Copenhague, la capital europea que deslumbra: meca culinaria, la más segura y el barrio más cool
La ciudad danesa lidera varios ránkings globales; los argentinos que viven allí destacan la calidad de vida y la seguridad, pero advierten que existen problemas con el choque cultural
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Los dos mejores restaurantes del mundo están en la ciudad más segura del mundo, que a su vez disfruta del barrio más cool del planeta –según tres rankings distintos publicados en los últimos meses–, y en donde la ONU eligió instalar, años atrás, su megaproyecto UN City, con oficinas para 11 agencias y más de 2000 empleados.
Todos los caminos conducen a Copenhague, la capital de Dinamarca.
“Aire”, “libertades”, “sentido de la comunidad”, “creatividad”, “accesibilidad”, “buena salud y educación” son algunas de las palabras que usan los argentinos que viven en la ciudad danesa de 600.000 habitantes, en un intento por describirla. La palabra que más se repite coincide con el ranking que publicó The Economist -evaluó a 60 centros urbanos según parámetros de seguridad digital, acceso a la salud, infraestructura y aspectos personales y ambientales- el mes pasado: “seguridad”.
“La seguridad es tan buena como lo destacó el estudio. Vivo en una planta baja que da a la calle y la puerta está siempre abierta, sin llave. Me muevo a la noche sola y sin miedo: el único miedo que existe es el que traigo de antes”, dice a LA NACION Cecilia Castillo, una arquitecta argentina de 28 años que vive en Copenhague desde febrero del año pasado.
Si bien sus ideales de mudanza se vieron algo afectados por el coronavirus –que se expandió al poco tiempo de su llegada a Europa–, Castillo dice estar contenta y llevar una vida “muy agradable”. Durante el primer año de pandemia, trabajó en el depósito de un supermercado. “Entraba a las 5 de la mañana y me iba sola, en bici, sin problema. No hay pungueros, robos ni violencia. No es usual”, insiste.
Ahora, se dedica a hacer deliveries en moto junto a su novio, para una aplicación móvil, y tiene un emprendimiento de empanadas vegetarianas. Trabaja unos cuatro días por semana y eso le permite vivir bien. “Alquilar y vivir es muy caro. Un combo básico de McDonald’s de acá es un buen plato en un restaurante de España. Pero todos los sueldos están acorde y trabajando los dos tranquilos nos podemos mantener. Vivimos en un dos ambientes muy amplio”, explica la joven nacida en Olivos.
Y si los números no cierran, hay algunos atajos que ayudan a instalarse y llevar mejor el día a día, según detalla la argentina. “Es fácil hacerla más barata. Hay aplicaciones que te venden el pan, frutas y verduras que se están por tirar. Te dan el bolsón por 30 coronas [cinco dólares]”, cuenta Castillo, y agrega: “Nosotros tenemos la casa entera amueblada con cosas que sacamos de la basura o que la gente nos regalaba. No compré ningún mueble, solo las cortinas”.
Ese sentimiento comunitario fue precisamente destacado por los editores de la revista Time Out, quienes consagraron al barrio Nørrebro, al noroeste del centro de Copenhague, como el más cool del mundo, y celebraron la interacción entre residentes y emprendedores, así como múltiples iniciativas comunitarias, tales como un plan de domingos libres de autos, exhibiciones de arte, mercados de pulgas, gastronomía local y eventos multiculturales.
“Es una suerte de Palermo. Tiene mucha movida e influencia de extranjeros. El típico barrio más canchero que el resto, pero que está en todas las ciudades del mundo”, dice Castillo.
Choque cultural
Sin embargo, aunque es destacada de modo favorable por el ranking de Time Out, la diversidad cultural de Nørrebro pone de manifiesto uno de los grandes problemas que enfrenta Dinamarca: la gestión de las políticas migratorias.
Bernardo Bengtsson, un argentino de 59 años que emigró a Copenhague hace 40 años, cuando transcurría la última dictadura militar, explica a LA NACION: “Hubo una primera ola inmigratoria entre los ‘70 y los ‘80 de kurdos y turcos, así como refugiados políticos argentinos y chilenos. Luego, una inmigración musulmana entre los ‘90 y los 2000, la cual no lograron manejar bien y generó un impacto cultural muy grande, con leyes cada vez más restrictivas para esa gente”.
“La sociedad danesa no es homogénea como antes. Eso ha disparado una cuestión fuerte de nacionalismo, un miedo a perder la identidad”, agrega Bengtsson, que estudió en Dinamarca Lenguas Comerciales, fue traductor para la embajada argentina y, también, es maestro mayor de obras y oficia de guía para urbanistas que visitan la capital.
Aquella tendencia al conservadurismo es, de hecho, la que subió al estrado a la exministra de Integración Inger Stojberg, en funciones entre 2015 y 2019, a quien el Tribunal Supremo de Dinamarca juzga por la supuesta violación de la ley durante la crisis migratoria de 2016, tras haber dado la orden de separar de oficio a parejas demandantes de asilo, para obstaculizar su radicación en el país.
“A pesar de todo, Copenhague es una ciudad en donde es muy fácil sentirse cómodo. Hay espacio libre para ser diferente, para cualquier orientación intelectual, sexual, lo que fuera. Eso ha dado lugar a la innovación, a la exploración creativa; atrajo a muchos jóvenes y fomentó el desarrollo de campos como el de la gastronomía”, reflexiona el argentino, que, en los ‘70, dice haberse topado con una Dinamarca “cerrada y pacata”.
En efecto, Noma, el restaurante de tres estrellas Michelin consagrado como el mejor del mundo en 2021 –al que le sigue otro en la capital danesa, Geranium, según la lista The Word’s 50 Best Restaurants–, fue fundado por René Redzepi, hijo de un inmigrante musulmán procedente de Albania. El chef, que confesó públicamente haber llevado una vida “llena de conflictos de identidad”, logró trazar con éxito su carrera profesional y posicionar su restaurante en el tope y primeros puestos de la lista desde 2010, halagado por su enfoque holístico y la creación de platos autóctonos con técnicas de cocción milenarias.
“Es una paradoja. Dinamarca es como el yin y el yang”, remarca Bengtsson.
El argentino formó familia con una brasileña, Miriam, con quien tiene dos hijos de 17 y 19 años, Nicholas y Thomas. Todos los días agradece poder criarlos en Copenhague. “Intenté volver a la Argentina dos veces. Durante la hiperinflación de [Raúl] Alfonsín y durante la época de [Carlos] Menem. Me asusté y me fui. Acá la inflación no supera el 3% anual. Si le preguntas a mis hijos el precio de la leche, te van a decir que es el mismo desde que son chicos”, grafica.
Sus hijos accedieron a colegios públicos –como casi la totalidad de los daneses– y el mayor, Thomas, recibe 150 dólares mensuales por asistir a la universidad, gratuita y becada.
Costear el aparato estatal implica el pago de impuestos que superan el 35% de los ingresos, según cuenta el argentino, quien reconoce la alta presión impositiva, pero hace una salvedad: “Lo que pagas vuelve. Hay un retorno. No tenés que destinar plata extra a salud, prepagas, educación ni otros servicios”.
Uno de los desafíos más difíciles para Bengtsson es, quizás, lidiar con el clima de la capital danesa. “Los días de invierno son muy cortos y anímicamente eso afecta. Si no podés escapar, de vacaciones, cuando llega fin de enero estás tocando fondo”, reconoce.
Eduardo Sharf lleva 50 años en Copenhague y tampoco se lamenta haber emigrado, pese a coincidir con Bengtsson en aspectos negativos como el del clima. “Es una ciudad arreglada, pero no todo es una danza sobre rosas”, dice a LA NACION el cordobés, que este sábado cumplió 70 años.
“No me arrepiento de estar acá. Al contrario, digo: ‘Menos mal que estoy acá’”, afirma Sharf, arquitecto especializado en diseño de interiores y mobiliario, ahora jubilado.
Sharf está casado con una danesa, con quien tiene dos hijas de 23 y 32 años, y vive con su familia en el centro de la capital, a pocas cuadras del Palacio de Amalienborg, la residencia de la familia real.
En coincidencia con el resto de los argentinos, destaca el gran nivel de seguridad, que le permitió criar a sus hijas con tranquilidad: “Cuando andan solas, de noche, no me preocupo como si estuviera en Buenos Aires. No hay motochorros, no roban los teléfonos. No pasa nada de lo que leo en los diarios argentinos. Por ejemplo, está prohibido por ley mendigar, la policía saca de la calle a los que piden limosna”.
Las medidas para sobrellevar la pandemia también han sido amables para los residentes de Copenhague. El barbijo supo ser obligatorio solo en algunos espacios, como el transporte público, el confinamiento nunca fue exigido para quienes no portaran Covid-19, y muchos jóvenes sub 30, como Castillo, ya recibieron su vacuna de refuerzo.
La capital cerró rápido y abrió rápido, pero, con la vuelta a la normalidad, empiezan a hacer falta trabajadores que cubran las vacantes que fueron liberadas en hoteles y otros centros de trabajo, según explica Sharf. Sobre ese punto, indica, vuelve a pesar el dilema migratorio sin resolver: “El danés es mimado, no va a hacer cualquier trabajo, y el gobierno no define cómo hacer para incorporar mano de obra de otros países”.
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