Convulsionado como nunca, el país ya no será el mismo
EDIMBURGO.-Gran Bretaña no será igual después del día electrizante en que los escoceses salieron a votar si querían o no convertirse en ciudadanos de un país independiente.
El pánico de los días previos al referéndum puso al Reino Unido frente a una convulsión interna sin precedentes. El resultado final del escrutinio definirá la magnitud y la forma de la crisis que les toca gestionar desde hoy mismo al primer ministro británico, David Cameron , y a todo el poder de Londres.
El ahora dudoso triunfo del sí a la independencia equivale a imaginarse un apocalipsis político. Un primer ministro conservador obligado a negociar el divorcio de una región que engloba un tercio del territorio del Estado, el 9% de su población y más del 90% de sus riquezas energéticas. Una oposición laborista que pierde un bastión electoral sin el cual le costará en adelante formar una mayoría para gobernar. Un creciente populismo de ultraderecha clamando por sangre. Y todo en medio de una inestabilidad económica de proporciones incalculables.
Pero una victoria del no también obligaría a enfrentar cambios profundos una vez que pasara el alivio de haber salvado la unión.
Cameron, su socio liberal-demócrata Nick Clegg y el líder laborista Ed Miliband se comprometieron solemnemente a transferirle al Parlamento de Edimburgo amplios poderes y privilegios de financiación si sus ciudadanos optaban por quedarse bajo la soberanía de Londres.
Gritos de rebelión estallaron desde antes de que se abrieran los centros electorales en Escocia. Parlamentarios de Gales expresaron alarmados que no apoyarán esas concesiones sin negociar ellos también un nuevo lazo constitucional.
En Irlanda del Norte reviven las tensiones por revisar los acuerdos endebles que permitieron frenar la violencia nacionalista años atrás. Incluso cobraron una fuerza hasta ahora desconocida los reclamos de regiones inglesas cuya población se considera maltratada por el centralismo de Londres.
Quejas
Pero sobre todo se amplificaron las quejas del ala derecha del Partido Conservador, que acusa abiertamente a David Cameron de entregarse al nacionalismo de Escocia (donde los tories son una fuerza residual) en perjuicio del grueso de sus votantes ingleses.
La sombra de UKIP, el frente de ultraderecha xenófobo que ganó en mayo las últimas elecciones para el Parlamento Europeo, condiciona a Cameron de cara a las elecciones generales de 2015.
Sus partidarios le piden endurecer la política inmigratoria y reducir el impacto social de su política económica sobre los sectores de la población en los que los populistas avanzan de manera persistente.
En paralelo, le espera el debate sobre la continuidad o no de Gran Bretaña en la Unión Europea (UE) -para lo que prometió un plebiscito en 2017- y el desafío militar que le plantea el avance jihadista de Estado Islámico en Medio Oriente.
En ese escenario, Escocia será sinónimo de problemas para cualquier gobierno de Londres, incluso si lograra contener la amenaza de la tan temida ruptura. El premier tendrá que hacer equilibrio sobre un hilito.
Si algo dejó en claro la campaña por el referéndum es que los escoceses se perciben mayoritariamente como una sociedad enamorada del Estado de Bienestar, apegada a Europa, antibelicista y orgullosa de su identidad diferencial.
El líder independentista Alex Salmond podría darse el gusto de celebrar incluso una derrota en el referéndum por el que tanto peleó. Siempre quedará abierta una puerta que nadie se encarga de cerrar adecuadamente.
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