Conmoción mundial por la trágica muerte de Lady Di
Jefes de Estado y hasta el Papa mostraron su pesar; la reina Isabel II dispuso que se haga
un funeral con todos los honores; el anuncio oficial lo hará hoy el Palacio de Buckingham LONDRES (De nuestra corresponsal).- El mundo, encabezado por numerosas personalidades, entre ellas presidentes y el papa Juan Pablo II, reaccionó con pesar ante la muerte de Lady Di, en un accidente ocurrido en París.
La reina Isabel II dispuso que el funeral de Diana se realice con todos los honores, pero el anuncio oficial del Palacio de Buckingham se hará hoy.
La situación del funeral presenta un cuadro especial, ya que Diana, tras su divorcio de Carlos, oficialmente dejó de pertenecer a la familia real. No obstante, era mucho más querida que todos sus parientes políticos.
El Palacio Real se encontraba bajo intensa presión para realizar un funeral de Estado completo, con los atavíos históricos y de pompas, pero no existe ninguna garantía de que así sea. El cuerpo de Lady Di fue trasladado de un velatorio privado a la capilla real en el Palacio Saint James, donde los príncipes de Gales tenían sus oficinas mientras estuvieron juntos.
Diana falleció en la madrugada de ayer en un accidente en París, así como su novio, el multimillonario Dodi al- Fayed.
La pareja perdió la vida pasada la medianoche, mientras el auto en el que viajaban trataba de escapar de un grupo de "paparazzi" que los perseguía en motocicleta.
Tras la trágica muerte, los restos de la princesa de Gales fueron recibidos con sobrios honores en Gran Bretaña. En Francia, su cuerpo había sido reconocido por ex esposo, el príncipe Carlos, y sus hermanas, lady Jane Fellowes y lady Sarah McCorquodale.
Análisis: Controversia sobre el papel de la prensa sensacionalista
Un análisis objetivo de las circunstancias en que perdieron la vida la princesa Diana Spencer, el millonario egipcio Dodi al Fayed y el chofer que los trasladaba no puede omitir una reflexión severa sobre un tema que toca dramáticamente de cerca a la comunidad periodística. ¿Cuál debe ser el límite de la persecución o del acoso a que son sometidas diariamente, en el mundo entero, las personas que intentan rehuir los requerimientos del periodismo? Lady Di y sus acompañantes murieron en París cuando el automóvil en el que viajaban intentaba escapar al asedio de un grupo de reporteros que los seguían en motocicletas.
El episodio ha provocado, como era de esperar, una ola de acusaciones contra la acción de los "paparazzi"y, de un modo más general, contra la tendencia de los mass media a lanzar a sus reporteros como sabuesos detrás de ciertas personas en su afán por satisfacer los reclamos de un mercado sediento de primicias, notas e imágenes que registren la intimidad de los "ricos y famosos".
Las voces que se alzaron ayer para condenar el acoso periodístico recorrieron todos los matices imaginables. "La prensa tiene sangre en las manos", clamó Charles Spencer, el hermano de Lady Di. "La princesa ha sido víctima de la creciente lucha, brutal e inescrupulosa, por la competencia de los medios", dictaminó el canciller alemán, Helmut Kohl.
El secretario de Asuntos Exteriores británico, Robin Cook, se preguntó "si la agresiva intromisión de la prensa en la intimidad de Diana no contribuyó a esta tragedia". Desde Milán, LucianoPavarotti pidió "una ley para proteger a los ciudadanos populares del asedio de los fotógrafos". Desde Washington, TomCruise reclamó una legislación "que detenga el hostigamiento de la prensa a las celebridades".
No tardaron en aparecer, en el otro extremo, los argumentos en defensa de las metodologías habituales del periodismo. "La imagen no es otra cosa que la documentación de los hechos que nos rodean. No es una foto lo que hace daño. Menos mal que están los reporteros gráficos, que documentan lo que sucede y la manera en qué sucede", manifestó, desde Roma, el fotógrafo OliverioToscani, famoso por sus trabajos publicitarios de gran impacto. Y agregó:"Existen princesas que están siempre escapando de Saint Tropez, de la Costa Esmeralda, del Ritz;quien quiere realmente la privacidad, debería ir a una pensión desconocida".
Para Toscani, la culpa no es del "paparazzo", sino "de la señora del tercer piso que compra los diarios para enterarse de la vida de Diana: también esa señora es un poco asesina".
Por su parte, Tazio Secchiaroli, el legendario fotógrafo que inspiró a Fellini para "La dolce vita", el film que dio patente internacional a los "paparazzi", razonó de este modo: "No veo por qué la gente trata de alejarse de los fotógrafos. Por lo menos la mitad de la culpa la tuvo la gente que viajaba en el automóvil". El editor italiano Alessio Andreucci, a su vez, se formuló esta pregunta: "Si se responsabiliza a los fotógrafos, ¿por qué no se la toman con quienes construyen automóviles que van a 200 kilómetros por hora?".
¿A quién oír? ¿A quién creer? Cada uno parece hablar desde su sitio: los hombres públicos, los actores, los divos, piden límites para el acoso periodístico. Los profesionales de la prensa o de la imagen tienden a invertir el esquema y a responsabilizar a los "ricos y famosos", que muchas veces se ponen deliberadamente al alcance de los reflectores y luego lamentan la falta de privacidad.
Imprescindible libertad
El problema es delicado y obliga a considerar valores y principios que muchas veces chocan entre sí. En principio, la sociedad necesita de la prensa para mantenerse informada y la prensa necesita de la libertad para llenar debidamente su misión. Este es un principio de hierro de la sociedad democrática: sin prensa libre, las libertades y los derechos no están garantizados.
Al mismo tiempo, los ciudadanos tienen derecho a la privacidad, a resguardar su intimidad, tanto frente al Estado como frente a los terceros indiscretos o entrometidos. También éste es un principio básico en una sociedad respetuosa de los derechos individuales.
Expuestos de esa manera, los principios generales parecen de fácil aplicación. Pero cuando se desciende de la doctrina a los hechos, la cosa empieza a complicarse. Y se multiplican las preguntas: ¿Dónde se pone el límite de la función informativa y testimonial de la prensa? ¿Cómo separar las cuestiones públicas de las cuestiones privadas? ¿Tienen el mismo derecho a la privacidad el hombre público o notorio y el hombre anónimo o desconocido? No, y así lo hacen saber doctrinas como las de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos y la Corte Suprema de Justicia de la Argentina.
¿Qué hacer, entretanto, con los "ricos y famosos", que a menudo se desvelan por ser tapa de revistas y otras veces se desviven por pasar inadvertidos?
Y queda otra pregunta crucial: ¿tienen la misma actitud la prensa seria y la prensa amarilla o sensacionalista? ¿En qué se diferencian? ¿En los métodos que emplean o en los fines que persiguen?
La dificultad para responder a estos interrogantes revela que el problema existe y que subyace en él un conflicto de conciencia, un dilema moral que no puede dejar de ser considerado. La gran cuestión es el límite que se debe fijar a la requisitoria periodística y que los propios profesionales de la prensa deben ser los más interesados en definir.
Se impone, por supuesto, una primera distinción fundamental: cuando está en juego el interés público, se justifica una sobrecarga de insistencia en el seguimiento de personas y en el esfuerzo por interrogarlas.
Si se trata de identificar el paradero de un funcionario corrupto o de un hombre sospechado de alguna responsabilidad criminal, el reportero que redobla su acoso debe ser estimulado y aplaudido y hasta es loable que ponga en su tarea una cuota de coraje y empecinamiento. Y éste es el punto en el que, después de siete meses, está en pie una pregunta: ¿por qué lo mataron a José Luis Cabezas? Pero, ¿cuál es el criterio para determinar la naturaleza pública o privada de una cuestión? Las vicisitudes de una figura famosa, de un ídolo -por ejemplo- de la música o del deporte, ¿no son acaso de carácter público? ¿Cómo evitar que esa persona concentre el interés colectivo cada vez que concurre a un lugar o simplemente cuando transita por la calle? El carácter público de un hecho o de una persona no lo determinan los propietarios de los medios ni los secretarios de Redacción. Lo determina de manera espontánea la sociedad. Y no hay apelación: se es famoso o no se es famoso. Por supuesto, cualquiera sea la naturaleza de un hecho, cualquiera sea el grado de popularidad de una persona, existen límites que todo hombre de prensa debe acatar: lo imponen la prudencia, la razonabilidad y el respeto a la dignidad humana.
En el episodio que costó la vida a la princesa Diana parece haberse ido bastante más allá de esos límites.
Incienso en Kensington
LONDRES, 1° (Reuter).- Se estima que medio millón de personas ha dejado diversos presentes en los jardines del Palacio de Kensington, donde vivía la princesa Diana. De seguir este ritmo, la policía deberá cerrar el paso mañana al mediodía debido a que no habrá más espacio. Cada uno de los visitantes trajo consigo palitos de incienso cuyo aroma se siente a dos kilómetros a la redonda.
Los parisienses también le rindieron un sentido tributo al colocar decenas de estampas religiosas y flores en el túnel donde ocurrió el accidente y en las afueras del hospital. La justicia francesa abrió una investigación criminal sobre el accidente. Siete fotógrafos que presuntamente perseguían a la princesa y a Fayed están detenidos.
Servicios religiosos
En todas las iglesias del Reino Unido, y en muchas otras en el mundo, los servicios religiosos dominicales se dedicaron a orar por el alma de la princesa. Hubo dos ceremonias especiales: la que se realizó en la catedral londinense de Westminster, donde se casaron Carlos y Diana, en julio de 1981, y otra en una pequeña iglesia de la localidad de Balmoral, a la que asistieron los hijos de la princesa, Enrique, de 12 años, y Guillermo, de 15, acompañados de parte de la familia real.
Diana Spencer murió como consecuencia de un ataque cardíaco, después de que los médicos del hospital Salpetriére, de París, repararon una ruptura de una vena pulmonar y le aplicaron masajes cardíacos, en un esfuerzo por revivirla.
Reconocimientos
Luego de la muerte, los reconocimientos y la conmoción por la tragedia han recorrido todo el mundo. Reyes, presidentes y jefes de gobierno han dado muestras de profunda tristeza.
El primer ministro inglés, Tony Blair, la llamó "la princesa del pueblo".
Un comunicado del Kremlin indicó que la princesa Diana "era una mujer muy conocida y querida por el pueblo ruso. Todos saben de su contribución a causas humanitarias".
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