Conmoción e impotencia en EE.UU. por dos masacres en 24 horas
Los tiroteos en El Paso y Dayton, que dejaron un total de 29 muertos, volvieron a poner al descubierto la falta de respuestas de Washington para resolver el problema
WASHINGTON.- Estados Unidos quedó hundido en la conmoción y la impotencia tras un fin de semana teñido de sangre y muerte, en el que al menos 29 personas perdieron la vida y 53 fueron heridas en dos tiroteos separados tan solo por 13 horas, en uno de los azotes más brutales de la epidemia de violencia armada que dejaron al descubierto, otra vez, la grieta y la incapacidad en Washington para enfrentar un problema al que solo ha respondido con "oraciones y plegarias".
En la madrugada de ayer, un hombre vestido con una armadura corporal acribilló con un rifle semiautomático al menos a nueve personas, entre ellas su hermana, e hirió al menos a 27 en un bar del barrio histórico Oregon, en Dayton, un popular rincón de la ciudad a la noche por sus bares y restaurantes, antes de ser abatido por la policía, que logró neutralizarlo en menos de un minuto, evitando una matanza mayor.
Dayton selló un fin de semana trágico: dos días, dos tiroteos masivos, por lo menos 29 muertos y 53 heridos, y, una vez más, el horror en lugares comunes, adonde van a diario norteamericanos en todas las ciudades del país: un supermercado y un bar. La masacre de El Paso, una de las ciudades más seguras del país, ocurrió en un Walmart. Fue el peor tiroteo masivo de los 253 que ya hubo este año, según el recuento de Gun Violence Archive. La matanza de Dayton tuvo su epicentro en el bar Ned Peppers, en la calle East 5th. Fue el tercer tiroteo entre los más sangrientos de este año.
El gobierno federal investiga el tiroteo de El Paso como un acto de terrorismo doméstico.
El fin de semana de furia dejó otra vez al descubierto la grieta que divide al país y desató duras críticas de demócratas contra el presidente Donald Trump, al que acusaron de alentar el odio, el supremacismo blanco y la violencia con su retórica, una ofensiva que la Casa Blanca rechazó de plano.
"Dios bendiga a la gente de El Paso, Texas. Dios bendiga a la gente de Dayton, Ohio", tuiteó ayer Donald Trump, que pasó el fin de semana en su club de golf en Bedminster, Nueva Jersey.
Antes de regresar a Washington, Trump habló brevemente ante la prensa. "Amamos a la gente. El odio no tiene lugar en nuestro país", dijo. Al referirse a los tiroteos masivos, afirmó: "Tenemos que detenerlo. Ha estado sucediendo por años, años y años, y tenemos que detenerlo". Tal como hizo antes luego de otras masacres, Trump deslindó a la violencia de las armas o la retórica imperante, al señalar que hay tiroteos porque hay personas "muy, muy gravemente enfermas mentalmente".
Ayer, muy temprano, la alcaldesa de Dayton, Nan Whaley, cumplió con el ritual de pararse delante de los micrófonos para dar respuestas a una comunidad y a un país acostumbrados a arrastrar su impotencia de matanza en matanza.
"Como alcaldesa, este es un día que todos tememos que suceda", dijo Whaley. "Y lo que ciertamente es muy triste, cuando recibí mensajes de ciudades de todo el país, es que muchos de nosotros lo hemos pasado", reconoció.
El Paso y Dayton quedaron ahora hermanadas por la tragedia con otras comunidades en Newton, Orlando, Las Vegas o Aurora, todas ciudades que en la última década han sufrido el escalofrío que deja la epidemia de violencia armada, un flagelo que, por más que las muertes se multipliquen, persiste sin solución a la vista por parte del sistema político de Washington.
Trump y los republicanos, que controlan el Senado, han tejido una estrecha alianza con la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA, según sus siglas en inglés). Las iniciativas demócratas para intentar regular el arsenal de armas del país -el mayor del mundo- suelen ser ninguneadas, cajoneadas o denostadas por el oficialismo como un "ataque" al derecho a portar armas, consagrado en la Constitución nacional. Para muchos estadounidenses, las armas sin sinónimo de libertad.
La grieta también alienta el flagelo. Un 76% de los republicanos creen que es más importante proteger el derecho a portar armas que regular su posesión, contra un 19% de los demócratas, según el Centro Pew. Además, mientras la mitad del país cree que habría menos tiroteos si se restringiera la venta de armas, la otra mitad cree que no habría diferencia.
Las armas forman parte de la vida diaria de familias en los estados rurales, que las utilizan para cazar. Cuatro de cada diez estadounidenses viven en un hogar donde hay al menos un arma. Walmart, uno de los últimos blancos de la epidemia, obtiene ganancias con la venta de armas. "Oramos por las víctimas, la comunidad y nuestros asociados, así como por los primeros socorristas", tuiteó la empresa. "Por favor dejen de vender armas", retuiteó un usuario llamado @southpaw.
La novedad que dejaron los últimos tiroteos es que, ahora, algunos demócratas, incluidos candidatos presidenciales, llevaron la atención no solo a la falta de control sobre las armas, sino también a la amenaza del supremacismo blanco y el terrorismo doméstico, y cargaron duro contra la retórica de Trump, al que acusaron de racista y de alentar a los supremacistas.
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