tanto a los padres exhaustos por tener a los chicos todo el día en casa, como a los peluqueros desesperados por volver a trabajar.
“Ojalá tuviera algo bueno que anunciar”, dijo Merkel, dirigiéndose a la nación.
Eso querrían también los alemanes. Mientras el país se prepara para las elecciones generales de septiembre —Merkel ya ha dicho que no se presentará— y para elecciones locales en varias regiones, el impulso de alinearse detrás de una canciller “pato-rengo” está flaqueando, y los políticos ya compiten para posicionarse en el tablero que deje Merkel tras más de 15 años en el poder.
“Desde que arrancó esta última cuarentena, reduje al máximo todos los gastos fijos”, dice Helmuth Fromberger, que maneja un pequeño estudio fotográfico en la ciudad bávara de Mühldorf. “Pero ya no tengo de dónde recortar.”
Normalmente, a esta altura del año Fromberger estaría muy ocupado sacando fotos en eventos sociales y preparándose para la temporada alta de bodas, durante la primavera y el verano en Alemania. Pero este año solo puede tiene permitido sacar fotos 4x4 para pasaportes, lo que le reporta apenas unos 70 dólares diarios. Pero como el rubro de su local tiene permiso para abrir, no califica para recibir la compensación que puso el Estado para ayudar a los negocios que no pueden funcionar.
“No quiero ninguna dádiva del gobierno”, dice Fromberger. “Pero si no me dejan trabajar, tienen que hacerse responsables de alguna manera.”
Los alemanes siguen esperando. Esperan que sus líderes encuentren soluciones, que el número de contagios baje y que les den la vacuna.
El doctor Reinhard Treptow, uno de los muchos médicos jubilados de Rostock que se ofrecieron para vacunar, dice que ha pasado más tiempo esperando que lleguen las dosis que inoculando a la gente.
“Podríamos ir mucho más rápido”, dice Treptow, y señala los puestos vacíos en el centro de vacunación donde presta su servicio. “Pero no tenemos suficientes vacunas.”
(Traducción de Jaime Arrambide)
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